"Ocupar el lugar de Dios negando su bendición a quien la busca sería de una soberbia escandalosa" Padre Damián: "Las parejas en situaciones irregulares y del mismo sexo han vivido demasiado tiempo en un pesebre frío y escandaloso"

La polémica de las bendiciones
La polémica de las bendiciones Foto de Jack Sharp en Unsplash

"Muchos creyentes, hijos amados del Padre, acudían más con temor y temblor a la casa de Dios que con la esperanza de saberse amados y abrazados en la realidad que les habita. No por Dios, que siempre fue y será Amor, sino por nosotros, sus ministros, que durante demasiado tiempo nos hemos sentido poseedores de su bendición y la hemos administrado como si fuésemos dueños, ocupando el lugar de Dios"

"El padre de la parábola no pregunta nada, casi no deja que el hijo hable, solo abraza, conoce la verdad de su corazón. Ese abrazo silencioso y lleno de ternura es el que muchos pedían a la Iglesia. ¡Qué menos!"

Las parejas en situaciones irregulares y las parejas del mismo sexo no tenían sitio en la «posada» de las bendiciones según su comprensión clásica, estrechamente vinculada a la perspectiva litúrgica. Han vivido demasiado tiempo en un pesebre frío y escandaloso. Esa era la realidad hasta hace pocos días, pero la Gracia de Dios, su misericordia y la acción de su Espíritu siempre sorprenden.

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Lo cierto es que muchos creyentes, hijos amados del Padre, acudían más con temor y temblor a la casa de Dios que con la esperanza de saberse amados y abrazados en la realidad que les habita. No por Dios, que siempre fue y será Amor, sino por nosotros, sus ministros, que durante demasiado tiempo nos hemos sentido poseedores de su bendición y la hemos administrado como si fuésemos dueños, ocupando el lugar de Dios.

Ahora, el Papa Francisco nos recuerda a todos los que hemos consagrado nuestra vida al servicio del Evangelio que nuestra tarea sigue siendo la de aprender del padre misericordioso de la parábola que sale al encuentro de su hijo pequeño y que, antes de hablar, de pedirle explicaciones o de reprender su conducta, lo abraza, lo besa, le devuelve la dignidad y lo invita a una fiesta. El padre de la parábola no pregunta nada, casi no deja que el hijo hable, solo abraza, conoce la verdad de su corazón. Ese abrazo silencioso y lleno de ternura es el que muchos pedían a la Iglesia. ¡Qué menos!

Es evidente que los sacerdotes no podemos ni debemos ser otra cosa que instrumentos del Amor y la bendición de Dios. Somos mediadores, no poseedores. Ocupar el lugar de Dios negando su bendición a quien la busca sería de una soberbia escandalosa. Ciertamente, algunos corazones necesitan un profundo ejercicio espiritual para dar paso de la soberbia a la humildad que supone dar, amar o bendecir, sin pedir nada a cambio. Confío en que el Niño Dios, al obligarnos un año más a mirar hacia abajo esta Navidad, nos haga descubrir la grandeza de hacernos servidores, «simples servidores de la viña del Señor».  

Reconozco que en mi vida sacerdotal la misión me ha configurado mucho en este sentido cuando me ha llevado por derroteros que desconocía, cuando me ha hecho callar y sentarme a contemplar el rostro de quienes se encontraban cansados, heridos o perdidos en las calles, en las chabolas o en los hogares de nuestro mundo.

¡Misión es lo que nos falta! En esas calles, en esas chabolas y en esos hogares di mi bendición a cuantos me la pidieron, vinieran solos o acompañados, tomados de la mano o abrazados a su mascota. También la di, y la doy, en mi parroquia, sin preguntar «para qué» o «por qué». De eso se encarga Dios. Lo que sí sé, porque lo he experimentado, es que la sola bendición sin aditivos, ni presupuestos, ni más palabras que las necesarias, supone para muchos una experiencia única de ese Amor de Dios que sale a su encuentro. Quizá nos sirva esta simple fórmula: «Bendice, Señor a tus hijos N. y N. que se acercan juntos a tu casa pidiendo tu luz y tu abrazo. Acógelos con tu amor. Que el Señor os bendiga en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo»; ni más, ni menos…

«Bendice, Señor a tus hijos N. y N. que se acercan juntos a tu casa pidiendo tu luz y tu abrazo. Acógelos con tu amor. Que el Señor os bendiga en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo»; ni más, ni menos…

Pronto, en la tierra, nace el Amor, y es muy esperanzador saber que la «posada» de la bendición ha ensanchado su capacidad de hospedaje. ¡Qué gran noticia os trae el Salvador!

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