EL religioso fue uno de los capellanes de la morgue del palacio de hielo de Madrid Vicente Esplugues: "Los días de visita a la morgue del Palacio de Hielo eran puro deseo de amar"

Vicente Esplugues, el cura de la morgue del Palacio de Hielo
Vicente Esplugues, el cura de la morgue del Palacio de Hielo

"Se me llenaron los ojos de lágrimas. Cuando vi unas largas filas de ataúdes, alineados, ordenados, solos, fríos. Me conmovió profundamente la sensación de helor, de falta de vida"

"Doce minutos hacerme consciente que esos ropajes de leña seca, eran el envoltorio de unas vidas convertidas en joyas. Historias llenas de nombres, de paisajes, de risas, de llantos, de amor cotidiano"

"Nos creemos poderosos, resolutivos, eficaces, emprendedores. Pero las circunstancias actuales ponen una vez más de manifiesto que nuestra vida está hecha de barro"

"Vivo convencido que podrán revivir estos huesos, estas ruinas de una sociedad complacida de sus logros. Y vivo más convencido que Dios 'cambiara nuestro luto en danzas'"

El miércoles pasado en un solemne acto oficial las autoridades clausuraron la morgue improvisada del Palacio de Hielo. Cuando desde el centro de la pista helada, tanto la ministra de Defensa, como el alcalde de Madrid, como la presidenta de la Comunidad, los altos mandos militares, respectivamente iban haciendo los diferentes discursos, a mí no se me podía ir de la cabeza lo que había visto los días anteriores. Esa misma pista helada cubierta de ataúdes.

Haber podido ser del equipo de sacerdotes que hemos acompañado diariamente con nuestra oración, ofreciendo sencillos responsos por las vidas que allí se concentraban, será con total seguridad uno de los recuerdos inolvidables grabados a fuego en mi mente y en mi corazón.

Pienso en cómo se fue fraguando la posibilidad de ofrecer allí nuestro servicio. Por cercanía geográfica, nuestra parroquia se encuentra a menos de cinco minutos del palacio de Hielo. La respuesta inmediata de los sacerdotes de la Parroquia fue decir que sí. Estábamos disponibles para lo que hiciera falta. Y dónde se nos necesitaba era allí, junto a los cadáveres, con nuestro testimonio y nuestra fe. La fe de la Iglesia orante, contemplativa, silenciosa, que, en medio del bullicio de los furgones funerarios, enciende la luz que hace brillar toda oscuridad.

El misterio pascual tiene esos componentes. Muerte, resurrección, y sobre todo actitud orante, dialogal, esperanzada, confiada, en la acción de Dios sobre la realidad humana sacudida por los propios límites y los de los demás. Todo este inesperado tsunami pandémico que estamos sufriendo es icono de las constantes pruebas que lo humano tiene de su radical indefensión. Nos creemos poderosos, resolutivos, eficaces, emprendedores. Pero las circunstancias actuales ponen una vez más de manifiesto que nuestra vida está hecha de barro.

Cardenal Osoro, en el cierre de la morgue del palacio de Hielo
Cardenal Osoro, en el cierre de la morgue del palacio de Hielo

Fragilidad en todo el mundo de la ciencia, fragilidad en las instituciones políticas y de gestión de la crisis. Fragilidad en el mundo del mercado y la economía, donde la confianza se ve amenazada por continuas operaciones llenas de estafas, de corrupción, de mascarillas inservibles y de test poco fiables. Estamos viendo de cara la fragilidad de una humanidad, que cómo la mía y la tuya, se muestra barro frágil, vasija agrietada, que todo el caudal del amor de Dios es incapaz de retener. Pero esa fragilidad del barro, moldeada por las manos del alfarero, está destinada a convertirse en obra de arte.

