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Las sinceras preguntas y fichas de trabajo planteadas para el diálogo en el Vademécum y el Documento preparatorio del Sínodo incluyen, a mi falible entender, unos supuestos implícitos que no se plantean y sin embargo determinan todo el proceso sinodal y sus documentos de debate. Condicionan las preguntas y descentran las respuestas. Constituyen la interpretación más tradicional del catecismo. Enumero algunos de esos supuestos:
La lectura literal de los textos evangélicos y en general de toda la Biblia obviando la exégesis más actual y su naturaleza simbólica.
La concepción dogmática de la verdad, no fundada en el humilde ejercicio de la razón crítica sino en la soberanía de una comunicación particular y sobrenatural o Revelación convertida en palabra absoluta de Dios.
Una concepción todavía medieval de las relaciones entre la fe y la razón basada en la supremacía de la fe y la marginación del conocimiento científico.
Una comprensión sobrenaturalista del mensaje evangélico, del ser humano y de la realidad que conlleva un acentuado dualismo.
Una concepción jerárquica del seguimiento de Jesús incuestionable y emanada directamente de la revelación divina y por tanto negativa frontal a la democracia en la toma de decisiones, organización y gobierno de la iglesia
La descendencia directa y sobrenatural de los apóstoles en los obispos. Lo que conlleva la atribución a los obispos de la máxima autoridad y de la prevalencia en el discernimiento.
La superioridad de la ley divina y del derecho canónico sobre el consenso de la ética y los derechos humanos, entre ellos la igualdad de la mujer y las libertades individuales.
Una concepción del cristianismo como religión, respetuosa de las demás pero prevalente, y como institución paralela y de rango superior a las instituciones civiles
La identificación categórica de un Ser Supremo, asible por la mente humana de modo concreto con especiales atributos e intervenciones extrínsecas en la historia y en la naturaleza al margen de su natural dinamismo
Estos y otros parecidos supuestos condicionan la respuesta sinodal y son los que realmente deberíamos dialogar. Afectan a lo esencial de la tradición cristiana establecida y no se deja opción a considerar que allí puede radicar la sinceridad del diálogo solicitado, así como el motivo de la desafección en la Iglesia.
A pesar de todo merece la pena participar en el Sínodo para restablecer el valor originario del mensaje evangélico tan fecundo y liberador y para apoyar las reformas de Francisco cuyo alcance va más allá de la Iglesia y es reconocido universalmente. El cambio de la iglesia repercute de modo muy importante en el cambio tan deseado del sistema capitalista, provocador de la desigualdad, el desamor y la depredación del planeta. Un cristianismo reiniciado, sin miedos y en constante autocrítica es uno de los mejores alicientes para un mundo mejor.
Santiago Villamayor, aportación personal a la “conversión” que nos pide el Sínodo.
Zaragoza 12-01-2022
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