El martirio de los jesuitas de la UCA: La Iglesia que molesta desde la experiencia de Jesús de Nazaret
"Ignacio Ellacuría, Nacho Martín-Baró, Segundo Montes, Armando López, Joaquín López, Juan Ramón Moreno, Elba y Celina Ramos, gracias por vuestro testimonio, seguís vivos junto a nosotros y nos seguís ayudando como pueblo y como creyentes"
"No queremos que en El Salvador, ni en ninguna parte se mate a nadie, cristiano o no, pero la gran pregunta en cualquier parte del mundo, es cómo estamos haciendo los cristianos que ya no somos molestos, qué hacemos para que no seamos molestos para casi nadie, qué hacen nuestras comunidades cristianas, de parte de quién estamos los que celebramos la Eucaristía cada domingo"
"Hoy los jesuitas seguirían siendo molestos y volverían sin duda a ser asesinados, por decir y vivir lo que dijeron, y lo único que decían era que todos tenemos derecho a vivir, y a vivir dignamente, que nadie tiene derecho a aprovecharse del otro, especialmente del pobre"
Siempre que llega un aniversario tan importante para mí como este, el del martirio de los jesuitas de la UCA, lo que me sale es decir: ¡de nuevo ha pasado un año! ¡Parece que fue ayer cuando celebrábamos el anterior! Pero me pongo a escribir y a pensar como si fuera ayer, porque además, por desgracia, miro alrededor y descubro que las circunstancias van siendo las mismas que el año anterior, y las del anterior….
Y las del mismo día que sucedió el acontecimiento que celebramos. Y digo, celebramos, porque ciertamente para mí cada año es una celebración nueva, porque es una celebración, de vida, de evangelio y de felicidad, como también diría el papa Francisco. Cada aniversario es una llamada también por eso a cuestionarme y a preguntarme cómo vivo yo también esa misma felicidad, cómo voy pasando mi vida desde el encuentro con Jesús y con los hermanos, y sobre todo cómo voy “pasando la vida”, disfrutando de ella y haciendo que otros disfruten.
Un año más, 36, celebramos este acontecimiento, desde la alegría y desde la esperanza. Desde la alegría de tener con nosotros a personas que han dado la vida precisamente por eso; por hacer felices a los demás, y desde la esperanza de saber que sus vidas entregadas, como la de Jesús, como la de Monseñor Romero, como la de Rutilio Grande, o la de Gerardi, no han sido en vano, sino que han abierto una senda nueva de humanidad, de esperanza y por tanto de evangelio.
La muerte de los jesuitas y nuestras dos amigas, en la UCA fue una muerte de alguna manera “anunciada", porque lo que decían y lo que hacían les llevó a eso. Lo que decían y hacían era molesto para los poderes del momento, su vida era una vida que no gustaba a muchos, y por eso los mataron, no podían vivir. Su vida molesta, atrevida, contestataria y crítica fue la causa de su asesinato y de su martirio. En el fondo, como la de Jesús de Nazaret, su muerte fue consecuencia de su vida. Ellos no querían morir, querían vivir y dar vida otros, querían decirnos que todos tenemos derecho a esa misma vida y a esa misma dignidad; pero algunos piensan que la vida “solo es para ellos”, y por eso algunos sobran.
Y decía que por desgracia las causas que dieron muerte a los jesuitas, a Celina y a Elba, son las mismas que siguen dando muerte a millones de seres humanos. Porque las causas son la pobreza, el poder y el dinero, y eso es lo que sigue matando a muchas personas en el mundo. El genocidio y exterminio de Gaza continúa porque los poderosos quieren el dinero; en Ucrania sigue la guerra, porque quieren arrebatar los derechos de las personas; en casi todos los países de África se sigue expoliando a los débiles y a los pobres, en América Latina solo se mira el dinero y el que no lo tiene no cuenta…
En lugar de protestar porque en algunas ocasiones se la persigue, nuestra Iglesia debería preguntarse justamente lo contrario: por qué no siempre se la persigue, por qué no es molesta
Los jesuitas eran molestos, y por eso no “tenían derecho a vivir”. Pero quizás por eso la Iglesia tenía que preguntarse cuál es su actitud; en lugar de protestar porque en algunas ocasiones se la persigue, nuestra Iglesia debería preguntarse justamente lo contrario: por qué no siempre se la persigue, por qué no es molesta. Ya lo decía Jacques Gaillot “Una Iglesia que no sirve, no sirve para nada”, entendiendo como servicio la defensa de los pobres y los humildes, el lavar los pies a aquellos a los que nadie quiere lavárselos y no cuentan. Pero por desgracia, no es siempre así, la Iglesia no solo no sirve a los pobres, sin que sigue siendo “servil de los ricos”, y por eso quizás no es molesta, su mensaje y sobre todo su testimonio, no causa dificultad a nadie.
