"El amor de Dios es un amor inconmensurable, tanto como el de Jesús hacia la gente poco recomendable" Mumu en su laberinto

Banderas gays en el Vaticano
Banderas gays en el Vaticano

"Mumu es como el bueno de mi cuñado: cuando le dices, con la ingenuidad que te es propia, que el amor de Dios es un amor inconmensurable, tanto como el de Jesús hacia la gente poco recomendable, le salta el automático mental y te suelta un rollo macabeo que te deja tieso"

"Bendecir a la Legión con todas sus pistolas y todas sus cornetas y todas sus cabras parece un poco más difícil. Y se bendice"

"Pero a Mumu lo de los gayes le parece una proeza descomunal, imposible y sinsentido"

"Yo creo que, en general, el bueno de Mumu habla de sus demonios, por decirlo con claridad, jeje. Va a su bola, con la cabeza en otro lado y siempre a punto de cruzar el semáforo en rojo. ¡Cuidado Mumu!"

Cuando, en la cena de Navidad, dije, inopinadamente y como de pasada, que el solomillo estaba duro como una piedra, mi cuñado me tocó en el codo con presteza para ilustrarme en algo que no entendí: la dureza no existía; era una percepción subjetiva, dado que toda materia era energía, etcétera. Me lo invento; algo así. Me quedé igual: a mí el solomillo me pareció duro, en todo caso.

Mumu es como el bueno de mi cuñado: cuando le dices, con la ingenuidad que te es propia, que el amor de Dios es un amor inconmensurable, tanto como el de Jesús hacia la gente poco recomendable, le salta el automático mental y te suelta un rollo macabeo que te deja tieso; un discurso magistral -puesto que entonces deviene en maestro además de ser monseñor- y no apto para laicos de mierda. Laicos a los que, ya para empezar, nos cuesta entender la correlación entre Dios y un desharrapado sanguinolento, dicho sea de paso.

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Bendiciones homosexuales
Bendiciones homosexuales

Pero al poco, tras el aparatoso efecto epatante de su intervención, a nosotros el amor de Dios nos sigue pareciendo lo más raro del mundo. Y lo más interesante, también. Y Mumu, que no es tonto, hace un mohín y piensa que igual tiene que fundar otra radio u otra televisión o, incluso, una nueva red social para repensar su capacidad divulgativa y adaptar su saber catequético al signo de estos tiempos estultos en los que la masa se regodea como lo hacen los cochinos en su fétido lodazal.

Así que es un cilindro memorable, cada vez más memorable, pero cuyo efecto tiende a cero, puesto que nos sigue pareciendo que el amor de Dios es como un superpoder y ya está todo dicho; un superpoder en el que el Todopoderoso, o alguien en su nombre, se aplicó y se aplica con putas y pobres, con locos y borrachos, con tirios, troyanos y fariseos. Pobres y fariseos como yo y como Mumu, por cierto.

Bendecir a las parejas homosexuales, hablar bien de ellas, a mí, que no soy más que una mierda de laico de mierda, con más defectos que peces en la mar salada, ya me parecía que, en este contexto tan doméstico de esta esquinita de la humilde galaxia de protección oficial que nos ha tocado en suerte, estaba tirado para Dios Todopoderoso. Y ahora va y resulta que la sacrosanta Congregación para la Doctrina de la Fe (que, dicho así, de carrerilla, hace que te recorra un escalofrío por el espinazo: la Congregación para la Doctrina de la Fe), nada menos, piensa lo mismo que yo ya pensaba antes que ellos, ¿no es maravilloso?: como le pasó al insensato de Galileo, me pasa a mí.

En todo caso, seamos sinceros: bendecir a la Legión con todas sus pistolas y todas sus cornetas y todas sus cabras parece un poco más difícil. Y se bendice. -Quítame de aquí estas pajas-, parecen pensar allí en Lo Alto.

La cabra de la Legión

Pero a Mumu lo de los gayes le parece una proeza descomunal, imposible y sinsentido y, claro, los laicos como nosotros, menores de edad y retrasados mentales, pero que ya nos hemos fijado una imagen simbólica superheroicizada de ese Dios Todopoderoso, le oímos a Mumu rezongar y nos quedamos igual que cuando las vacas miran al tren pasar.

Porque cuando Mumu habla en filigranés y nos sugiere escuchar su monotema, a los laicos de mierda -laicos que creemos que bendecir es como si Dios, si es que existe, que éste es también un clásico entre nosotros, malditos depravados, nos estuviera diciendo: “venga, hombre (de Dios), tira para delante, que si ese puede, tú también” y así vamos, a trompicones- nos parece que Mumu está pensando más bien en sus cositas, esas cosas de cintura para abajo que le traen a maltraer, que le preocupan tanto a él, no a nosotros y menos a Dios, y que le quitan el sueño por las noches.

