OBITUARIO: Religiosa y mística; una “Ermita de la Nube Radiante”. Ana Ma. Schlüter Rodés, Kiun An, Maestra Zen, me guió hacia la Luz del Cristo Interior
 
    
            Mi maestra Ana María Schlüter Rodés, una religiosa catalana, también de origen alemán, de una congregación holandesa que se formó en este camino, en Japón
            Ahora me queda la responsabilidad, -así lo siento-, de ser aún más fiel a lo que aprendí. Que lo aprendí en mi propia piel, en mi propio cuerpo, en mi propio corazón. Se trata de comunicarlo también; que no nos quedemos todos con lo que creemos que aprendimos y es suficiente
    
¿Quién o qué nos separará del amor de Cristo? Ni la muerte, dice hoy san Pablo. El amor de Cristo no es una bella emoción que vayamos a sentir en el corazón. El amor de Cristo es la transformación que hace Cristo en nosotros para hacernos iguales a Él.
El amor nos transforma en una presencia divina; por eso una persona que ama es una persona más parecida a Dios. A veces ese amor tiene que ser exigente, ser fuerte para poder indicar el camino a otros. Hoy en el Evangelio escuchamos a Jesús de Nazaret, en quien el Cristo se ha manifestado plenamente, hablando duro a Herodes.
“Vayan y digan a ese zorro”, dijo el Maestro. Realmente ‘zorro’ en este contexto es más bien un desprecio por su ignorancia. Podrá ser Herodes el virrey, pero no deja de ser un pobre hombre ignorante; y no tiene miedo de decirlo, porque el amor es transparente y dice las cosas como son. Pero también hay ternura en ese amor. Algunos de ustedes tienen en sus casas un cuadro de Jesús sentado frente a Jerusalén llorando. Jesús llorando frente a Jerusalén y diciendo estas palabras, ¿cuántas veces he querido reunir a tus hijos como una gallina a sus polluelos? Ese amor de Cristo también es tierno y ese amor también nos va indicando con claridad el camino.
 
            Hoy quiero decirles que ese amor del que hablan los textos y del que los místicos también muchas veces han hecho referencia, he tenido la posibilidad de conocerlo también. No todo lo que se ha aprendido en la vida queda igual, es decir, usted aprende unas cosas en su infancia, otras en su juventud, otras como adulto, pero nadie le garantiza que eso vaya a quedar igual. Y es muy probable que, por la presencia del amor de Cristo, eso incluso llegue a ser transformado y llevado a plenitud.
Eso me pasó a mí en un momento muy crítico de mi vida sacerdotal. No sé cómo fui a parar a un pueblo pequeñito de Europa con un nombre muy extraño: Brihuega. Y allí conocí otra forma del amor de Cristo, y conocí en concreto qué es eso de que “Cristo es mi Maestro”. Porque a veces lo decimos como un título o algo interesante que está escrito en la Biblia. Yo lo conocí a Cristo como Maestro a través de una mujer, una religiosa mayor, que era precisamente una nube o una “Ermita de una Nube Radiante de luz”, que permitía con exigencia, con disciplina, con ternura también, indicarme qué camino a tomar en mi vida sacerdotal. Mi maestra Ana María Schlüter Rodés, una religiosa catalana, también de origen alemán, de una congregación holandesa que se formó en este camino, en Japón.
Y cuando fue reconocida como maestra, se le dio ese nombre, ‘Kiun An’, Roshi, “Ermita de la Nube Radiante”. Y yo fui a dar a sus pies y a aprender de ella. Fue una forma concreta para ver cómo Cristo me indicaba el camino de la vía profunda a través de las prácticas que ella me enseñó, con una disciplina exigente.
 