De ahí que el martirio de los jesuitas, de Celina y de Elba se pueda considerar un martirio político, es decir un martirio no que favoreciera a un partido político concreto, sino un martirio que “tomaba partido” por un grupo concreto de personas, es decir que tomaba partido por los pobres, por los desheredados, por los que nadie quiere. Un martirio que iba claramente en contra de los que “fabricaban la muerte”, que eran, son y serán siempre los ricos, los que creen que tienen derecho a vivir a consta de los pobres. Los que criticaba fuertemente el libro de Amós y que leíamos en la liturgia del domingo XXVI del tiempo ordinario: “Ay de aquellos que se sienten seguros en Sion; confiados en la montaña de Samaría! Se acuestan en lechos de marfil, se arrellanan en sus divanes”(Amós 6, 1a).
O cuando el mismo profeta Amós seguía diciendo: “Escuchad esto, los que pisoteáis al pobre y elimináis a los humildes del país diciendo: “¿Cuando pasará la luna nueva, para vender el grano, y el sábado para abrir los sacos de cereal – reduciendo el peso y aumentado el precio, y modificando las balanzas con engaño- para comprar al indigente por plata y al pobre por un par de sandalias, para vender hasta el salvado del grano?”.
Quizás al escuchar estas palabras algunos dirían que “el profeta Amós era comunista o el precursor de Carlos Marx”, como tantas veces se dijo de los jesuitas, de Monseñor Romero, de Rutilio Grande o incluso del mismo papa Francisco. Pero no, no son palabras de Carlos Marx, sino del profeta Amós, y cuando hemos proclamado esas palabras en nuestras eucaristías, al final hemos dicho “Palabra de Dios”, porque hemos reconocido que en esas palabras nos hablaba y nos habla el mismo Dios.
Era tan molesta su actitud y su testimonio que estaban abocados a su martirio, y es lo que también reconocía la propia compañía de Jesús en su XXXII Congregación General: “No trabajaremos en la promoción de la justicia sin que paguemos un precio” (C.G. XXXII, D4, N.46). Ellos pagaron un precio demasiado caro, pagaron el precio con su propia vida.
Se sigue persiguiendo como antaño a los que critican la “violencia de la pobreza”, porque es la violencia que el actual presidente, Nayib Bukele, sigue sin querer atajar
En el pequeño país centroamericano, en la Tierra Santa de Monseñor Romero y de los mártires de la UCA, sin embargo sigue existiendo la injusticia, la pobreza y el asesinato por hambre de millones de personas. Y se sigue persiguiendo como antaño a los que critican la “violencia de la pobreza”, porque es la violencia que el actual presidente, Nayib Bukele, sigue sin querer atajar: la pobreza y desigualdad que hace que varios millones de salvadoreños tengan que estar fuera de su país y otros millones tengan que malvivir en El Salvador. La violencia de la pobreza que favorece el que los pobres y desvalidos estén en las cárceles, mientras los ricos están “en lechos de marfil”, que decía el profeta.
¿Y la Iglesia, mientras qué? ¿Qué está haciendo la Iglesia salvadoreña? ¿Es molesta y perseguida como lo fueron los jesuitas, Monseñor Romero o Rutilio Grande? Parece que tiene poco que decir, y no es que nadie quiera que se mate a nadie, ni tampoco a los cristianos, pero cuando le preguntaron a Monseñor Romero en una ocasión si no estaba preocupado porque mataran a sus sacerdotes, cuando estaba la represión de antes de la guerra, sus palabras fueron muy claras: “Si no mataran a los sacerdotes, sería triste que en una patria donde se está asesinando tan horrorosamente no contáramos entre las víctimas también a los sacerdotes. Son el testimonio de una Iglesia encarnada en los problemas del pueblo”.
No queremos que en El Salvador, ni en ninguna parte se mate a nadie, cristiano o no , pero la gran pregunta en cualquier parte del mundo, es cómo estamos haciendo los cristianos que ya no somos molestos, qué hacemos para que no seamos molestos para casi nadie, qué hacen nuestras comunidades cristianas, de parte de quién estamos los que celebramos la Eucaristía cada domingo. Son preguntas, que yo, como cura, me hago cada día, son preguntas que nos tienen que llevar a un “verdadero y auténtico examen de conciencia” que nos haga tomar una postura real y militante a favor de las minorías pobres, necesitadas y machacadas.
