"¿Qué sería de nosotros sin profetas?" Martirio de Juan el Bautista: El precio de la libertad

Salomé con la cabeza de Juan Bautista. Óleo de Caravaggio (1607)
Salomé con la cabeza de Juan Bautista. Óleo de Caravaggio (1607)

"En estos tiempos, no pocos de quienes luchan por más justicia, menos corrupción, más ética en la economía, son desautorizados… Algo semejante ocurre en la Iglesia. Un ejemplo notorio es el del Papa Francisco"

"En latín hay dos palabras que sostienen dos tipos de liderazgo: «potestas» -poder- y «auctoritas» -autoridad-… El liderazgo basado en la autoridad favorece el reconocimiento mutuo y libre. No hay compatibilidad posible entre imposición y autoridad"

"Pues bien, la ejecución de Juan el Bautista –un hombre íntegro a todas luces- es ejemplo vivo de lo que es el poder arbitrario. Pero hay algo que nunca conviene olvidar, La muerte del profeta del desierto, como la de Jesús, como la de tantos hombres y mujeres son una fuerza de cambio que nadie puede contener, aunque sea a largo plazo"

"Toda sociedad necesita ejemplos de audacia, de valentía, de parresía. Dolores Aleixandre dice: 'La palabra NO, firmemente opuesta a la fuerza, posee un poder misterioso que le viene del fondo de los siglos'"

"Como cristianos, stamos en contra de todo martirio, aunque sea por supuestas razones religiosas. Pero debemos estar del lado de los mártires. ¡No los olvidemos!"

En estos tiempos, no pocos de quienes luchan por más justicia, menos corrupción, más ética en la economía, son desautorizados como, aventureros, irresponsables, ilusos, comunistas, payasos… ¿Pero son lo que dicen que son? Muchos de ellos son personas muy serias, reflexivas, comprometidas con la gente y su realidad.

Algo semejante ocurre en la Iglesia. Hay personas que, desde sus convicciones profundas, denuncian lo que atenta contra la esencia de aquello que consideran fundamental para una vivencia auténtica de la fe, pero experimentan un rechazo casi visceral por parte de muchos “bienpensante”, unas a veces abierto, burlón y cínico, y otras, disimulado, y son tildados de negativos, amargados, desequilibrados, antiiglesia, destructores de la institución… Es la estrategia que Umberto Eco llama «la máquina del fango», en su novela «Número cero».

Esta estrategia –empleada, a juicio del filósofo y ensayista italiano, por malos periodistas aliados con los que detentan determinado poder- consiste en inventar noticias sobre una persona o reciclar lo que saben de ella, y lanzarlas para desprestigiar a esa persona y hacerle daño irreparable. Pero no se queda en el campo del mal periodismo, sino que se extiende a otros ámbitos dentro de la Iglesia.

Sin embargo, esas personas ¿son lo que dicen que son? Podrán decir que rompen la comunión, cuando muchas veces apelar a ella es una llamada camuflada a la sumisión. Podrán decir lo que quieran, pero muchos de ellos nunca podrán ser calificados como anticristianos, antievangélicos o antiinstitución, ilusos, locos y mucho más.

No obstante, desgraciadamente más de uno acaba mal o reducido al ostracismo, pues los poderes no lo pueden soportar y tratan de destruirlo como sea. Un ejemplo notorio –aunque hay otros muchos de menor relieve mediático- es lo que ciertos individuos y algunas páginas de internet están diciendo sobre el papa Francisco con el fin de minar su credibilidad.

Poder y violencia

En latín hay dos palabras que sostienen dos tipos de liderazgo: «potestas» -poder- y «auctoritas» -autoridad-. El liderazgo basado en el poder se centra en el control, en la imposición, en romper cualquier resistencia y en destruir de mil maneras a los que no se someten. El liderazgo basado en la autoridad favorece el reconocimiento mutuo y libre. La autoridad se destruye a sí misma en el momento en que recae en la violencia. No hay compatibilidad posible entre imposición y autoridad.

