En el quinto aniversario de la canonización de Romero, santo para el pueblo y para Dios Monseñor Romero, cinco años después, sigue sonriendo al papa Francisco por 'su atrevimiento'

Monseñor Romero
Monseñor Romero

"Han pasado ya cinco años desde que el papa Francisco tuviera la 'osadía' de canonizar a Monseñor Romero, de canonizar al menos de modo oficial, porque Romero ya había sido canonizado desde el mismo momento de su asesinato"

"El papa Francisco tuvo el atrevimiento y la osadía de canonizar a Romero porque se sentía también identificado con él, porque el papa Francisco descubrió que la Iglesia tenía una deuda importante con Monseñor"

"Romero dejó de ser 'el Señor Obispo' para pasar a ser el obispo de los pobres, y el papa Francisco ha recogido también ese mismo testigo. Francisco ha dejado de ser 'Su Santidad' para pasar a ser el hermano Francisco"

"Lo que fue Romero para la Iglesia de América latina, en concreto para la Iglesia salvadoreña, lo está siendo también ahora el papa Francisco para la Iglesia universal"

Han pasado ya cinco años desde que el papa Francisco tuviera la “osadía” de canonizar a Monseñor Romero, de canonizar al menos de modo oficial, porque Romero ya había sido canonizado desde el mismo momento de su asesinato.

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Romero fue canonizado por quien canonizada realmente a los hombres de Dios, fue canonizado por el propio pueblosalvadoreño. Desde el mismo momento en el que la bala asesina, de aquel fatídico 24 de marzo de 1980, atravesó su corazón, Oscar Romero fue llamado y sentido como “San Romero de América”. Y me atrevería a decir algo más: Oscar Romero fue canonizado en vida por la misma gente que lloró su muerte en aquel día. Su “pobrerío”, como él mismo decía, le hizo santo porque veía que su vida estaba llena del mismo Jesús de Nazaret. El martirio de Jesús se repitió en el martirio de Romero, pero el cuerpo entregado y la sangre derramada de Romero se hicieron presente mucho antes, a lo largo de toda su vida. 

Papa Francisco
Papa Francisco

La vida de Romero fue una continua “celebración de la Eucaristía”, o lo que diríamos de otro modo, Romero vivió y murió en “permanente Eucaristía”. Si Jesús celebró su vida en la Ultima Cena, San Romero de América celebraba la Eucaristía cada vez que sacaba la voz por los pobres, cada vez que defendía la justicia, cada vez que se la jugaba por los derechos de los más necesitados, en definitiva, cada vez que compartía lo que tenía y era con los más preferidos de Jesús: los pobres crucificados de El Salvador. 

Pero el papa que tuvo la valentía de canonizar a Oscar Romero fue el papa Francisco. Y ciertamente no podía ser de otro modo, porque ciertamente entre el papa Francisco y Monseñor Romero también hay muchas afinidades, en lo humano y en lo cristiano, si es que ambas dimensiones pueden separarse. El papa venido de lejos, de otro continente, ha sido capaz de vencer todas las dificultades y trabas que se le ponían, desde la misma iglesia incluso, para poder hacer “santo oficial” al santo de América. 

Lo que fue Romero para la Iglesia de América latina, en concreto para la Iglesia salvadoreña, lo está siendo también ahora el papa Francisco para la Iglesia universal. El modo diferente y el estilo especial de ser obispo de Romero, lo está también llevando a cabo el papa Francisco, con su nueva manera de ejercer el pontificado, dando a entender con su actitud, que se puede ser papa de manera diferente, que no estamos condenados a tener papas al margen del evangelio, sino que se puede ser papa desde el estilo del evangelio y desde Jesús. Ambos han tenido actitudes diferentes, uno como obispo y otro como papa. 

San Romero fue el obispo de los pobres y para los pobres, fue el obispo donde los más necesitados e incluso “tirados” de El Salvador, podían encontrar un refugio, podían encontrar alguien que les escuchara, que les defendiera, que sacara la voz por ellos y por sus derechos como persona. En Romero encontraron no un obispo, sino un pastor que es amigo de ellos, un pastor que da la vida por sus ovejas al estilo de Jesús. Romero fue un obispo que “olía auténticamente a oveja”, parafraseando al papa Francisco, y ese olor a oveja le costó la vida. Pero ese olor a oveja especial le hizo no solo ser sensible a los más pobres, sino que le hizo ser especialmente querido por su pueblo.

“No era un obispo al uso”, me decían las gentes de Arcatao, un pueblo castigado por la guerra, perteneciente al departamento de Chalatenango, cuando tuve ocasión de compartir con ellos un tiempo. Ese no ser un obispo como los demás hacía no que la gente no le respetara, como pueden pensar algunos, sino que precisamente por ser así era no solo respetado por el pueblo sino especialmente querido, valorado y admirado.

