Arranca el Año Jubilar Sanjuanista “A donde no hay amor, pon amor...”, desafío urgente para el pueblo de Dios
Leer hoy a San Juan de la Cruz en clave jubilar no es un ejercicio de nostalgia espiritual. Es una llamada a la conversión. Juan no escribe solo para místicos ni para religiosos, sino para creyentes concretos, insertos en una Iglesia real, con luces y sombras
| María Noel Firpo, psicóloga. @psicomarianoel
El próximo 13 de diciembre comienza el Año Jubilar Sanjuanista, una oportunidad no solo para conmemorar a San Juan de la Cruz, sino para volver a escucharlo, leerlo y dialogar con él. Un año para acercarnos y dejarnos interpelar por la hondura humana y espiritual de su experiencia.
Este año, la Iglesia ha sido sacudida por noticias dolorosas: sacerdotes que abandonaron el ministerio en silencio, otros que viven situaciones afectivas desordenadas, descubriéndoles una “doble vida”, y algunos que han terminado quitándose la vida. Cada caso es único y no admite lecturas simplistas, pero son desenlaces de personas que atraviesan crisis profundas, y nos obligan a mirar de frente realidades que durante años permanecieron en silencio. La tentación es buscar culpables rápidos o explicaciones morales simples. Sin embargo, quizás la pregunta más evangélica sea otra, que nos lleva a mirar la “viga” en nuestro ojo, y es: ¿dónde falta el amor?
San Juan de la Cruz conoció el desprecio de sus hermanos, la dureza de las relaciones rotas, la incomprensión institucional y la “noche” del abandono. Y cuando una carmelita descalza de Segovia, preocupada, se lo hace ver, él le responde a su carta con esta frase: “Y a donde no hay amor, ponga amor y sacará amor”(Cta 26). Pero no la escribe en abstracto ni desde la serenidad de quien todo lo tiene resuelto. Juan responde a su situación provocada por sus iguales, sin resentimiento. Señala otro camino. La frase nace en una relación concreta, en medio de un conflicto eclesial real. Pero él desplaza la mirada, ¿cómo responder al mal sin reproducirlo?, ¿qué hacer cuando no hay amor?
La tentación es doble: o justificarlo todo en nombre de la institución, o cargar toda la responsabilidad sobre personas concretas. El místico propone otra lógica. Poner amor no significa callar, ni aguantar, ni espiritualizar la injusticia. Significa no permitir que la ausencia de amor determine nuestra manera de vincularnos, ni con Dios ni entre nosotros. Su mística es profundamente relacional. El Dios que él anuncia no es un sustituto de los vínculos humanos, sino su fuente y su horizonte. Por eso, la noche no es ausencia de amor, sino un camino hacia una relación más verdadera, purificada. Quizás hoy la Iglesia, el pueblo de Dios, esté siendo invitado a realizar ese camino.
“Poner amor”, hoy, no es una consigna piadosa. Es una tarea concreta y exigente. Implica pasar del juicio rápido a la escucha atenta; del idealismo espiritual a la cercanía real; de la crítica a la corresponsabilidad. Implica también revisar nuestras comunidades: ¿hay espacios donde se pueda hablar con verdad?, ¿donde la vulnerabilidad no sea vista como debilidad?, ¿donde el acompañamiento no sea solo “espiritual”, sino también humano? La frase de Juan de la Cruz no descarga la responsabilidad en unos pocos. No dice “espera a que haya amor”, sino pon amor, como casi una manera de ser. Es decir: hazte parte, involúcrate, compromete tu manera de “estar con” y “ser con” los otros. El amor del que habla Juan no es sentimiento ni buena intención: es presencia, es cuidado, es sostén. Es un acto de la voluntad. Elijo amar. Implica pasar de la queja estéril a la responsabilidad compartida. Hablar de poner amor es hablar de compromiso: intervenir, hacernos cargo y crear condiciones para que nadie quede expuesto al daño.
Pero atención, cuando San Juan de la Cruz añade “y sacarás amor”, no está prometiendo un efecto automático sobre el otro. No dice que quien recibe ese amor vaya a cambiar, comprender o corresponder del mismo modo. Tampoco garantiza una respuesta justa ni una conversión visible. Leerlo así sería reducir su hondura a una lógica de intercambio. En la experiencia sanjuanista, “sacar amor” no significa obtener algo del otro, sino no perderse uno mismo en la falta de amor ajena. Significa actuar desde lo mejor que habita en nosotros, incluso cuando el entorno no acompaña. El fruto no es la transformación del otro, -eso ya dependerá del otro-, sino ser fiel a nuestro llamado: permanecer humanos, libres y no deformados por el resentimiento, la dureza o la desesperanza.
Desde la psicología sabemos que cuando una persona responde al daño reproduciendo el daño, queda atrapada en la misma dinámica que la hiere. En cambio, cuando logra responder desde un lugar más integrado —con límites claros y sin negarse a sí misma—, protege su identidad y su capacidad de vincularse. Poner amor nunca significa renunciar a los límites ni minimizar un daño, sino que nosotros actuemos con amor para que quienes no pueden, por la razón que sea, reciban cuidado y acompañamiento. Es elegir no dejar que la ausencia de amor del otro determine nuestra manera de estar en relación.Es una decisión profundamente ética y profundamente espiritual. No se mide por la respuesta que obtiene, sino por la fidelidad a lo que somos llamados a ser.
Por eso, leer hoy a San Juan de la Cruz en clave jubilar no es un ejercicio de nostalgia espiritual. Es una llamada a la conversión. Juan no escribe solo para místicos ni para religiosos, sino para creyentes concretos, insertos en una Iglesia real, con luces y sombras.
Que este Año Jubilar Sanjuanista que comienza sea una ocasión para recuperar esta sabiduría olvidada: el amor no es un “adorno” espiritual, sino la condición de posibilidad de toda vida cristiana auténtica. Y que, cuando falta, no basta con señalarlo, hay que ponerlo. Este desafío, hoy, nos alcanza a todos.
Y que en este Adviento, cada pequeño acto de amor, sea un faro que anuncie Su venida.
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