El primer día que me tocó ir al Palacio iba nervioso. No sabía lo que me iba a encontrar. Intentaba imaginar el pasar por los diferentes controles de acceso, la paciencia para ser autorizado a hacer mi servicio. La visión de la pista llena de vidas apagadas. La oración de aquel día la hice con el profeta Ezequiel. En el capítulo 37 de su libro, habal de un diálogo de Dios con su profeta. «¿Podrán revivir estos huesos?». Pregunta radical en la que Dios nos hace partícipes a los humanos de su plan de salvación. La respuesta de Ezequiel, como la mía, como la de Pedro cuando Jesús le pregunta: «¿Me quieres más que estos?». Fue: «Señor, Tú lo sabes». Yo soy incapaz de reconocer en mí la respuesta a la pregunta tan profunda. Esto que estamos viviendo, ¿podrá hacer revivir lo más auténtico, lo más puro, lo más sincero que nos habita a los hombres y mujeres del hoy? La respuesta de Dios a Ezequiel fue: «¡Profetiza, huesos secos escuchad la palabra de Dios!»

Humanidad que palpa, que sufre, que toca diariamente la imposibilidad de fabricarse salvavidas con sus propias manos. Por eso se me llenaron los ojos de lágrimas. Cuando vi unas largas filas de ataúdes, alineados, ordenados, solos, fríos. Me conmovió profundamente la sensación de helor, de falta de vida. Con profunda atención fui dando los pasos que el ritual de exequias ofrece como una formula que acompaña el responso. Pero las circunstancias, le daban un calado y una profundidad a las palabras, a los gestos, a los ritos.

La morgue del palacio de huelo vacía
La morgue del palacio de huelo vacía

«El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá»; «¡Soy la Resurrección y la Vida!». Y algo de paz, de confianza, de calma se iba asentando en mi vida. Era muy breve, apenas 12 minutos, de abrir lo ojos, de prestar el corazón, de activar la compasión. Y de hacerme consciente que esos ropajes de leña seca, eran el envoltorio de unas vidas convertidas en joyas. Historias llenas de nombres, de paisajes, de risas, de llantos, de amor cotidiano.

Nosotros no conocíamos nombres, ni apellidos, ni lugar de procedencia, ni género, ni edad. Pero eran nuestros hermanos y hermanas. Eran de los nuestros. Esa capacidad de ensanchar el corazón, de sentir como propio el dolor ajeno, es uno de los regalos que más reconozco que me ha dado seguir a Cristo.

Activar el principio de compasión es de los dinamismos pascuales que más se nos invita a vivir. «Sabemos que pasamos de la muerte a la vida cuando amamos a nuestros hermanos». Los días de visita al Palacio eran puro deseo de amar. A las familias, que con tanta angustia han vivido la falta de información sobre el paradero de sus familiares fallecidos. Al personal de las fuerzas de seguridad, de la policía local, de la policía nacional, de la UME. Yo saludaba a todo el mundo, con una actitud sincera de agradecimiento, de valoración, de reconocimiento del esfuerzo conjunto por cuidar, velar y acompañar a tantos difuntos durante las largas jornadas de trabajo y de guardia.

Díaz Ayuso y el cardenal Osoro, en el cierre de la morgue del palacio de hielo
Díaz Ayuso y el cardenal Osoro, en el cierre de la morgue del palacio de hielo

No nos veíamos las caras nadie, las mascarillas, las viseras protectoras, nos hacían irreconocibles. Si me cruzara con las personas que allí nos concentrábamos sería incapaz de reconocerlas. Pero yo sé, ellos saben, todos sabemos, que durante esos días éramos todos uno. Precisamente el sueño de Jesús con la humanidad: «Te pido Padre, que sean todos uno».

Por eso, desde la distancia que da el tiempo, me asombra como la situación de crisis, nos está haciendo aunar esfuerzos, energías, creatividades, que antes de todo esto eran impensables. Frenar la contaminación, el teletrabajo desde las casas. La comunicación fluida entre gobierno central y autonómico. La comunicación más intensa en las familias. La preocupación por los mayores. El practicar la teología del cuidado, del aplauso y la valoración. El reconocernos más de los intentos, de los esfuerzos, que las denuncias o los fracasos. Creo que algo de lo que estamos viviendo está siendo necesario, para activar capacidades, talentos, creatividades, que en tiempo de bonanza y de calma se adormecen. Pero que, en la tribulación, en la fuerte tempestad se activan para el bien de todos.

Vivo convencido que podrán revivir estos huesos, estas ruinas de una sociedad complacida de sus logros. Y vivo más convencido que Dios «cambiara nuestro luto en danzas».

El Padre Vicente Esplugues, celebrando
El Padre Vicente Esplugues, celebrando

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