Jesús de Nazaret no murió, lo asesinaron, los jesuitas, Celina y Elba no murieron, fueron asesinados, Monseñor Romero no murió, fue asesinado… los miles de palestinos que han seguido ayudando en los hospitales y lo siguen haciendo en el genocidio de Gaza, no han muerto, los han asesinado vilmente, y las bombas y las balas que los han asesinado, no han ido contra terroristas o contra “comunistas”, sino contra aquellos que defendían las causas de los “sin voz”. Detrás del extermino de los terroristas en Gaza, se ha exterminado al pueblo pobre y desamparado, porque los 70.000 asesinados en Gaza no eran precisamente terroristas, como no lo eran los más de 20.000 niños asesinados y mutilados.
Hoy los jesuitas seguirían siendo molestos y volverían sin duda a ser asesinados, por decir y vivir lo que dijeron, y lo único que decían era que todos tenemos derecho a vivir, y a vivir dignamente, que nadie tiene derecho a aprovecharse del otro, especialmente del pobre, y que lo más cruel en este mundo es enfrentarse al caído para expoliarle y maltratarle. Los jesuitas hoy, como tantos mártires salvadoreños y de todo el mundo, nos siguen haciendo la misma pregunta que hizo Dios a Caín: “¿Dónde está tu hermano?" , ¿qué has hecho con él? “Tuve hambre, tuve sed, estuve enfermo o en la cárcel y no me asististeis” (Mateo 25).
Su buscar la justicia y la dignidad para todos los salvadoreños se sigue ansiando allí, precisamente porque no existe, porque lo que sigue primando allí es la terrible desigualdad
Pero la causa de los jesuitas, Celina y Elba, sigue abierta en la actualidad, sigue abierto su proyecto de vida, sigue abierto por lo que ellos lucharon y dieron la vida. Su buscar la justicia y la dignidad para todos los salvadoreños se sigue ansiando allí, precisamente porque no existe, porque lo que sigue primando allí es la terrible desigualdad entre ricos y pobres, lo sigue sucediendo en El Salvador, es que los pobres son cada vez más pobres y los ricos son cada vez más ricos.
“Han matado a toda mi familia”, dijo nada más enterarse de la noticia el teólogo Jon Sobrino, porque para él esa era su familia, junto los pobres y desheredados de El Salvador. La familia jesuítica y las dos mujeres que los cuidaban fueron asesinados por el poder opresor que no aguanta que alguien les critique ni les diga que todos somos iguales. El libro de Moltmann, “El Dios crucificado”, fue el que cayó a los pies del cadáver de Ignacio Ellacuría, cubierto de sangre, porque era el mismo Jesús crucificado el que volvía a ser de nuevo crucificado en aquellos hombres y mujeres cuyo único delito era predicar la fraternidad y la igualdad entre todos.
Los jesuitas habían sido solidarios con los crucificados salvadoreños, les habían defendido, habían hecho de la teología la justificación de su propia fe, pero una fe encarnada y que efectivamente era molesta para los ricos. Tanto se solidarizaron con ellos, tanto les defendieron, tanto fueron su voz que murieron como ellos: asesinados y crucificados. Y junto a ellos “el pueblo crucificado” salvadoreño, del que tanto habla también Jon Sobrino.
Ignacio Ellacuría afirmaba: “El problema radical de los derechos humanos es el de la lucha de la vida en contra de la muerte”, unos derechos que significan reconocer al otro como persona, y como tal con los mismos derechos que tiene cualquier ser humano, sea cual sea su posición o condición social.
Para Monseñor Romero, “ el gran mal de El Salvador es la riqueza, la propiedad privada”, una riqueza que subyuga a los pobres, aun todavía, una pobreza que se convierte en la auténtica y radical violencia que existía entonces y que sigue existiendo ahora. La violencia no es solo la de las pandillas, es la del pobrerío hambriento que sigue gritando justicia. Y eso no desde una simple ideología, sino desde Dios, desde su palabra, desde su proyecto para todas las personas “Dios no ha hecho la muerte, sino la vida”, que también decía el obispo asesinado.
Hace apenas dos meses nos dejó también el que era provincial de los jesuitas en aquel momento, José María Tojeira, un hombre entregado hasta el final al pueblo. Y con él se nos fue también lo que significó aquel día cruento para él: el encuentro con sus hermanos asesinados. Fue Francisco Estrada el que se asomó donde estaba aseándose el padre Tojeira y le comunicó lo sucedido: “Chema, acaba de llegar Obdulio (el marido de Elba) y dice que han asesinado a los jesuitas de la UCA y también a su mujer y a su hija”. Y cuando los periodistas entrevistaron al padre Tojeira y a Monseñor Rivera y Damas y le preguntaron “Arzobispo, ¿quién mató a los padres jesuitas?, y él les contesto: los mató el mismo odio que mató a Monseñor Romero”.
