Los más desvalidos antes y después de la Covid-19 Xaquín Campo Freire: "Ya estamos ahora en una nueva sociedad camino de la nueva esclavitud"

TRabajadores, no esclavos
TRabajadores, no esclavos

"Presumimos de la mejor sanidad del mundo. Y es verdad, gracias al modelo de Ernest Lluch. Pero eso se está desmantelando con rapidez con las privatizaciones descaradas"

"El mercantilismo, siempre al acecho, ya encontró en la telemedicina la trampilla para hacer una asistencia a distancia con gran ahorro de gastos e inversiones y pingües dividendos e ingresos a costa de la masa numerosa de los pacientes más desfavorecidos, los débiles, los pobres, los viejos y los empobrecidos"

"¿De quién son esos geriátricos donde, hacinados, murieron a cientos, permaneciendo conjuntamente vivos con muertos por días enteros, como denunció el ejército al llegar?"

"Alguien dejó caer sin pudor que lo del corona-virus tuvo ‘un efecto sanante’ para ‘los sistemas economicistas’: eliminar por la vía rápida, sin gastar metralla, a una pléyade insoportable de viejos inútiles, pasivos y consumidores"

La medicina se fue asentando históricamente fundamentalmente en los cuatro clásicos actos médicos: inspección, palpación, percusión, auscultación. Y esos tenían que ser absolutamente personales y presenciales por parte de los entendidos en esas artes del curar y cuidar. Sólo en casos de imposibilidad física se podían recibir orientaciones supletorias a distancia. Pero eso siempre con carácter extraordinario y mientras no podía llegar la atención profesional siempre presencial, (con presencia y acercamiento físico), y luego con derivación, si fuere del caso, a centros especializados: “Vino el médico y ‘hay que salir’” decían emocionadas las familias, con lágrimas en los ojos y palabras entrecortadas, en mi infancia ya tan lejana. Naturalmente la previa escucha activa y empática del propio paciente y de los entornos familiares no podían faltar nunca.

Ahora con las nuevas tecnologías está claro que se avanzó muchísimo. Y bueno será abrirles la puerta grande a esas nuevas potencialidades en todo aquello en lo que realmente sean capaces de humanizar y mejorar la atención a los cuidados. Voy a referirme específicamente a lo que se dio en llamar la tele-medicina.

El prefijo griego, têle-, es un elemento de formación de palabras que significa lejos, en la lejanía, a distancia: tele-asistencia, tele-fono, tele-visión, tele-dirigir, etc. Pero hoy y en este caso, al parecer, tiene más vocación lo de tele- lejanía, distanciamiento, invisibilización, ocultamiento, no escucha, silenciamiento, etc., que el segundo elemento que debiera ser más esencial: -medicina.

Presumimos de la mejor sanidad del mundo. Y es verdad, gracias al modelo de Ernest Lluch. Pero eso se está desmantelando con rapidez con las privatizaciones descaradas. Y mira por donde, el mercantilismo, siempre al acecho, ya encontró en la telemedicina la trampilla para hacer una asistencia a distancia con gran ahorro de gastos e inversiones y pingües dividendos e ingresos a costa de la masa numerosa de los pacientes más desfavorecidos, los débiles, los pobres, los viejos y los empobrecidos.

Porque los poderosos y los económicamente bien situados tendrán siempre acceso directo a la medicina de presencia personal o mediante pólizas de seguros. Pero para eso, para suscribirlas y pagarlas, hay que tener medios económicos. Y ya entramos en el negocio.

Telemedicina

“La teleasistencia de los tiempos de la pandemia llegó para quedarse”, nos dijo el Sr. Feijoo en Galicia. ¡Qué suerte!, si fuera verdad. Pero con la verdad verdadera. Porque no es un concepto unívoco ni mucho menos una realidad inocente: (in-nocens, que no hace daño). Veamos de qué panacea nos habla tan enfáticamente este señor que tiene poder para hacer y deshacer. Veamos lo que pasa ya principalmente en la atención primaria y para los sectores populares y más pobres. ¿Qué modelo invoca? ¿A qué hace referencia? Seamos realistas y preguntémonos algo muy elemental: ¿Cómo lo viene haciendo ya? El proceso normal es este:

Siempre tienes que empezar por llamar a un teléfono. Una mínima anamnesis es necesaria. Pero ahora, en estos casos, ya casi siempre es sólo una heteroanamnesis y ésta por aproximaciones.