Para Romero eso era lo más importante, estar cerca de los que nadie quería, “ser voz de los sin voz”, y por eso hizo de su ser obispo no una vanagloria sino un puro servicio. De ahí que el papa Francisco, en su proceso de canonización que le llevo a ser santo reconocido, dijera que Romero no había hecho milagros, porque el gran milagro de Romero fue su propia vida. Lo que le ha hecho ser santo es haber sido capaz de entregar su vida a diario por el pueblo salvadoreño, aunque el final fuera la entrega especial delante del altar de aquella capilla del hospitalito, mientras celebraba la Eucaristía. Romero por eso podría haber sido asesinado en cualquier parte del país, porque siempre habría estado celebrando la Eucaristía, su vida era propiamente una Eucaristía. 

La canonización de Romero sorprendió a un sector de la Iglesia, para el que Romero era solo una especie de revolucionario, alguien que soliviantaba a las masas, alguien que utilizaba a la gente para llevarla a su terreno. Pero la Iglesia auténtica, representada en el pueblo de Dios, es la que no solo recibió de buen agrado esta noticia, sino que fue la que le aupó a los altares desde el comienzo.

Puedo dar fe porque tuve el honor y la gracia de compartir ese momento en Roma hace cinco años: todo el Salvador era una fiesta, y Roma estaba llena de salvadoreños, pobres pero llenos de vida, que habían ido hasta Roma para ver como su obispo era por fin reconocido oficialmente como santo. Cuando lo nombraron, todos los que estábamos en la plaza de San Pedro sentimos un fuerte escalofrío en nuestro cuerpo, cuando vimos bajar su foto en la fachada de San Pedro, algo por dentro de nosotros vibró de modo especial. Por fin veíamos y sentíamos que San Romero de América era reconocido como tal por la Iglesia de Roma, y en el centro de ese reconocimiento, sin duda la labor y el tesón de nuestro papa Francisco. 

Similar al vuelco que supuso la manera de ser obispo de Romero, ha sido el vuelco que está suponiendo la manera de ser papa de Francisco. Si Romero fue un obispo del pueblo y para el pueblo, Francisco está siendo un papa especial para nuestra Iglesia. La cercanía y el cariño de Romero, es la cercanía y el cariño de Francisco. Desde el mismo momento de su elección, Francisco ha demostrado que la Iglesia puede cambiar, que la Iglesia no puede ser una institución cerrada en sí misma y en sus problemas, sino que la Iglesia está llamada a “salir hacia fuera” y a estar cerca de lo que él llama “los descartados”. “La Iglesia en salida “ a la que se refiere Francisco, es la Iglesia que predicaba Romero por los pueblos de El Salvador. Esa Iglesia en salida que está preocupada de los más necesitados, de los “descartados”, del “pobrerío” o en palabras de Jon Sobrino, “de los crucificados”. 

Francisco está demostrando que “no es un papa al uso” porque para él los primeros son como para Romero y para Jesús, los más pobres del planeta. Francisco es el papa preocupado de manera especial por aquellos hombres y mujeres machacados por la pobreza de sus países y que van llegando a Europa, buscando un futuro para ellos y para sus familias. El mundo de los inmigrantes cobra en Francisco un sentido y un papel muy importante. Es el papa preocupado especialmente de ellos, es también, como Romero, la voz para los inmigrantes, porque es el papa que denuncia la injusticia que supone que miles de seres humanos tengan que abandonar sus países buscando ser felices, buscando simplemente vivir. Es quizás la única voz que este momento con fuerte contundencia está denunciando este fenómeno atroz e injusto de nuestra sociedad.

Si Romero paseaba por las calles de El Salvador, si entraba en las casas de los pobres y compartía con ellos, Francisco es el papa de la cercanía, el papa de los gestos especiales y sencillos hacia los demás. No tiene ningún pudor en lavar los pies a los presos el día del jueves santo, o recibir con cariño a quien se lo pide en su mismo despacho. No duda en contestar las cartas de la gente más sencilla, de los presos de la cárcel o de cualquiera que necesite de una palabra de aliento o de cariño. El papa Francisco ha dejado de ser “Su Santidad” para pasar a ser el hermano Francisco. Ha pasado de ser “el inquilino de los palacios vaticanos”, a ser el que vive en una residencia modesta de religiosas, con más sacerdotes, donde se puede tener acceso a él de manera sencilla. 

"El papa Francisco ha dejado de ser 'Su Santidad' para pasar a ser el hermano Francisco. Ha pasado de ser 'el inquilino de los palacios vaticanos', a ser el que vive en una residencia modesta de religiosas, con más sacerdotes, donde se puede tener acceso a él de manera sencilla"

Romero dejó de ser “el Señor Obispo” para pasar a ser el obispo de los pobres, y el papa Francisco ha recogido también ese mismo testigo: es el papa dispuesto a acoger en el seno de la Iglesia y en su propia casa, a aquellos que quizás nadie quiere, a aquellos incluso que todavía algunos sectores de la propia Iglesia critican y juzgan. No es un papa “permisivo” como parecen insinuar algunos, es un papa “pastor y hermano”, es también un “papa que huele a oveja”.