Pues bien, la ejecución de Juan el Bautista –un hombre íntegro a todas luces- es ejemplo vivo de lo que es el poder arbitrario, mezclado con intereses personales, sobre todo el deseo de mantener el poder, y también lo es del precio que tiene la libertad profética. Como bien dice J. M. Castillo, el poder arbitrario no tiene ética, o, si la tiene, la interpreta desde sus intereses, por lo que se trata de una ética ruin, que sólo mira a la búsqueda de sus fines: lo bueno es lo que «yo» pienso, sostiene siempre el poder arbitrario. Ante una situación semejante, la libertad profética acaba pagando con la vida el riesgo y la osadía de lo que significa ser libre y actuar con libertad y coherencia. Es la ley del poder, de todos los poderes. Así ocurría en la Palestina de los primeros años del siglo I, y sigue ocurriendo en nuestros tiempos.

La muerte del profeta es fuerza de cambio

Pero hay algo que nunca conviene olvidar, pues se trata de un tema muy serio. Si bien la eficacia del poder es inmediata, como lo demuestra el encarcelamiento y el asesinato-martirio de que fue víctima Juan, la eficacia de la profecía es lenta, tal y como afirma J. M. Castillo. Da la impresión de que al profeta lo matan, lo entierran y no pasa nada, pues todo sigue igual. Pero ¿son así las cosas? No lo creo.

La muerte del profeta del desierto, como la de Jesús, como la de tantos hombres y mujeres que han dado su vida por ser fieles a su conciencia, a su fe…, con honradez e integridad, son una fuerza de cambio que nadie puede contener, aunque sea a largo plazo. Mientras que el poder arbitrario de los que se refugian en sus derechos y en su «autoridad» se recuerda hasta con desprecio, la humillación, el dolor y el fracaso de los profetas es el motor de la historia.

La historia de hoy es menos inhumana que en tiempos de Antipas o Pilato –aunque, a veces, no lo parezca-, y esto se debe a que han existido y existen víctimas desconocidas, humillados desconocidos, personas profundamente evangélicas que han dado y dan lo mejor de sí mismas pasando por el mundo haciendo el bien calladamente, para que haya menos abusos y más humanidad.

Jesús

La lista de mártires es larga

La lista de profetas mártires de nuestros tiempos, que han levantado su voz para denunciar las injusticias y mostrar el camino de la vida verdadera, es larga, muy larga. Son hombres y mujeres, siempre luminosos, siempre perseguidos. A unos se les silencia, se les desautoriza o se les amordaza. A otros se les mata, como a monseñor Óscar Romero, martirizado en la celebración de la Eucaristía, cuyo «martirio fue también posterior porque una vez muerto –“yo era sacerdote joven y fui testigo de eso”, dice el papa Francisco- fue difamado, calumniado, ensuciado. Su martirio se continuó incluso por hermanos suyos en el sacerdocio y en el episcopado».

Se mata al padre Jerzi Popielusko, que cometió la imprudencia de enfrentarse al duro régimen comunista de Polonia; al pastor Dietrich Bonhoeffer, que en medio del terror nazi renovó la Iglesia reformada, fue encarcelado y ahorcado; a los mártires de la UCA en El Salvador, comprometidos en la fe y la justicia; a monseñorEnrique Angelelli y a los sacerdotes Carlos Murias y Gabriel Longueville, y el laico Wenceslao Pedernera, mártires del Reino en la cruel dictadura argentina; a monseñor Juan Gerardi, defensor de los campesinos guatemaltecos perseguidos y asesinados; a las hermanas Aguchita e Irene McCormack, y a los padres Miguel Tomaszeck y Zbigniew Strzalkowsky, servidores de los más pobres en el Perú, asesinados por Sendero Luminoso; los niños asesinados en una iglesia de Sri Lanka el domingo de Pascua, después de haber recibido la primera comunión, víctimas de hombres que confunden a Dios con el odio... Y tantos y tantas, hombres, mujeres y niños que son hoy perseguidos, odiados, expulsados de sus casas, torturados… «La necedad es homicida», decía Albert Camus. Necios, es decir, prepotentes, ciegos, enquistados en ellos mismos, siguen abusando, matando…

