"La víctima ha sabido perdonar, aunque no olvidará jamás el desgarro que debieron producir a esos padres, los míos" La amnesia del hábito

Diego Neria, a la puerta de una iglesia en Plasencia
Diego Neria, a la puerta de una iglesia en Plasencia Agencias

"Con diez años, sufrí el rechazo de dos trabajadores con sueldo fijo de la Iglesia: un sacerdote que llamaba a confesión a alumnas por el simple hecho de acercarse a mí y que prevenía a los padres de éstas del peligro de mi influencia y, en segundo lugar, no por orden de importancia, una monja que me rompió literalmente la cara cuando, desde mi infantil inocencia, le conté que me gustaba una niña"

"¿Saben? Lo más curioso es que me habría bastado una respuesta que, además, hubiese resultado elegantemente humilde, pero no, la humildad no suele asistir a los cobardes"

Yo recibí lecciones de moral, enfundadas en hábitos negros y blancos, desde la tarima de un aula, mensajes engalanados de hipocresía y apariencias, consejos convertidos en magníficas teorías que nadie llevaba a la práctica. Escuché mil prédicas sobre el amor al prójimo, sí, pero olvidaban decir que era solo al convenientemente elegido; sobre la ayuda al necesitado, también, siempre y cuando en la atención a las carencias y dramas ajenos no hubiera que dejarse la piel; vi, de primera mano, la caridad ejercida desde el personalizado y adaptado guión, escogido en algún buffet libre de los maestros de la doctrina, que daba por suficiente donar aquello que sobra, alejándose, a años luz, del mensaje de justicia social de nuestro Salvador: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”. No dijo, que yo sepa, amad, pero deshaceos del que es distinto, por mucha falta que le hagáis.

Con diez años, sufrí el rechazo de dos trabajadores con sueldo fijo de la Iglesia: un sacerdote que llamaba a confesión a alumnas por el simple hecho de acercarse a mí y que prevenía a los padres de éstas del peligro de mi influencia y, en segundo lugar, no por orden de importancia, una monja que me rompió literalmente la cara cuando, desde mi infantil inocencia, le conté que me gustaba una niña… Y, sin entender nada, fui expulsado por motivos morales del que era entonces, ya no tanto a su pesar, un “elitista” colegio placentino. ¿Qué razones de índole moral pueden causar el destierro de una criatura en su momento más difícil? 

Diego Neria, a la puerta de una iglesia en Plasencia
Diego Neria, a la puerta de una iglesia en Plasencia Agencias

Cuatro décadas después, siendo ya legalmente el hombre que siempre fui y que se negaron a aceptar, volví a pecar de inocente y, convencido de que el paso del tiempo y la evolución habrían cambiado su percepción del mundo, quise darle la oportunidad a la misma persona que me agredió de que, al menos, reconociera que las cosas no se hicieron bien. No sé: una disculpa, una explicación quizás, una excusa, por insostenible que fuera, amparándose en que era otra época… ¿Era mucho pedir? 

¿Mentir forma parte de la doctrina cristiana? ¿La soberbia acaso? Yo sé bien que no. Tengo en mi vida Sacerdotes y Religiosas que entregan la suya porque esa es su vocación y que, lejos de juzgarme, me abrazan (el Papa Francisco recibió en su Casa a este pobre mortal que aquella toga condenó al exilio, ¡caprichos del destino!). Bueno, pues ella mintió, negó y achacó la vergonzosa responsabilidad a otra “Sor Ficticia”. Ni siquiera me recordaba, aunque a lo largo de la conversación fueron varios los renuncios en que incurrió. 

Ahora, tras más de seis intentos, es imposible lograr que esta señora, con un cargo de responsabilidad en el mismo colegio que fue mi infierno, responda a una petición tan simple y justa como la de facilitarme un Informe Escrito en el que rece el motivo de mi expulsión. No existe, se lo tragó la tierra, puede que para que nada traiga al presente el bochornoso pasado en tiempos en los que, por fortuna, esto supondría un mayúsculo escándalo.

Ante mi petición, a través de la Secretaría del Centro, se me ofrece el “Boletín de Notas” de mi etapa escolar. Si no fuera tan triste, sería para “mondarse” de tamaño insulto a mi inteligencia. 

Verán, si el dolor fue mío, ese informe de expulsión también lo es y es mi legítimo derecho reclamarlo. No es tan difícil de entender: lo quiero. Los daños generados, desgraciadamente, no tienen fecha de caducidad por mucho que quien los provocó los “olvide”. 

No me mueve el rencor a estas alturas de mi vida. La víctima ha sabido perdonar, aunque no olvidará jamás el desgarro que debieron producir a esos padres, los míos. Esto morirá solo cuando yo lo haga. Necesito saber la verdad para cerrar capítulos. 

El Papa, con Diego Neria y Macarena
El Papa, con Diego Neria y Macarena Agencias

Mi testimonio está avalado por compañeras de aula que vivieron todo aquello y que, a pesar del tiempo transcurrido, conocen y reconocen a quien vive bajo aquel hábito, aunque ya no lo utilice. A Dios gracias y para pesar de algunos, me acompañarán donde sea necesario.

¿Saben? Lo más curioso es que me habría bastado una respuesta que, además, hubiese resultado elegantemente humilde, pero no, la humildad no suele asistir a los cobardes. 

Algo sí he de decir, alto y claro, para que no quepa duda: no ganaron la batalla ni de lejos. Sigo siendo un hombre, pese a quien pese, y, además, ni siquiera su falta de empatía, de compasión, de amor, de fraternidad y de ejemplo consiguieron arrancarme la fe. 

El hábito hace al monje, dicen, o a la monja, pero hay hábitos cuya amnesia les hace olvidar para qué los tomaron. 

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