"Dios no se sirve de vínculos que oprimen" ¿Obediencia o colonización? Repensar las relaciones en la vida consagrada

Colonización emocional
Colonización emocional

"La mayoría de las personas que inician un camino en la vida consagrada lo hacen con un deseo sincero de seguir a Jesús; llegan con el corazón dispuesto, con ideales altos y una sed profunda de Dios"

"El problema empieza a surgir cuando la fragilidad personal se une a formas rígidas de ejercer la autoridad, y lo que comenzó como vocación termina siendo escenario de vínculos abusivos, silenciosos, difíciles de nombrar"

"En psicología hay un término que da luz a estos funcionamientos, que es 'colonización emocional'"

"La vida consagrada puede ser un camino fecundo de encuentro con Dios y con los demás… no hay verdadera comunión donde hay colonización. Dios no se sirve de vínculos que oprimen"

La mayoría de las personas que inician un camino en la vida consagrada lo hacen con un deseo sincero de seguir a Jesús, de entregarse al servicio de los demás, de vivir el Evangelio con radicalidad. Llegan con el corazón dispuesto, con ideales altos y una sed profunda de Dios. Pero todos llevamos una historia, una personalidad, heridas que no siempre son conscientes, modos de vincularnos que se formaron mucho antes de que pronunciáramos nuestros votos.

Con el tiempo, la vida comunitaria, el reconocimiento, los cargos y las responsabilidades pueden activar dinámicas complejas, donde se pone en juego nuestra persona. Algunos empiezan a sentirse importantes, necesarios, indispensables al tener algún cargo. Otros, se apagan interiormente, se someten o se adaptan en exceso para no perder el lugar que han logrado.

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El problema empieza a surgir cuando la fragilidad personal se une a formas rígidas de ejercer la autoridad, y lo que comenzó como vocación termina siendo escenario de vínculos abusivos, silenciosos, difíciles de nombrar. Por eso, más que juzgar, es necesario comprender. Y sobre todo, discernir, porque no siempre advertimos que, bajo ciertas formas de ejercer la autoridad, pueden esconderse dinámicas vinculares que dañan. No hablamos de abusos visiblemente escandalosos, sino de formas más sutiles de maltrato emocional, donde el miedo, la necesidad de ser reconocido y el deseo de agradar terminan anulando la libertad interior.

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Hay personas que movidas por la admiración o por el peso de una autoridad religiosa (una superiora, un formador, un director espiritual), comienzan a inhibir su pensamiento crítico. Callan lo que piensan por miedo a decepcionar. La angustia frente a la mirada del otro se vuelve una brújula. Se vive pendiente de si el otro está conforme, alegre o distante. Y  desde ahí, muchas veces, se desarrolla una identidad que no brota de la verdad del propio ser, sino de la necesidad de agradar.

Este tipo de relaciones están marcadas por una forma de dependencia afectiva: el otro, quien ostenta autoridad para mí,  puede llenarme de gozo o paralizarme. Cuando esa conexión genuina se interrumpe, la persona siente que se desregula, incluso, existencialmente. Y muchas veces someterse al otro es más tolerable que afrontar la angustia del abandono o el rechazo.

En psicología hay un término que da luz a estos funcionamientos,  que es  “colonización emocional” (H.Bleichmar). Se refiere a un proceso en el que alguien actúa, siente y piensa según los deseos y criterios de otro, sin advertir que ha perdido su propio eje. No es manipulación consciente. Es un entramado sutil y poderoso, donde la subjetividad queda tomada por la del otro. Y esto sucede cuando se favorecen posiciones jerárquicas rígidas, en las que el “colonizador” necesita ser admirado para sostener su propia autoestima, mientras que el “colonizado” necesita aprobación para sentirse digno de pertenecer.

María Milagrosa Pérez
María Milagrosa Pérez

"La colonización emocional sucede cuando se favorecen posiciones jerárquicas rígidas, en las que el 'colonizador' necesita ser admirado para sostener su propia autoestima, mientras que el 'colonizado' necesita aprobación para sentirse digno de pertenecer"

El problema surge cuando el vínculo se vuelve asimétrico, rígido, y no deja lugar a la diferencia. Cuando solo hay espacio para quienes piensan igual o no cuestionan, porque uno piensa por todos. Cuando se pierde la posibilidad de disentir sin ser excluido. Y cuando el dolor que esto provoca se espiritualiza, haciéndolo invisible incluso para la propia persona que lo sufre.

Es importante abrir caminos, creando espacios de diálogo donde se puedan pensar los vínculos, donde la obediencia no sea ciega, y donde la pertenencia no exija silencio. No basta con decirle a alguien que deje de someterse: es necesario acompañar las angustias que sostienen esa sumisión, qué heridas reactivan, qué miedos refuerzan, qué posibilidades abren. No se trata de condenar personas, sino de comprender procesos.

"Abandonar un vínculo colonizador implica tocar fibras muy profundas de la propia historia, y en casos de personas de fe, tocar su propia relación con Dios"

Abandonar un vínculo colonizador implica tocar fibras muy profundas de la propia historia: el apego, el miedo al rechazo, el deseo de ser amado, la necesidad de sentirse parte, y en casos de personas de fe, tocar su propia relación con Dios.

La vida consagrada puede ser un camino fecundo de encuentro con Dios y con los demás. Pero ese camino solo es auténtico si promueve la libertad interior, si reconoce la dignidad del otro, si permite disentir sin castigo, y si cuida a cada persona en su singularidad. Porque no hay verdadera comunión donde hay colonización. Necesitamos comunidades donde la escucha sea más importante que el control, donde la autoridad se ejerza como cuidado y no como dominio, donde podamos disentir, sin sentir que eso nos aparta del amor de Dios.

Dios no se sirve de vínculos que oprimen, ni habla a través de voces que paralizan; no somete, no silencia, no exige uniformidad.  Dios nos llama por nuestro nombre, acoge la diferencia, se conmueve con la fragilidad, y sana desde dentro.

"La vida consagrada puede ser un camino fecundo de encuentro con Dios y con los demás. Pero ese camino solo es auténtico si promueve la libertad interior, si reconoce la dignidad del otro, si permite disentir sin castigo, y si cuida a cada persona en su singularidad"

Y en este tiempo, más que nunca, estamos llamados a ser testigos de una espiritualidad que abraza la verdad y convierte el conflicto en camino de transformación. Somos llamados a construir una Iglesia que no se aferre al poder, sino que ponga el cuidado del otro por encima del control, y la comunión por encima de la uniformidad.

Ser testigos hoy es atrevernos a vivir relaciones más humanas, más libres. No dejemos de creer que otra forma es posible. Y así nos reconocerán: no por nuestras palabras, sino por el amor de unos con otros.

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