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Los pecados “capitales del obispo"
De todos los cristianos se puede asegurar la condición de pecadores que desde los tiempos bíblicos del Paraíso Terrenal nos distinguió y caracteriza, por lo de la manzana, la serpiente y, por supuesto, la nefasta intervención femenina, con explícita y bochornosa mención para nuestra madre Eva.
Teológica y sacramentalmente, la práctica de la confesión es indispensable para reordenar la relación con Dios, por lo que también los sacerdotes y obispos han de acudir a los confesonarios. Todos los obispos, por tanto, se confiesan. Del actual obispo de Roma, el papa Francisco, hay constancia fotográfica, nítida y clara, difundida con su consentimiento por esos mundos de Dios, como ejemplo de humildad y de humanidad.
Confesar y confesarse es ministerio y misterio sagrado. Por lo que respecta a los obispos es –debiera ser- frecuente y veraz testimonio esencial de vida religiosa. En su organigrama de vida, la confesión propia y ajena, será ejercicio con contenido pastoral insustituible. Se aprende, y practica, mucha teología, confesándose y confesando, pese a que no sobreabunden en la praxis diocesana ni tiempos ni lugares destinados expresamente a ejercer tal misión episcopal. ¿Conoce usted a alguien que se confiese con su obispo? ¿Cuántas veces los vio interesados y practicando tan salvadora tarea? ¿Cuándo y cómo los vio confesándose ellos con otros sacerdotes?
Pero el hoy emérito obispo de San Sebastián-Donosti, don José María Uriarte, decidió recientemente hacerlo – y esta es la noticia-eje de mi comentario-, valiéndose para ello de una prestigiosa publicación, con capacidad amplia como para llegar a ser conocidas sus informaciones por creyentes e increyentes, españoles o vascos. De los pecados “capitales del obispo", destaco literalmente los siguientes:
“Admito -y condeno- el silencio culpable de la institución eclesiástica frente a la pederastia”. “No es ni justo ni evangélico tal silencio encubridor, sobre todo en nuestros días”. “Las víctimas estarán siempre, y de por vida, en el centro y eje de de las preocupaciones pastorales….”. “Por lo que respecta al tema de la mujer en relación con la Iglesia, como obispo me atengo a lo que la Iglesia dice en este punto”. “En cuanto a la eutanasia, refiero que es un asunto muy delicado: las personas que la piden merecen todo el respeto, porque hay mucho sufrimiento acumulado en ellas…”
Realmente no sé cual, y cuanta, penitencia le habrán impuesto al obispo los sacerdotes confesores que hayan tomado conciencia por la prensa, de la confesión de estos pecados episcopales, con el convencimiento de que la veracidad del sacramento está subordinada al “examen de conciencia, al dolor de corazón, al propósito de enmienda y además, y sobre todo, al de la reparación del daño -los daños- ocasionados.
Tampoco sé qué penitencia le habrán impuesto los sacerdotes confesores, -vascos o no vascos- al proclamar el obispo que “la de la Iglesia fue la voz que más insistió en la reprobación ética de la ETA”, con el reconocimiento de que “todas sus víctimas murieron injustamente”, poniendo especial acento y énfasis en el pronombre “todas”, con explicable y expresa referencia a las de un lado y a las del otro, como si al terrorismo como tal, ni eclesiástica ni penalmente pudiera permitírsele el lujo y la consideración de verse, contemplarse y juzgarse desde perspectivas y lados distintos…
Lamento tener que sugerirle al obispo emérito, que por el pecado concreto referente a la ETA, tal y como está redactado en su reciente “confesión publicada”, multitud de sacerdotes, no pocos obispos y mayoritariamente el pueblo de Dios, le exigirían a la Iglesia jerárquica vasca una actitud de arrepentimiento y propósitos de enmienda mucho más en consonancia con los santos evangelios y a favor de las víctimas. La ETA se meció –la mecieron- frecuente, y casi sistemáticamente, en la cuna de sacristías, de los noviciados y de las casas curiales y “religiosas”, y en su martirologio, por citar un ejemplo, no aparece ningún “reverendo”, ni ningún “ ilustrísimo” y “reverendísimo”.
No descarto en esta ocasión sugerirles a los prelados de la Provincia Eclesiástica Tarraconense, que reciclen y cristianicen sus aspiraciones patrióticas, dejando tranquila en su santuario-monasterio a la Santísima Virgen de Monserrat, “despatroneándola” de su advocación independentista de “catalana por la gracia de Dios” y no por la de unos políticos que hacen gala y uso de la religión como instrumento blasfemo de persuasión y de proselitismo.
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