La Iglesia después de la pandemia Nicolás Pons, sj: "La humanidad nunca se ha batido en retirada"

Reapertura del culto en Galicia
Reapertura del culto en Galicia

"Las cifras de contagiados y de fallecidos estremecen a ambos hemisferios, a todos los países, a todas las familias, a todos los individuos, incluso a los reducidos y escondidos pueblos indígenas del planeta"

"Rodando y andando a la greña, en ese removido globo en que vivimos y morimos, van arremolinándose ritos y liturgias, estilos y nuevas formas en el hablar, programar y construir, en  la traza de las imágenes, en el amaneramiento de las vestiduras, en las permisiones o conminaciones de los Concilios"

"¿Por qué la Iglesia actual está inmóvil y es incapaz del cambio que le exige la historia?"

La Covid-19 es un ente patógeno, que “sensim sine sensu” ha ido infundiendo a todo el mundo pavor, rabia, desconcierto, y en todas partes declaración de guerra a muerte contra ella. Las cifras de contagiados y de fallecidos estremecen a ambos hemisferios, a todos los países, a todas las familias, a todos los individuos, incluso a los reducidos y escondidos pueblos indígenas del planeta. Ni los más sabios, ni los más audaces e ingeniosos políticos que gobiernan los pueblos, ni tampoco quienes predican los misterios del más allá en sus diversas religiones, han podido predecir o explicar qué busca y qué pretende este robot insignificante, que sólo se deja sentir por los muertos que deja.

La humanidad, sin embargo, nunca se ha batido en retirada, pues de su Creador recibió un deseo imperioso de vencer, como también la destreza y el coraje imparable por descubrir. A todo ello, también recibió el hombre el don de su inteligencia, imaginación e ingenio. De esta forma, ha podido llegar a grandes metas que al principio parecían inalcanzables y al final se consiguieron. Esperemos así que la victoria contra el virus del 2020 sea una meta palpable y real.      

Mientras tanto, es curioso reconocer en ese interim cómo la humanidad no apareció de repente como un ser perfecto y teniendo a mano todos los requisitos que con el tiempo ha usado y la han enaltecido. El hombre se fue realizando y perfeccionando a base de etapas, a base de ensayos, de razonamientos, de manipulaciones y también de tumbos e incluso de fracasos. Y así la humanidad ha vivido sus diversas etapas, que hemos  llamado después las edades del hombre.

Pentecostés
Pentecostés

Pero, de aquí recordamos cómo nuestra Madre, la Iglesia, en su caminar de tantísimos siglos, y con la predicación de sus grandes verdades, ha ido incorporándose a esa ruta maltrecha y cambiante. Y con los medios de que podía disponer, ha ido proclamándose maestra y madre, e incluso cirineo de todos los pueblos. Y a través de tantas lenguas, como el día de Pentecostés, ha ido ofreciendo a todos los pueblos el mensaje de Jesucristo. Menuda tarea la de la Iglesia, su deseo (y su deber) de acercarse a tantísimos pueblos y razas, y por ende a todos los idiomas del mundo, teniendo que asumir recursos nuevos y mediaciones desconocidas, siempre novedosas, a fin de poder entrar en países desconocidos e incluso en tribus o ranchos ocultos y lejanos. 

Es más, a cada nuevo siglo ha de pencar con las novedades que cada siglo conlleva y de las que la Iglesia no puede prescindir, pues navega dentro del mismo barco que la raza humana. Y así rodando y andando a la greña, en ese removido globo en que vivimos y morimos, van arremolinándose ritos y liturgias, estilos y nuevas formas en el hablar, programar y construir, en  la traza de las imágenes, en el amaneramiento de las vestiduras, en las permisiones o conminaciones de los Concilios, en las iniciativas y encíclicas de cada Pontífice, en el carácter de los distintos obispos, en las mudanzas,  nuevas directrices y poses de la vida religiosa, etc., siempre con la idea de que “aunque la garza vuele muy alto, el halcón la mata”.