Yo creo que, en general, el bueno de Mumu habla de sus demonios, por decirlo con claridad, jeje. Va a su bola, con la cabeza en otro lado y siempre a punto de cruzar el semáforo en rojo. ¡Cuidado Mumu! ¿En qué piensas y dónde te encierras Mumu, tan ensimismado y cada vez más solo?

Pobre Mumu.

El otro día, ante el Cristo crucificado de mi habitación, me dio por pensar en cómo la iconografía de la cruz ha devenido en el símbolo cristiano por excelencia y como del dolor de un hombre hemos destilado dos líneas que se cruzan, en los suelos, en las piedras, en los tejados, en la planta de las iglesias, rozando el cielo en la cima de las montañas, rascando las entrañas de la tierra en los ataúdes sencillos o historiados, en los confesionarios de madera oscura y en el gesto que hacemos cuando nos santiguamos, antes de acercarnos a ellos. Dos simples trazos cruzados sobre un papel. Símbolos todos ellos del amor de Dios, originados en el sufrimiento de ese hombre en el que, en su perfección como hombre, queremos ver a Dios desde hace dos mil años, ya.

Cruz del peregrino

Y lo miramos y lo buscamos en esos mismos símbolos que han evolucionado en todo este tiempo hasta las líneas sencillas con las que los analfabetos firman; hasta las marcas de cantería que se cruzan en las lápidas de los muertos, o con las que se identifican sus canteros y que nos hablan indefectiblemente de anhelos de trascendencia -o experiencias de fe- como los de tantas mujeres y hombres que nos han precedido.

De modo que vemos la cruz en el pecho del peregrino y vemos al ser humano mismo, tan pequeño y vulnerable, diminuto como la hormiga diminuta, ante la grandeza de la creación. Y entonces, pensamos que más nos vale estar bendecidos por lo que pudiera suceder y así, en medio de este guirigay, lo que diga Mumu, el pobre Mumu, nos entra, pedazo de brutos, por un oído y nos sale por el otro, porque -nos obligamos a reconocer- si el amor de Dios no está por encima de estas cosas tan terribles que dice Mumu, ni es amor del cielo, ni es superpoder, ni es nada.

Y si Mumu dice estas cosas igual es porque ya no cree en Dios. O porque sabe que no existe y puede soltar las blasfemias que le dé la gana porque ya todo da igual.

Y creo que el papa, cuando pide la protección divina para los homosexuales o para todos los zumbados como yo que se le cruzan por delante, solo nos está recordando que Dios -si es que existe, ojo- es la esperanza, spes única, de toda esta tropa de colgados y desnortados que constituimos la humanidad entera.

Pero Mumu, no, pobre Mumu. Mumu, impasible el ademán, muy seguro de sí mismo, más diamantino que el propio diamante, pura energía pero nada más (según mi cuñado), nos suelta una filípica tan vacía, un peñazo tan desesperanzador y victimista que no solo no consigue convertirse en la vacuna curandera -que él anhela descubrir, como el trasunto de un nuevo Pasteur- de todos los que andan sueltos por ahí saltándose los estrechos márgenes de su dogmatismo, sino que, descabezados y sin pastor, tampoco puede evitar que sigamos haciéndonos las mismas preguntas que antes de su llegada a este mundo (la de Mumu): ¿en qué piensa Dios para querernos a lo loco? ¿cuál es el sentido de la existencia? ¿qué ocurre, qué experimentamos cuando también nosotros intentamos amar como ama Él? ¿quién es Mumu para hablarnos así? ¿cuánto cuesta una Coca-cola?

Nota aclaratoria: En la escueta nota de felicitación navideña que Religión Digital publicó bajo el título “Mumu y el amor”, de la que yo también soy autor, la aclaración entre paréntesis que aparece tras la primera vez que se cita a Mumu “(Müller-Munilla)” y que interpreta este nombre como pseudónimo del cardenal Müller y del obispo Munilla, no es, sin embargo, original mía; es una interpretación de RD de la que no me puedo hacer responsable. Siguiendo este mismo hilo argumental, deducir, por tanto, que Müller y Munilla son Mumu es un atrevimiento que no me compete. Que los  nombres de ambos aparezcan en el párrafo introductorio junto con el de Sanz, no significa que haya una relación entre ambos y Mumu. Asimismo, la fotografía que ilustra la nota es una decisión de RD, que me place, pero de la que yo no he participado. 

Munilla

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