"Las víctimas no pedimos milagros. Pedimos justicia. Y un poco de paz" El Vaticano rompe el silencio: Nueva disposición sobre el Sodalicio y la esperanza que quema por dentro
Algunos, como José Enrique Escardó y Martín Scheuch, no se quedaron callados. Han escrito, han gritado en redes, han puesto el dedo en la llaga: “¿Del Río? ¿En serio?”. Y no les falta razón. El hombre tiene un historial que levanta cejas
Las víctimas no pedimos milagros. Pedimos justicia. Y un poco de paz. Esa que se nos robó hace tanto. Si monseñor del Río —y todos los obispos que miran para otro lado— entienden eso, quizás este 2025 no termine en otra decepción. Quizás, por primera vez en mucho tiempo, podamos dormir sin que el pasado nos despierte a las 3 de la mañana
| Renzo Orbegozo Benvenuto
Por fin. El Vaticano habló. Después de meses que parecieron años, de un silencio que pesaba como plomo en el pecho, llegó la noticia el 6 de noviembre: monseñor Javier del Río Alba, arzobispo de Arequipa, será el comisario adjunto para cerrar de una vez el Sodalicio. Junto a él, dos laicos peruanos —César Arriaga Pacheco y Juan Velásquez Salazar— que, ojalá, traigan algo de cordura terrenal a este enredo. No es que estemos bailando de alegría. Pero algo se movió. Y eso, después de tanto, ya es mucho.
Desde abril, cuando el superior general firmó el decreto de supresion bajo presión papal y ejecución de Sor Simona Brambila, no sabíamos nada. Nada. Ni una línea, ni un rumor oficial. Solo el eco de nuestras propias voces rebotando en muros de piedra vaticanos. Y es que las víctimas —nosotros— hemos esperado con una paciencia que roza lo heroico.
Aunque, la verdad, ese silencio ya nos estaba comiendo vivos. Algunos, como José Enrique Escardó y Martín Scheuch, no se quedaron callados. Han escrito, han gritado en redes, han puesto el dedo en la llaga: “¿Del Río? ¿En serio?”. Y no les falta razón. El hombre tiene un historial que levanta cejas. En Arequipa, cuando surgieron casos de abusos en su diócesis, su respuesta fue… digamos, tibia. Como agua de lluvia en invierno: fría y sin fuerza.
Pero vamos, aquí estamos. Con una pequeña, frágil esperanza. Porque quizás —solo quizás— el Vaticano no se equivocó esta vez. Tal vez del Río entienda que este no es un trámite burocrático más. Que no basta con firmar papeles y repartir propiedades. Que hay personas rotas detrás de cada expediente. Y que, si quiere hacer bien las cosas, tiene que cambiar. Radicalmente. Empezar por mirarnos a los ojos. Escuchar sin interrumpir. Llorar, si hace falta. Porque empatía no es una palabra bonita en un discurso; es sentarse con alguien que tiembla al recordar y no apartar la mirada.
Además, hay heridas que siguen sangrando. Tomemos el caso de José Enrique. Ese sacerdote de Toledo —un tal padre que se cree guardián de la verdad— lo enfrentó en 2023, en plena gira europea. Lo acorraló. Lo acusó de mentiroso. Lo expuso como si fuera un delincuente. ¿Sabes lo que es eso? Revictimización pura y dura. No solo contra José Enrique, que ya cargaba con 25 años de lucha, sino contra todos nosotros. Es como si te abrieran una cicatriz a medio cerrar con un cuchillo oxidado. Y duele. Duele en el alma. El Vaticano tiene que meterse ahí. Revisar ese caso. Sancionar. Poner un alto. Porque si no, ¿de qué sirve disolver una secta si sus tentáculos siguen envenenando?
Y no es solo Perú. El Sodalicio dejó huella en diócesis de medio continente. En Colombia, Ecuador, hasta Italia y España y finalmente donde estan acumulando todos los activos: Estados Unidos. Por eso, todos los obispos donde aún haya un exsodalicio celebrando misa o dirigiendo retiros u alguna obra poastoral, deberían tomar nota. Ya. No mañana. Estas son algunas ideas que no suenan a manual vaticano, pero que podrían marcar la diferencia:
- Abrir los archivos sin miedo. Como quien abre una ventana en una casa cerrada por décadas. Que entre luz. Que se vea todo.
- Hablar con las víctimas en persona. No por Zoom. No por carta. Cara a cara. En una parroquia humilde, con café malo y sillas de plástico. Ahí se construye confianza.
- Crear un fondo real de reparación. No migajas. Terapias largas. Acompañamiento psicológico. Ayuda para rehacer vidas que se hicieron pedazos.
- Formar a curas y laicos como si de verdad importara. Talleres donde no solo lean el *Vos estis*, sino que sientan el peso de lo que significa fallarle a un niño.
- Publicar avances. Cada seis meses. En la web de la diócesis. Con nombres, fechas, sanciones. Transparencia que duela, pero que sane.
Si no hacemos esto, el Sodalicio no muere. Se transforma. Se disfraza de otra cosa. Y vuelve a morder
Porque, y es que, si no hacemos esto, el Sodalicio no muere. Se transforma. Se disfraza de otra cosa. Y vuelve a morder.
No soy ingenuo. Sé que del Río no es el héroe que soñábamos. Sé que la Iglesia ha fallado tantas veces que duele contarlas. Pero también sé que, a veces, el cambio empieza con un gesto. Una disculpa sincera. Una mano extendida. Un “te creo” dicho en voz baja pero firme. Esperemos que esto lo tenga claro el arzobispo arequipeño que es sobre quien recae el encargo y no desentone.
¡Las víctimas no pedimos milagros. Pedimos justicia. Y un poco de paz. Esa que se nos robó hace tanto. Si monseñor del Río —y todos los obispos que miran para otro lado— entienden eso, quizás este 2025 no termine en otra decepción. Quizás, por primera vez en mucho tiempo, podamos dormir sin que el pasado nos despierte a las 3 de la mañana.
Ojalá. De corazón, ojalá.
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