Papa Francisco firma la Fratelli Tutti
Papa Francisco firma la Fratelli Tutti

En una palabra, la Iglesia en cada siglo ha de convertirse en la Iglesia de este siglo, manteniéndose en cada tiempo y lugar la inviolable e intocable figura de Nuestro Señor Jesucristo y lo que conlleva en su doctrina.  Ahora, los medios y los que dirigen esta barca, que es el mundo, vocean esperanzados la noticia de que al fin se ve en lontananza la inesperada desaparición del coronavirus. Si así fuera, estaríamos cerrando un capítulo ominoso de nuestra historia que por desgracia, como en una guerra cara a cara, nos ha dejado no solo un campo inmenso de muertos, sino también nuestras economías lastimadas, maltratados los estudios de nuestros jóvenes, interrumpidos a mansalva tantos proyectos que uno tenía a mano, mientras todos hemos tenido que sufrir un nebuloso encierro en nuestros estrechos hogares a una con nuestros inquietos y tambaleantes nenes, nuestros preguntones ancianos y nuestros animales llamados de compañía.

Todo eso, días y días y semana tras semana, mientras se insinuaba que, si salíamos de ésta, iba a empezar a bombo y platillo la era de los grandes cambios, porque a unos los habría arrasado la COVID-19 y a otros los habría ensalzado, pues ya estaban en gestación o recién nacidos. Tales  como el internet, la inteligencia artificial, los móviles, los ordenadores, los satélites, los drones, las farmacéuticas y otros artilugios que van a descomponer o tal vez componer nuestras vidas que hasta ahora han sido para tantos tan míseras.

Era del coronavirus
Era del coronavirus

Todo ese entramado de acontecimientos y con todo lo que hemos podido descubrir y analizar personalmente con el regalo de tantas horas baldías y por eso mismo llenas de pensamientos, pesares y planes, hará que mucho se mueva en nuestro modo de vivir y de encarar la vida que Dios todavía nos concede. Cierto que (como se dice) cambiará la sanidad, la enseñanza, el periodismo, la política, el modo de entender la inmigración, la sociedad, tal vez la familia, etc.

Pero, queda una pregunta que preocupa a muchos, sobre todo a los creyentes. ¿Va a cambiar de alguna manera la Iglesia, siempre pura aglomeración, reunión, procesión, invitación, orden, directrices, tumulto, invitación, coloquio, sumisión, abrazo, beso? La pandemia  actual nos obliga a todos a cambiar. El camino del cambio y el perfeccionamiento fue la guía de la historia de la humanidad. La misma Iglesia, a través de los siglos, fue cambiando para hacer posible en cada siglo la proclamación del mensaje de Jesús.

¿Por qué la Iglesia actual está inmóvil y es incapaz del cambio que le exige la historia?¿Cómo queda la administración de los sacramentos de la Penitencia, el Bautismo, la Confirmación, el Matrimonio, etc.? Y cómo van a quedar las grandes peticiones y exigencias del laicado, la ordenación sacerdotal de la mujer, la re-admisión del sacerdote que contrajo matrimonio, la admisión del hombre casado que quisiera ordenarse sacerdote?

La mujer en la Iglesia
La mujer en la Iglesia Agencias

¿Cómo van a quedarse las Parroquias, de cada año con menos sacerdotes o tal vez con ninguno, una vez que incluso los religiosos, o clero regular, ya no puede dar una mano al clero diocesano al cual había estado colaborando desde hace unos treinta o más años, pero que también ahora vive en quiebra de vocaciones?   

¿Vale predecir que todo continuará como antes? ¿Que Dios proveerá, mientras tanto? Cierto que todo corre bajo las instancias de Dios, como expresó el historiador y orador latino, Tácito: regnator omnium Deus. Pero, esto no quita que esta Iglesia nuestra, llamada militante, con la ayuda del Espíritu, tenga que “militar” realmente en estos pagos nuestros  a favor del  reinado de Jesucristo.

Y, ¿no será la hora de escuchar otras voces, de cambiar de chip, como se dice vulgarmente, de invitar a nuestra mesa otros comensales que nos insinúen y propongan rutas nuevas, soluciones nuevas, respuestas y medidas nuevas o hallazgos que nos resuelvan esta inacción o sordomudez, o invalidez, causa de nuestros miedos y cerrazón? Que a cada momento nos obliga a decir: ”Benedicite, benedicamus, que no vengan más que los que estamos”.   

Funeral en La Amudena por las víctimas del Covid-19
Funeral en La Amudena por las víctimas del Covid-19

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