Luego, a partir de aquí, don Juan Paisano ya se ve sumido y enredado en el lío de un bucle telemático de preguntas y respuestas, de mensajes poco claros, de límites de infinitas filas de preselecciones donde rematas casi siempre en lo mismo: sin respuesta ninguna o no idónea. Y, por encima de todo, con la rabia de sentirte culpable ‘por inútil e ignorante’ delante del imperio de los ‘sabios, disfrazados de la nueva diosa salvadora: la informática. Pobres, viejos, cortos de vista, discapacitados de varias clases, solitarios, los que no saben leer (y no quiero decir ‘analfabetos’, por ser hoy insultante y descalificador), tullidos de las manos, en sillas de ruedas, extranjeros o no conocedores de los vericuetos del país de llegada. Etc.

Partamos de un caso real, nada excepcional, en esta tele-medicina: María. 83 años. Vive sola. Sus familiares están lejos. Recibe una llamada de su médica para confirmar si realmente es ella la paciente en cuestión y si ese es su número de teléfono para atender por telemedicina una consulta que fue solicitada por alguien a su Centro de Salud. Ya que así está mandado en el proceder del nuevo modelo. Hasta aquí todo parece normal.

Anciana en la ventana de una residencia
Anciana en la ventana de una residencia

María tiene que decirle a la doctora, o a quien está llamando, que la vuelvan a llamar más tarde porque ella ya no recuerda su número de teléfono porque que no lo tiene entre los ocho números de letra grande a los que llama habitualmente ya que ella nunca se llama a sí misma y ya no ve para leer en la vieja guía de teléfonos. Tiene que comunicarse con un pariente que está a sesenta quilómetros para que le dé este dato. Luego, para escribirlo, pasan casi 10 minutos porque sus manos tiemblan. ¡Que ridículo, abuela!, le dicen sus nietos cuando se lo contó. ¿No sabes ni tu número de teléfono? La visitan una vez al mes y una hora como mucho. Nunca más les volverá a contar ‘sus ridiculeces’.

Los que nos movemos entre la pura realidad, casos parecidos son muy comunes y cotidianos. Y ahora analicemos el contraste con la sentencia del gran gestor, (como él se autoproclama): “La teleasistencia de los tiempos de la pandemia llegó para quedarse”.

Yo, que fui enfermero por muchos años, prestando cuidados a pie de cama, tocando piel, curando llagas, escuchando penas y enjugando lágrimas de enfermos y familiares llevo muy mal esto ‘del abuso’ de la tele-medicina que, además, no sé bien por qué, (o sí lo sé), a mí me suena a no sincera. Hay como un tufo. Ya sé que en el mundo del mar e incluso en los aviones y en muchas urgencias vitales, en los parajes más difíciles y sin más medios que las manos, la palabra, y muchas veces el silencio impotente, pero siempre empático y de escucha activa y comprensiva, se puede así salvar vidas, dar consuelo y no dejar en soledad a quien precisa sentirse arropado y querido. Pero esos son momentos de excepcionalidad y además es otra cosa muy distinta.

Porque lo que es la medicina, la enfermería, la enseñanza, la ayuda social a los desvalidos, etc., no las concibo sin esa vocación de inclinarse sobre el hermano herido como hizo el personal de servicios múltiples y humanitarios en la pandemia del corona-virus, sin medios idóneos e incluso poniendo en peligro sus vidas en esa entrega a los pacientes. Estuvieron presentes a pie de enfermos y desbordados y envueltos en pandemia. De hecho, ¿cuántos murieron aislados, en soledad absoluta, tanto enfermos como sanitarios y de servicios humanitarios? Otros siguen aún con fallos y secuelas. Y, por ser siempre los más olvidados quiero destacar de entre ellos a todas y todos compañeras/los de la limpieza y servicios de higiene absolutamente básicos.

El Ejército, en las residencias de ancianos
El Ejército, en las residencias de ancianos

Toda la solidaridad y afecto para los trabajadoras/es de las residencias de ancianos, tantas veces invisibilizados, dejados, silenciados, maltratados, e incluso tele-acusados de abusos y dejadeces cuando son ellos los que realmente venían siendo ahogados en sus palabras reiteradas de denuncia contra la deshumanización. Solidaridad y gratitud para todas ellas y ellos. No olvidemos que es un sector mayoritariamente femenino que necesita absolutamente trabajar y callar. Y sepamos y tengamos muy en cuenta que cada una y cada uno tiene detrás su propia familia que generan, cargan y aumentan preocupaciones cotidianas con miedos reales de contagios a sus propios hijos, compañeros/as, padres-madres, etc. Y a ellos también han de proteger aislándose con dolor principalmente en el propio hogar.