            No fue un asunto fácil, no fue fácil. Tuvo que exigirme, muchas veces me regañó, me ‘golpeó’, me sacudió, me ponía en mi lugar para que yo despertara. Porque a veces nosotros creemos que ya lo sabemos todo; y como había estudiado muchas cosas, además de sacerdote, uno cree que sabe todo. Ella me demostró que yo era un ignorante; que me faltaba todo por aprender. Y lo hizo de diferentes maneras, ciertamente me exigió mucho. No fue fácil, también me contrarie con ella y disgusté con ella.
Viví a sus pies un buen periodo y gracias a eso, el sacerdocio que recibí en la Iglesia se transformó en una vía mucho más clara, consciente e iluminada. Sembró en mí una semilla profunda y me ayudó a conocer el Maestro Interior que hay en todos nosotros. Diríamos, “la presencia del Cristo que me habita”, y a escucharlo en el silencio, sentado…
La obra contemplativa que dirijo desde hace 14 años, es fruto de lo que ella sembró; a través de esta presencia del amor de Cristo, a través de esta mujer, Cristo sembró en mí. Hoy en la madrugada la nube, la Ermita de la Nube Radiante, retornaba a la plenitud.
Ahora me queda la responsabilidad, -así lo siento-, de ser aún más fiel a lo que aprendí. Que lo aprendí en mi propia piel, en mi propio cuerpo, en mi propio corazón. Se trata de comunicarlo también; que no nos quedemos todos con lo que creemos que aprendimos y es suficiente. Muchos cristianos tristemente viven solo con la catequesis que recibieron en la primera comunión. Este camino es inmenso, hay mucho que aprender para ser plenamente presencia divina.
Como un homenaje también a su partida, pongo mayor empeño en lo que comenzará formalmente desde el año entrante, que ya está comunicado al señor arzobispo: vamos a hacer que estas prácticas y esta vida profunda llegue a toda la gente lo mejor posible. Sobre todo, en la ciudad donde hay tanto ruido, tanto caos; lo haremos con la Escuela de Monjes Urbanos. Para ella habrá allí un lugar de recuerdo especial. Cuando se recibe un legado se tiene una gravísima responsabilidad; más aún cuando ese legado ha sido trabajado con mucho esfuerzo.
La maestra Ana María sufrió muchas incomprensiones, y hasta persecuciones, en España, donde vivía; muchas de ellas por obispos y por clérigos, -porque como ha sucedido con los grandes místicos, quienes los juzgan no están a la altura de los grandes maestros a quienes juzgan-.
La maestra Ana María sufrió muchas incomprensiones, y hasta persecuciones, en España, donde vivía; muchas de ellas por obispos y por clérigos, -porque como ha sucedido con los grandes místicos, quienes los juzgan no están a la altura de los grandes maestros a quienes juzgan-
La juzgaron personas que no están a la altura de ella, por más obispos que fueran. Hace unos pocos años, los obispos de España emitieron un documento, digamos que advirtiendo, casi que condenando cosas que ella hacía. Y ella les devolvió una carta aclarándoles con mayor sabiduría de la que ellos podían entender. Sí. esa mujer estaba por encima de los obispos de España.
Así como a Santa Teresa, de quien ella hablaba muchas veces, en España mismo, una mujer, que enseñó un camino maravilloso. Y muchos clérigos ni siquiera entendían de qué hablaba, porque no tenían su sabiduría. Así le pasó a Ana María.
Hacer el camino que Cristo nos traza también un gran riesgo. Uno se juega la existencia, pero es una maravilla. ¡No hay como vivir en el riesgo existencial! Jugarse la existencia, porque se ha conocido la Vida Plena. No dejarán de haber dificultades, problemas, conflictos, pero es lo único que vale la pena.
Hago este homenaje hoy a Ana María, mi maestra, y agradezco, seguro, con muchos de los cientos de discípulos que tuvo. Pues ojalá asumamos la responsabilidad plena de permitir que esta obra de Dios en nosotros dé frutos y lo compartamos con otros más. Para ella mi gratitud. En Gassho
Entonces el amor de Cristo del que habla San Pablo hoy, siempre está allí presente y no nos va a abandonar nunca, no nos separaremos de Él. Sin embargo, hay que asumirlo con mucha entrega y con mucha disciplina. Y no es simplemente creer cosas, es arriesgar la vida y dejar que se transforme en algo más pleno.
Hago este homenaje hoy a Ana María, mi maestra, y agradezco, seguro, con muchos de los cientos de discípulos que tuvo. Pues ojalá asumamos la responsabilidad plena de permitir que esta obra de Dios en nosotros dé frutos y lo compartamos con otros más. Para ella mi gratitud. En Gassho.
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