"Este año más que nunca nos toca vivir la Semana Santa de la solidaridad" Julio Puente López: "La verdadera Semana Santa, más presente que nunca"

Me extrañó leer en la prensa que algunos veían peligrar la Semana Santa. Pero, claro, se trataba de la tradicional forma de celebrarla

No es momento de aprovechar la coyuntura para defender y mantener las posiciones sociales adquiridas y los ritos que durante siglos creímos intocables y conformaron la presentación visible de la Iglesia

Es la hora de pensar en el otro, en nuestro prójimo. Tiene razón el papa Francisco al hablar de la necesidad de la conversión y de pedir perdón a Dios y al prójimo. Urge establecer una relación solidaria con nuestros hermanos.

Tenemos que entender bien las palabras de Lucas 22, 19: “Haced esto en memoria mía”. No se trata de escenificar una obra teatral en un templo. Se trata de hacernos pan como Jesús

Pocas veces nuestra oración será más sentida, nuestra meditación más fructífera, nuestra conversación más acogedora, nuestro estudio más provechoso, nuestra acción más esencial como en estos tiempos de prueba y de sufrimiento

Me extrañó leer en la prensa que algunos veían peligrar la Semana Santa. Pero, claro, se trataba de la tradicional forma de celebrarla. Porque la verdadera Semana Santa que hace memoria de la Pasión del Señor está presente ahora más que nunca. Cómo estuvo presente más que nunca en la época de las guerras mundiales. Hoy las gentes de Siria, entre otros pueblos, siguen padeciendo el azote de la guerra, y seguimos teniendo el drama de los refugiados y el sufrimiento de millones de seres humanos en tantos países, especialmente en África. Ellos hacen presente en sus vidas la pasión del Señor. Esa es la Semana Santa que debe interesarnos. Y ahora, además, sufrimos la pandemia del coronavirus.

No, no es momento de acudir a un sacerdote a confesar nuestros pecados. Ni vis a vis en la cárcel ni vis a vis en el confesionario. No es momento de aprovechar la coyuntura para defender y mantener las posiciones sociales adquiridas y los ritos que durante siglos creímos intocables y conformaron la presentación visible de la Iglesia. Los virus que atentan a nuestra vida constituyen una seria amenaza. Es la hora de pensar en el otro, en nuestro prójimo. Es el tiempo del confinamiento, del teletrabajo, de mantener las distancias físicas entre nosotros si somos personas responsables que se preocupan por el bienestar físico y psíquico de su prójimo, a la vez que los profesionales de la salud, con precaución y dedicación, y con temple heroico, atienden a los que precisan de sus servicios.

Y es el momento de seguir aceptando y repartiendo las alegrías de la vida porque es así también como combatimos las desgracias. Se trata del bienestar y la felicidad de todos. Para ello puede servir la canción de Ombretta Colli “Facciamo finta che tutto va ben” que se oye en Onda Cero, el famoso “Resistiré” del Dúo Dinámico o una pieza de música que viene de un balcón. Como puede servir cualquier honesto entretenimiento, juego o actividad con los niños en la familia.

Pero tiene razón el papa Francisco al hablar de la necesidad de la conversión y de pedir perdón a Dios y al prójimo. Urge establecer una relación solidaria con nuestros prójimos. No se trata tanto de la absolución que da el sacerdote al penitente, sino de que unos a otros nos perdonemos nuestras ofensas, sepamos rezar como cristianos el Padrenuestro.

Quizá es el momento de una bendición y también de una absolución urbi et orbi dada por el papa a los arrepentidos, y otorgada por todos y cada uno de nosotros. Perdón mutuo. De todos y para todos. Quizá tendrían más sentido ahora las celebraciones comunitarias de la penitencia, forzosamente virtuales dada la situación. Porque si hay arrepentimiento no podemos retener el pecado. Hay que saber perdonar. Y si ha habido arrepentimiento y se camina por una senda nueva tenemos que ser capaces de poder oír de nuevo la voces de todos, la de Plácido Domingo también, por ejemplo, a pesar de sus presuntos “malos hábitos” (“malos hábitos”, es decir, vicios en su acepción más fuerte, acciones y conductas moralmente reprobables, un tema que comentó Fernando Savater en una columna en El País, mal entendida, a mi modo de ver, por algunos lectores, sin entrar en los aspectos penales de esas conductas).