No quiero maldecir tinieblas porque siempre es mejor encender luces. Pero, desde hace ya tiempo, los sistemas económico-políticos, mercantiles y burocráticos encontraron ahora la oportunidad de oro y los medios de enriquecerse con el máximo lucro, la mínima inversión o gasto y la explotación sin control de los trabajadores. Así, ya estamos ahora en una nueva sociedad camino de la nueva esclavitud con la eliminación de las personas ‘no rentables’.

¿Qué pasó y sigue pasando en y con los geriátricos y en las casas de acogida de ancianos en las que el corona virus vino a destapar una forma tan cruel y deshumanizadora de vivir y morir? Pongámonos en el caso de María. ¿Tú o yo iríamos hoy con confianza a una residencia privada de ancianos, sin garantías ni supervisiones? ¿No prefieres morir aunque sea de soledad en tu casa? Pero ahora, ahí, también te imponen el gran modelo: “La teleasistencia de los tiempos de la pandemia llegó para quedarse”.

Alguien dejó caer sin pudor que lo del corona-virus tuvo ‘un efecto sanante’ para ‘los sistemas economicistas’: eliminar por la vía rápida, sin gastar metralla, a una pléyade insoportable de viejos inútiles, pasivos y consumidores. Pensionistas que al durar tanto están agotando el progreso del país. Y ello tuvo aplausos descarados en las redes con consideraciones aprobatorias. Ese ‘efecto sanante’, naturalmente, va destinado a la plebe. Y ya no hablemos que se opina de lo que hay hacer con los presos.

Telemedicina

Veamos la otra cara de la realidad. Porque también es real. Cuando se trata de los familiares y amigos de los poderosos, entonces todo el sistema público, sin limitación de medios y personas, pasa por delante de quién sea para centrarse ‘en su caso’. ¿Recuerdan lo de la señora Aguirre? Está en las hemerotecas. Todos nos alegramos sinceramente de que hayan salvado su salud con una intervención tan rápida y de prevención precoz. Pero ya nos gustaría que cualquier don José de Vallecas tuviera la misma atención que ella, sin que le pasara por delante nadie si se actuase con criterios de estricta justicia y ciencia médica.

La Voz de Galicia, Él País, Galicia Confidencial, Radio Nacional, Cadena Ser, TVE., etc., nos llenaron de informes de abusos diarios y malas praxis durante años. Sólo con abrir Google los datos están ahí y siguen ahí. De ese mal ya se sabía desde hace mucho tiempo. De los malos tratos, del maltrato y abusos, también. Silenciados y sin la asistencia médica y sanitaria que está en las normativas. Pero era mejor callar y seguir con el enredo. Son privadas. Esa es la política. Nada de supervisión y, cuando se hace ya se pacta previamente, con antelación, y a las estancias que convengan. Este es el camino que se pretende seguir. Pero la sociedad en general también tenemos responsabilidad en el silencio cómplice: ¡Son viejos! Ojos que no ven, ...

¿De quién son esos geriátricos donde, hacinados, murieron a cientos, permaneciendo conjuntamente vivos con muertos por días enteros, como denunció el ejército al llegar? ¿Y quién está detrás dando medallas a esas entidades? Son esos mismos políticos. Las hemerotecas tienen recogidos estos actos, con grandes fotos, y como un gran éxito. ¿Por qué se ocultaron entonces la gran cantidad del ‘exitus letalis’?

"Llegó un tiempo 'nuevo', pero no es tan cierto (seguro) que llegara la 'normalidad'?, escribió el obispo de Mondoñedo-Ferrol, Mons. de las Heras. ¿Mudaremos algo, todos y cada uno, en esta nueva normalidad? Porque es cosa de todos y cada uno. ¿Seremos capaces de que se retome en serio la atención y puesta al día de todas las otras patologías que están a la espera y en muchas de ellas está en juego vida o muerte? ¿Seremos capaces de que el encuentro con el médico de cabecera, (que no tiene culpa), sea más fluido y eficaz para que tantos ancianos o discapacitados no tengan que pasar por la tortura de: Para esto marque ese número; para aquello responda a estas preguntas, etc., tan propias de esa ‘tele’-asistencia, tan lejana, distante y complicada para viejitos que viven solos o no quieren dar a saber sus intimidades a intermediarios y menos delante de un mostrador, a dos metros de distancia, sin oír bien y tener que entenderse a toda voz y con gente al lado, (y de lo que tampoco tiene culpa este personal)? No habrá otras maneras? A todo esto se intenta contribuir con: Los más desvalidos ante el mal del covid-19.

Seguiremos avanzando en este análisis del problema y desde abajo ahora que ya estamos fuera de la inmediatez de trifulcas, controversias y rivalidades electoralistas.

Campo de lavanda
Campo de lavanda

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