Y así fue, el mismo odio que siguió matando a Monseñor ese mismo día, porque la fotografía suya que se encuentra ahora en el centro Monseñor Romero, estaba también cubierta a balazos, como si los propios asesinos del ejército (sí, porque fue el ejército pagado por la derecha rica del país y de los Estados Unidos, los que los mataron a ellos y a Monseñor ), hubieran “vuelto a matar en la foto a Monseñor Romero”, porque descubrieron que Monseñor no estaba muerto, sino que seguía vivo entre su pueblo y entre su pobrerío.
Ese mismo odio que mató a miles de salvadoreños antes de la guerra con una cruel represión, que los siguió matando durante la guerra, y que ahora en una falsa paz los siguió matando, primero por las pandillas callejeras, y ahora por “el orden violento establecido” del nuevo presidente Nayib Bukele, que simplemente ha sustituido la violencia callejera por la violencia institucional impuesta por él mismo. Pero sin llegar a hacer caso a la auténtica violencia que asuela el pequeño país centroamericano desde hace años: LA VIOLENCIA DE LA POBREZA Y DE LA INJUSTICIA.
Un año más seguimos recordando sus asesinatos, y lo seguimos haciendo con esperanza, mirando hacia adelante, y sobre todo con una profunda alegría, porque podemos honrar a unos hermanos y hermanas nuestras que dieron la vida por el evangelio, dieron la vida porque los salvadoreños y salvadoreñas fueran más felices. Su vida, no ha sido en vano, como la de Jesús, “Si el grano de trigo cae en tierra y muere da mucho fruto” (Juan 12,24). Y así fue y es el grano de trigo de los mártires jesuitas, de Celina y de Elba. Es un grano que sigue dando fruto en medio de la tierra santa y del pueblo de El Salvador.
Ellos fueron Iglesia molesta, ellos fueron Iglesia que estorbaba, ojalá que la Iglesia siempre sea molesta, que siempre estorbe, ojalá que la Iglesia en cualquier parte del mundo siga anunciando con su vida el evangelio, siga anunciando que todos somos hermanos, que Dios nos quiere a todos por ser hijos de Él y que por eso todos tenemos derecho a vivir con dignidad. Ojalá que la Iglesia “nunca se case con nadie”, sino que siga siendo fiel al Espíritu de Jesús. Ojalá que la Iglesia salvadoreña y la del mundo entero siga siendo voz para los sin voz, y semilla de algo nuevo.
El asesinato de los jesuitas, de Elba y de Celina nos invita un año más a tomar partido, ¿de parte de quién estamos los cristianos? ¿de los que asesinan en Gaza? ¿De los que oprimen en las cárceles de El Salvador?
El asesinato de los jesuitas, de Elba y de Celina nos invita un año más a tomar partido, ¿de parte de quién estamos los cristianos? ¿de los que asesinan en Gaza? ¿De los que oprimen en las cárceles de El Salvador? ¿De los que bombardean en Ucrania? ¿De los que expolian a los pueblos de Africa, América latina y Asia? No todo vale, no podemos hacer “componendas”, sino que como Iglesia tenemos también que pronunciarnos y condenar la injusticia en cualquier parte. Estamos llamados a ser molestos por seguir a alguien que fue molesto, y que por eso lo crucificaron.
Ignacio Ellacuría, Nacho Martín-Baró, Segundo Montes, Armando López, Joaquín López, Juan Ramón Moreno, Elba y Celina Ramos, gracias por vuestro testimonio, seguís vivos junto a nosotros y nos seguís ayudando como pueblo y como creyentes. Ayudadnos a pronunciarnos cada día a favor de la justicia social y la dignidad para todos. Jesús resucitado os tiene vivos junto a él y abrazados para siempre. Vuestra vida sigue siendo antorcha y luz para todos nosotros. Gracias por hablarnos de un Dios Padre-Madre que nos quiere a todos. Seguiremos celebrando año tras año vuestro aniversario, pero no como un recuerdo de muerte, sino como un recuerdo y esperanza de vida y futuro. Seguiremos unidos a vuestro proyecto, que es el de Jesús de Nazaret. Seguiremos haciendo nuestras vuestras esperanzas, y el Dios crucificado y resucitado seguirá siempre en nuestro pueblo salvadoreño, entre nuestra gente.