Y, en el escenario político, hemos de poder oír las voces de quienes dejaron atrás la violencia o la delincuencia y aceptaron someterse al imperio de la Ley, sean los integrantes de Bildu, sean Oriol Junqueras y otros presos una vez pagada su deuda. Es el momento de la inserción de todos, de la gran reconciliación nacional, a pesar de los palos en la rueda del carro que se empeña en poner el Sr. Torra, al que todos deseamos una pronta curación, pero que desafina demasiado para seguir en el coro.

Solidaridad

Este año más que nunca nos toca vivir la Semana Santa de la solidaridad y de la entrega desde la salvaguarda de nuestra propia salud y de la de todos los demás dejando de lado otras formas de piedad más multitudinarias que hoy serían formas paganas de tentar a Dios. Atender a las necesidades de salud de nuestros conciudadanos es hoy la forma de hacer memoria de la pasión y muerte de Jesús de Nazaret. Con razón se ha apelado a la solidaridad de las grandes fortunas en estos tiempos de infortunio. Sería magnífico, algo increíble, que en breve tuviéramos una vacuna contra el coronavirus cuya investigación hubiera sido financiada por alguno de estos multimillonarios. ¿La vacuna Ortega, quizás? ¿La vacuna Roig, tal vez? Su nombre pasaría a la historia. Sería asimismo loable que las distintas Congregaciones e Institutos de la Iglesia, algunos de los cuales disponen de importantes medios económicos y espléndidos inmuebles, pusieran los grandes edificios que ahora están semivacíos (seminarios, monasterios, curias) a disposición de las autoridades civiles, por si fueran de interés en la lucha contra el coronavirus. El Ejército está ya instalando también hospitales de campaña.

Cuando la humanidad se ve sacudida y amenazada por una pandemia, es urgente caer en la cuenta de la necesidad que tenemos de conversión, de entender bien lo que es la esencia del cristianismo volviendo la vista hacia el otro, amándolo como a nosotros mismos, protegiendo su vida a la vez que protegemos la nuestra. Son tiempos para recordar las palabras de Mt 6, 9-13, para rezar el Padrenuestro y pedir fuerza ante la tentación del egoísmo o de la falta de esperanza, para perdonar a los que nos ofenden, confiar en la misericordia de Dios abandonándonos a su voluntad y recordar la necesidad de pan para todos. De esta forma nos sabremos bendecidos y absueltos. Tiene entonces sentido para el cristiano hablar, como escribía antes, no solo de una bendición urbi et orbi, sino de una absolución urbi et orbi en nombre de Dios Padre. Un gesto papal algo desfasado que sigue teniendo sentido para muchos fieles.

El ser humano es lo que importa, las personas. La vida es el don que Dios nos ha dado para que lo cuidemos, para que nos cuidemos mutuamente. Y el hombre se reconoce como ser social que vive en comunidad y se salva en comunidad. Hoy más que nunca nuestros ritos más sagrados consisten en el cuidado de las familias, de los ancianos, de los enfermos. Para un creyente el hospital es, y muy especialmente en estos días, el lugar donde uno encuentra a Dios. El hospital, no el templo, no la iglesia. Las iglesias pueden permanecer cerradas, pero el hospital, no.

En los necesitados, en los enfermos encontramos a Dios (Cf. Mt, 25, 31-46). Los lugares donde tantos hermanos nuestros siguen desarrollando los trabajos más esenciales, arriesgando su salud, se convierten más que nunca en espacios de epifanía sagrada, de manifestación del misterio humano y divino más profundo.

