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"Más pastoral y menos maestros de ceremonias"
Con veneración y respeto correspondientes a los grados más altos, sagrados y sacramentales, me dispongo a entrelazar estas consideraciones alrededor de los conceptos de “misa” y de “prefabricación”. Y es que, como en la actualidad, todo o casi todo es prefabricado, y así se nos sirve y nos servimos de ello, tampoco hay razón para que su rechazo tenga que ser sistemático sino alabado y aún glorificado.
Por afrontar el tema lo más pronto posible, me reafirmo en la idea de que las santas misas- celebraciones eucarísticas, con teología, sentido de la realidad, historia y efectividad sacramental, demandan revisión- reforma pronta, seria y profunda. Y en consonancia con las coordenadas trazadas por el papa Francisco y en las que laicos y laicas y, por supuesto, la jerarquía habrán de hacerse activamente presentes, involucrándose en las mismas, como en algo esencial y propio.
Los responsables directos del tema, y casi en exclusiva, habían sido y son los liturgistas o “maestros de ceremonias”. Obsesionados con el rito, su intención se centraba y centra en salvar lo establecido canónicamente y hasta sus últimas consecuencias. Cualquier desliz en la aplicación del rito constituía un pecado grave, para el infractor y, consciente o inconscientemente, para el colectivo -pueblo de Dios- partícipe, por activa o por pasiva, en la ceremonia -“acto solemne que se celebra de acuerdo con ciertas reglas establecidas por la ley o por la costumbre”- Precisamente son otros los conceptos que definen las misas y tantos actos de culto, que dan la impresión de ser “sagrados” -relacionados con Dios- solo o fundamentalmente por su grado de ritualización.
Las misas -prefabricadas- no son de por sí, rito o conjunto de reglas que se repiten siempre y de la misma manera. Las misas son esquemas de vida. Y la vida es cambiante, dentro de un orden y el trazado de este ha de afectarle a la colectividad, objeto y sujeto del bien común, es decir, para todos y más para los distinguidos en mayor proporción con la categoría de vulnerables en cualquier de sus acepciones.
A las misas de hoy les sobran ceremonias, ritos y perennidad de los mismos. Les faltan improvisación y acomodación al medio y a las circunstancias que viven y definen a quienes, de alguna manera, participan en ellas, con explícita exclusión de “oír”, “asistir”, o “estar”, que son términos no “religiosos” . Las misas ni son de los curas, ni de los obispos. Son del pueblo-pueblo. De todos. Las misas son “la cena del Señor”, carentes desdichadamente en ocasiones determinadas, del convencimiento anticristiano de que no siempre ni mucho menos habrán de ser los varones, y además “consagrados”, con vocación-carrera para presidir la tarea-ministerio de presidencia en las mismas.
A las misas, especialmente a las “solemnes”, se les llama “función”, que resulta ser uno de los términos más profanos y profanadores de la liturgia, que linda con el espectáculo o con el oficio , y en cuyo orto y aplicación se hacen semánticamente presentes “funcionarios”, “oficinistas” y ejercientes en el “carrerismo” con triste acepción eclesiástica. Quienes presiden la Eucaristía no tienen por qué ser “funcionarios” de nada ni de nadie. Ellos -y ellas- serán y ejercerán nada más y nada menos que de servidores o mediadores, en lenguaje cristiano, es decir, propio del santo Evangelio.
Está de más, por tanto, sugerir que las misas-misas ni se pueden comprar, ni vender, por lo que en su administración la palabra “encargo” constituye una barbaridad y habrá de expulsarse de la sección de tasas- estipendios de los Boletines Oficiales Diocesanos y de sus Hojas Parroquiales. Las misas no tienen precio, aun cuando este se pretenda justificar con otros nombres “espirituales”, y por razones ”piadosas” y aún caritativas.
Por lo que respecta a las retransmisiones televisivas de las misas, el pueblo-pueblo, se hace, entre otras, estas preguntas:
¿Por qué la mayoría de ellas son presididas -“celebradas”- por los obispos, y no por curas párrocos, coadjutores o asimilados?
¿Por qué la infeliz coincidencia litúrgica de que todos ellos se catalogan entre los poco o nada conciliares, así como poco o nada “franciscanos”?
¿A qué responde el hecho de que en sus homilías se repitan y digan siempre -casi siempre- lo mismo?
¿Quién o quienes deciden tales presidencias episcopales televisivas?
¿Hay que pagar algo por tal selección?
¿Es que los obispos – y más los arzobispos, cardenales y Nuncios de SS.- con sus ornamentos 'sagrados', símbolos y liturgia, ilustran y convencen a los televidentes, o simplemente porque ofrecen una imagen más convincente de lo que en realidad es la Iglesia y más la jerárquica?
¿Y por qué siempre, o casi siempre, leen o dicen lo mismo, en el mismo tono doctoral y con convencimientos más que dudosos, aleteando sobre sus mitras las palabras de Jesús en el Evangelio de “haced lo que ellos -los soberanos pontífices- hagan, pero no lo que digan? ¿A qué responden tantos “quita y pon” de mitras, tanto incienso, gestos y símbolos tan raros, que no evangelizan absolutamente nada y que distraen al personal, imposibilitándoles “comulgar “ -común unión- que es lo esencial en las misas?
Más misa, menos ritualización, más participación, más pastoral y menos maestros de ceremonias y obispos, más párrocos, menos catedrales y más iglesias de pueblo…, son peticiones frecuentes aplicables a las misas televisivas y, por supuesto, a todas las otras.
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