Necesitamos ejemplos de audacia

Toda sociedad necesita ejemplos de audacia, de valentía, de parresía. Pero, como dice J. I. González Faus, si los únicos ejemplos que podemos tener llevan los brazos llenos de tatuajes, dan patadas en un campo de fútbol y cobran millones por ello, mal horizonte se vislumbra para nuestro mundo. ¿Qué nos espera si preocupa más el resultado de un partido de la Champions league que los problemas que sufren millones de seres humanos o la corrupción que campa a sus anchas?

Algo más. Con frecuencia se insiste en que Juan el Bautista fue la «conciencia moral» en relación al comportamiento privado del tetrarca. Pero no se hace mención de lo más importante, y es que aquella conducta, nacida de una posición de poder, atentaba contra la vida de las personas. Pienso que aquí está la clave: Es preciso denunciar todo comportamiento que lleva consigo abuso de poder o toda injusticia que va en perjuicio de los más vulnerables.

La tentación de quedar bien y de no causar mala impresión está siempre al acecho. Nos puede rondar también el deseo de no decepcionar a aquellos de quienes esperamos reconocimiento o aplausos. Pero hemos de evitar caer en todo ello, pues nos quita la libertad, obstaculiza seriamente nuestra capacidad de discernir y pervierte nuestras decisiones. Buscarnos a nosotros mismos, ser esclavos de nuestra imagen, agradar… nos impiden vivir de manera coherente en el seguimiento de Jesús.

¡Que no muera la profecía!

¡Que no falten profetas que sean ejemplo de vida y coherencia ante tanta banalidad! ¡Que no falten profetas que muevan nuestras conciencias, aun a riesgo de sus vidas! Mercedes Sosa canta: «Si se calla en cantor calla la vida». Necesitamos cantores de la vida. Y ¿qué sería de nosotros sin profetas?

En un escrito de Dolores Aleixandre leía las siguientes palabras de A. Malraux: «La palabra NO, firmemente opuesta a la fuerza, posee un poder misterioso que le viene del fondo de los siglos. Todas las grandes personalidades espirituales de la humanidad han dicho NO al César, desde Antígona a Juana de Arco. Los esclavos dicen siempre SÍ». Hoy hay personalidades del NO, que se juegan la vida. Los profetas pagan un precio. ¿Qué traería consigo decir NO al César de turno, hoy, en donde vivimos, y decir SÍ al Evangelio?

Como cristianos, no podemos sino estar en contra de todo asesinato, y, en ese sentido, estamos en contra de todo martirio, aunque sea por supuestas razones religiosas. Pero debemos estar del lado de los mártires. Y una manera de estarlo es mantener viva su memoria. ¡No los olvidemos! ¡No silenciemos las palabras de los profetas mártires, como Juan el Bautista! ¡No ocultemos sus vidas en la nebulosa del olvido y la indiferencia! ¡Son lo mejor que tenemos!

Aunque pueda parecer triste recordarlos, es preciso conservar su memoria, para no pactar inconsciente o conscientemente con el mundo que los produce. Ignorarlos puede llevarnos a caer en la vulgaridad de la fe y en la mediocridad. Mientras que, al recordarlos, esto es, al pasarlos por el corazón, nos estaremos disponiendo a anunciar una vida diferente. Nosotros, que tantas veces convivimos con la mediocridad, con la banalidad, con el mal, al hacerlos presentes, podemos llegar a la convicción de que –como diría Hannah Arendt-, esa banalidad, esa vulgaridad, pueden ser vencidas.

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