Cuando un transportista, un farmacéutico o cualquier otro trabajador o trabajadora salen cada día a realizar su tarea en estos tiempos de riesgo y peligro es porque creen que la vida tiene un sentido. Cuando se lucha en un hospital para que una persona anciana siga respirando es porque hemos comprendido que la sonrisa de la abuela y la cara risueña del abuelo apuntan a lo absoluto, que la vida humana tiene una dignidad especial, pertenece al mundo del misterio, a eso que llamamos Dios. Más de uno de estos héroes habrá sentido con embarazo, como decía George Steiner, recientemente fallecido, la entrada en sus vidas “del misterio de la otredad”, también del Otro, con mayúscula. Desde la distancia y a través igualmente del personal sanitario los enfermos reciben los sacramentos, es decir, reciben la gracia de Dios a través del amor de sus familiares y de ese encuentro humano con sus cuidadores en el hospital que es símbolo de la cercanía de Dios sin que sea necesario ningún otro ritual.

Tenemos que entender bien las palabras de Lucas 22, 19: “Haced esto en memoria mía”. No se trata de escenificar una obra teatral en un templo. Se trata de hacernos pan como Jesús, alimento de salvación para el mundo en el servicio y la ayuda mutua. Como él entregó su vida por todos y por eso dijo que era el pan bajado del cielo (cf. Jn 6, 51 y 58) así nosotros compartimos nuestra vida con los demás siendo de esta forma fieles a su memoria. Es de esta manera como celebramos la eucaristía cada día, sin necesidad de pretender sacralizar personas, tiempos y espacios.

Las palabras que nos dijo Jesús en el relato del Evangelio según Juan son “espíritu y vida” y no resultan intolerables si las entendemos bien. Las interpretaciones literales no sirven para nada (cf. Jn 6, 60-65). Por lo mismo el “porque estuve enfermo y me visitasteis” de Mt 25, 36 es ahora el cuidado de médicos y enfermeros a los contagiados y enfermos por el coronavirus y la preocupación de los familiares desde la dolorosa distancia. Seamos razonables al leer las Escrituras y al hacer teología. Por amor a los nuestros ahora no podemos abrazarnos. Comprenderlo es ayuda mutua y servicio.

Unos a otros, en el perdón y la mutua asistencia, nos ayudamos a obtener la salud y la salvación que viene de lo alto. Porque Dios actúa a través de las mediaciones humanas. Dios es un Dios con nosotros, Emanuel (Is 7, 4; Mt 1, 23), y está cerca de nosotros en nuestro prójimo, sobre todo en el más necesitado. Y esas convicciones cristianas las tenemos presentes en las comidas con nuestras familias y amigos cada día, cada vez que compartimos con ellos nuestros bienes materiales que han de llegar a todos (justicia social).

Más que nunca ahora, en tiempos de aislamiento, tenemos que saber vivir con confianza y esperanza y entender así el cristianismo, nuestra fe cristiana. Nuestros domicilios, donde nos confinamos por responsabilidad, sobre todo para con los demás, son el altar donde presentamos nuestra ofrenda diaria, la de la protección, el cuidado y la solidaridad. Solos o acompañados nos sentimos formando parte de la gran familia humana y responsables de su suerte. Es en estos lugares y no en las iglesias donde en este tiempo hacemos la experiencia de Dios. No tenemos que preocuparnos si no podemos celebrar los actos litúrgicos. Procurar el pan y la salud para todos en tiempos de tribulación y angustia, y saberlo agradecer, con aplausos también, es hacer eucaristía, acción de gracias.

Pocas veces nuestra oración será más sentida, nuestra meditación más fructífera, nuestra conversación más acogedora, nuestro estudio más provechoso, nuestra acción más esencial como en estos tiempos de prueba y de sufrimiento. Unos tiempos difíciles, los de la pandemia y los que vengan inmediatamente después, en los que hemos de hacer lo imposible para que todos encuentren al “buen samaritano” y nadie quede abandonado en la cuneta del camino. La indicación de Jesús para seguir el ejemplo de misericordia que dio aquel viajero de la parábola al hacerse cargo del herido es clara para todos: “Anda, haz tú lo mismo” (Lc 10, 37).

Haz tú lo mismo

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