Con sus homilías, Romero consiguió catequizar de manera sencilla al pueblo sencillo y pueblo salvadoreño. Cuentan que cuando celebraba la Eucaristía dominical en la catedral de San Salvador, todo el país se paralizaba y todos escuchaban desde cualquier parte de El Salvador, las palabras del Arzobispo Romero. Además su lenguaje llano y sencillo hacía que llegara especialmente al pueblo. No pretendía sorprender a nadie con grandes palabras, Romero sorprendía por sus hechos, lo realmente sorprendente de Romero no eran sus palabras sino sobre todo su propia vida, su milagro como dice Francisco. 

Los discursos del papa Francisco son también similares, su única pretensión es “”llegar a la gente”, es transmitir el amor que Dios nos tiene a todos, es hacernos comprender que la Iglesia tiene que ser una comunidad acogedora y misericordiosa donde todos podemos estar y participar. Y eso amparándose no en sus propias palabras, sino en el mismo Evangelio. Y eso mismo lo está haciendo desde los nombramientos atrevidos de obispos cercanos, y desde intentar acercar la Iglesia al pueblo. Intentando además en todo momento no escurrir el bulto de los grandes problemas por los que atraviesa la Iglesia universal. 

Romero caminaba por las calles de El Salvador como el papa Francisco camina por las calles de Roma; igual que no sabía de protocolos Romero, tampoco sabe de protocolos Francisco. La periodista Elisabetta Piqué, así lo dice en su libro “Francisco, vida y revolución”. Cuenta como la misma noche después de ser elegido papa, sonó su móvil: “Hola, ¿Elisabetta?, la voz es inconfundible. No puedo creerlo, pero es él, el padre Jorge, el Papa. Sabía que iba a llamarme en algún momento: es más había estado pensando: “¿cómo lo voy a llamar ahora”? y que no me iba a salir decirle “santo Padre”. Nunca me imaginé que llamaría tan rápido. El padre Jorge, Francisco, es el mismo de siempre. Soy Feliz”.

Monseñor Romero

A los cinco años de la canonización de Romero, volvemos por eso a recordar y actualizar ese momento, y a hacer de él un momento muy especial para nuestra Iglesia. Monseñor Romero, voz de los sin voz, pastor del pueblo, continúa vivo y resucitado donde siempre quiso estar, entre su pueblo, “ si me matan resucitaré en el pueblo salvadoreño”, y ciertamente así es. Ojalá que su martirio sea ejemplo para todos, ojalá que no sea solo una “buena acción” sino que siga siendo un revulsivo para nuestra iglesia, tantas veces acomodada. 

El papa Francisco tuvo el atrevimiento y la osadía de canonizar a Romero porque se sentía también identificado con él, porque el papa Francisco descubrió que la Iglesia tenía una deuda importante con Monseñor. Fue la misma Iglesia la que durante muchos años silenció su vida y su testimonio, tachándolo de agitador y de “comunista”, y ha sido la misma Iglesia, representada nada menos que por el sucesor de Pedro, la que ha rehabilitado a Romero. Ambos han lavado los pies del pueblo, y ambos se han dejado lavar los pies. “El lavar los pies es el gesto que nos identifica como cristianos”, “Para mí ese gesto es tan importante que yo también quise lavar los pies a los presos, y asi lo he hecho desde entonces.    

Monseñor Romero ahora, cinco años después, nos sigue sonriendo, y sigue sonriendo al papa Francisco por su atrevimiento. Sentimos que nos sigue bendiciendo y protegiendo, sentimos que su palabra y su testimonio permanece vivo, en cada rincón de El Salvador, en cada casa de cada campesino, y en cada rincón de nuestra Iglesia. Sentimos que Romero no es un personaje histórico sino que es parte de nuestra Iglesia, de nuestra comunidad y de nuestra vida. 

Gracias Monseñor por estar con nosotros, gracias por ser un obispo diferente, gracias por ser un obispo al estilo de Jesús de Nazaret. Te pedimos que sigas rezando por nosotros, que tu vida siga siendo para nosotros un acicate del seguimiento del maestro. No olvides al pueblo salvadoreño ni a los que creemos que otra Iglesia y otro mundo son posibles, mucho más evangélicos. Ayúdanos a transmitir siempre la felicidad que tu nos has dejado, ayúdanos a no condenar a nadie por su manera de ser, pensar o vivir, sino a acoger a todos como tu lo has hecho siempre. 

Gracias papa Francisco por tu cercanía y cariño para todos, gracias por “jugártela” como se la jugó Romero, gracias por no importante “el qué dirán sino seguir siendo fiel al Evangelio. Como tú dices siempre, rezamos por ti , como también nos lo pediste desde el mismo momento en que saliste al balcón de San Pedro recién elegido. Pero también te pedimos que sigas tu rezando por nosotros y por toda la Iglesia. 

Y de nuevo las entrañables palabras de San Romero de América, “con este pueblo no cuesta ser buen pastor”.

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