Diálogo interreligioso: Nicea
El primer viaje internacional del papa León XIV y mis reflexiones como musulmán
"'Descanonizar' es un barbarismo no aceptado, aún…"
Quiero aclarar cuanto antes que, por la dúplice ventana ojival del diccionario y en relación con los términos de “súbito, ya, ¡“presto”¡, sin demora e inmediatamente, con los de “sospechoso, inseguro, con reparos, ambiguo y dudoso”, habrá de contemplarse “esta” Iglesia , si bien no precisamente desde perspectivas que se proclamen “eternas”.
A la luz de acontecimientos pontificios protagonizados - y por protagonizar- en los últimos tiempos en los que se hace frecuente y capital noticia el papa “emérito” Benedicto XVI, creo que serán de utilidad, estas consideraciones y sugerencias, con directa referencia a su antecesor San Juan Pablo II.
Demasiadas prisas y precipitaciones se detectaron y detectan en todo el proceso canónico que hizo posible la elevación al honor de los altares a Juan Pablo II. En los pasos y gestiones curiales caracterizados, por definición, de relevante, no caben las prisas y menos en el contexto reverencial eclesiástico de que “el tiempo no cuenta”. En él no caben las prisas. La santidad y su público, solemne y oficial reconocimiento, no es flor de un día. Ni de un eslogan, por feliz y concluyente que resulte, como el “¡Totus tuus¡”. Tampoco es fruto de unos sentimientos al servicio de masas movilizadas no siempre con intenciones espirituales, y no de otras procedencias y orígenes discutibles e sinuosos.
Partiendo del convencimiento tan elemental de que, ser canonizado no es dogma de fe ni, por tanto, herejes quienes lo cuestionen, son explicables las reacciones y comportamientos de no pocos católicos, apostólicos y romanos “de toda la vida”, a los que les resulte escandalosa la proposición -manifestación de que la ascensión a los altares de Juan Pablo II pudo y debió habérsele ahorrado a la Iglesia.
Si la liturgia, como es sabido - y recordado tan fervorosamente por el papa Francisco, está tan necesitada de reforma, el Santoral- Año Cristiano está en igual, y aún mayor proporción, profundidad y urgencia. La función-ministerio de ejemplaridad e intercesión -mediación ante Dios, que encarnan los santos, canonizados o por canonizar, no la ejercita un papa por papa y menos en casos, circunstancias, formas y modos de ser Iglesia la Iglesia como la que viviera Juan Pablo II .
Al concilio Vaticano II, y a las esperanzas legítimas y salvadoras de Iglesia que este supuso para el pueblo de Dios y para la convivencia en general del resto de la humanidad, acerca de la gestión del papa Juan Pablo II y la del inmediato sucesor y continuador de su obra, hay que aseverar que fue ciertamente mejorable. Se perdieron unos años, que los esfuerzos del papa Francisco, por denodados y decisivos que sean, con dificultad suprema podrán subsanar convenientemente.
Es justo reseñar que en su largo y viajero pontificado, Juan Pablo II legó a la Iglesia y a la humanidad en general, claros y evidentes signos de religiosidad y convivencia. Pero, con objetividad, historia, fe y Evangelio, es igualmente imprescindible reconocer que el ejercicio-ministerio como papa se prestó y presta a falaces interpretaciones de la sagrada condición -“papalatría”- de “Vice-Dios”, con la que devotos y devotas le obsequiaron y reverenciaron.
Especial mención, innoble e inimaginable, hay que reservarle para la Curia Romana que eligió, o mantuvo, y en cuyas manos y procedimientos canónicos dejó la administración y ejercicio de la Iglesia mientras él comandaba “por esos mundos de Dios” ejércitos de admiradores al grito victorioso de “¡Totus tuus!” y del “¡Bendito el que viene en el nombra del Señor¡”.
La canonización de Juan Pablo II fue precipitada. Muchas razones o sinrazones lo explican y seguirán explicándolo, a medida que pasen los años y a los archivos les fallen algunos de los siete sellos que guardan, protegen y acorazan sus secretos. “Descanonizar” es un barbarismo no aceptado aún por los diccionarios, aunque es posible que algún día la técnica -y los hombres y mujeres “impías y blasfemas”- faciliten se legitimidad e inserción también en el lenguaje y en los procedimientos canónicos.
¿Papas infalibles? Por fin su sucesor y colaborador de por vida, Benedicto XVI, se ha visto obligado a reconocer graves -gravísimos- fallos “pastorales”, relacionados con la pederastia, y en cuyo recuento y ponderación, por omisión, San Juan Pablo II jamás pudo ser y sentirse ajeno.
También te puede interesar
Diálogo interreligioso: Nicea
El primer viaje internacional del papa León XIV y mis reflexiones como musulmán
Mujeres en la Iglesia argentina
El servicio in(visible) de las religiosas mujeres
"No naturalicemos más este espanto aberrante de que la Iglesia tiene dueños humanos"
Cristo, la Iglesia, el Papa y Tucho
Sacerdotes 'Fidei Donum' en las diócesis españolas
La contraprestación e instrumentalización de los presbíteros extranjeros y extradiocesanos (III)
Lo último
Julio Pernús corresponsal en República Dominicana
“…si ustedes salen, yo salgo; si ustedes gritan, yo grito. Llegó el momento de ser coherentes y actuar. Si su actuar tiene consecuencias, el mío también”. PALABRAS DEL PADRE PEPE A LOS JÓVENES DE SU COMUNIDAD
¿Por quién doblan las campanas en Santos Suárez?
Comentario a las lecturas del 4to domingo de Adviento "A"
José interviene para que Jesús tenga raíz en la historia