Carlos Osoro recuerda al cardenal Amigo: "Era un hombre que entregaba esperanza" "Querido Carlos: siempre has querido primerear a los hermanos en el amor. Ésta ha sido tu gran batalla"

Carlos Amigo y Carlos Osoro, juntos
Carlos Amigo y Carlos Osoro, juntos

"Has recorrido muchos caminos, has estado en numerosos lugares, y como buen franciscano nunca esperaste a ser amado, sino que trataste siempre de hacer llegar a otros el amor que Nuestro Señor te había regalado"

"Igual que siempre que me veía, me dio ánimo para trabajar en el anuncio del Evangelio en estos tiempos apasionantes, como él decía"

Era un hombre que entregaba esperanza, entre otras cosas, porque él la tenía. Siempre tenía proyectos y buenos consejos. Cuando este miércoles supe de la muerte del cardenal Carlos Amigo, arzobispo emérito de Sevilla, me vino a la memoria una predicación suya: «¡Jesús, con tu misericordia, has salido a buscarme!».

A pesar de la inmensa pena por su fallecimiento, recordé con alegría el contenido que él daba a estas palabras, la hondura de su reflexión, su voz y sus gestos… ¡Al cardenal Amigo había que escucharlo y verlo a la vez!

Nuestro Señor nos invita una y otra vez a seguirlo. Aparece como aquel de la parábola del Evangelio que sale de madrugada, a media mañana, por la tarde, y busca obreros para trabajar en su viña. Te ha llamado para trabajar de otra manera, pero para seguir dando belleza a este mundo.

Hace muy pocos días fui a ver al cardenal Amigo a la casa de los Hermanos Franciscanos de la Cruz Blanca en Guadalajara y estuve bastante tiempo hablando con él. Lo encontré bien, animado, con ganas de conversar y recuperándose de la operación de cadera. Igual que siempre que me veía, me dio ánimo para trabajar en el anuncio del Evangelio en estos tiempos apasionantes, como él decía. 

Hoy quiero decir al cardenal Amigo lo que un día le oí: Dios Padre, cuando hemos tenido alguna circunstancia singular, nos envía a Jesús a buscarnos para ponernos en nuestro lugar, para sentirnos ubicados en la vida, para curarnos. Tú, querido hermano, incidías siempre en que la verdad más honda es que somos buscados por Jesús. Y así es: desde hace ya más de 2.000 años, Jesús nos precede, nos busca y nos espera. Hay momentos en la vida en los que se acelera el ritmo de nuestro caminar. El Señor aceleró el tiempo, te encontró y te dijo: «¡He salido a buscarte!».

Querido Carlos, por tu manera de ser y creo que también por el carisma que el Señor te regaló en la vida como franciscano, siempre has querido primerear a los hermanos en el amor. Esta ha sido tu gran batalla. Has recorrido muchos caminos, has estado en numerosos lugares, y como buen franciscano nunca esperaste a ser amado, sino que trataste siempre de hacer llegar a otros el amor que Nuestro Señor te había regalado. Lo hiciste en las tierras de Castilla en las que naciste y creciste; en los sitios donde estuviste estudiando; más tarde en Galicia como provincial de los franciscanos; después en Tánger como arzobispo, y también en Sevilla como arzobispo y cardenal.

En todas tus responsabilidades supiste decir a quienes te encontraste que es fundamental dejarse buscar y acariciar por Dios. Hoy el Señor te ha llamado y se ha hecho verdad aquello que, con fuerte voz, tú señalabas en la predicación: «¡Jesús, con tu misericordia, has salido a buscarme!». Viendo que las fuerzas se te terminaban para vivir en este mundo, has sabido responder con claridad, diáfanamente, de forma contundente: «Gracias, Jesús, por ensanchar tu mesa, por hacerme sitio, por acariciarme, darme la mano y lavar mis pies y por dejarme estar definitivamente contigo». 

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