Manifiesto evangélico ante el desalojo de Badalona
"…porque no había sitio para ellos en la posada" (Lc, 2, 7)
La Iglesia no está para fiestas
Los más castizos, por supuesto que todos ellos cristianos y sin pizca de mala intención, los llaman “arreos”, que quiere decir “conjunto de adornos o cosas accesorias que pertenecen a otra, o que se usan con ella”. Otros, también cristianos y con limpias intenciones, en ambientes campestres agrícola-ganaderos, hacen uso del término “aparejos” en su acepción de “materiales y elementos necesarios para hacer algo o para desempeñar un oficio”.
El resto de cristianos, ilustrados y leídos un poco más y dentro de lo que cabe, en la formación-información litúrgica que recibieron, se expresan y señalan con las palabras más cultas y certeras de “ornamentos sagrados”, al adorno, o conjunto de adornos “que sirven para enaltecer algo o hacerlo más vistoso”, especialmente referido a “las vestiduras sagradas que se pone el sacerdote para celebrar una ceremonia religiosa…”
Ornar, aderezar, preparar… es lo que da de sí, con generosidad, precisión y acierto, la palabra latina “ornamentum” de la que proceden los verbos citados que, en su relación de “ornamento” y “sagrado”, generan una auténtica contradicción, carente de religiosidad, anti académica y, sobre todo, extramuros de los santos evangelios. Bautizar y dedicar como “sagrado” un ornato y en mayor proporción si este es más valioso y jerárquico, no parece ser cristiano, sino todo lo contrario.
A la liturgia cristiana -“orden y forma de los oficios y ritos con que cada religión rinde culto a la divinidad”- le sobran ornamentos, pese al inefable e indecoroso empeño con que los acentúen de “religiosos”. Y tal abundancia se da y se percibe no solo en los ritos y ceremonias solemnes protagonizadas por los ejercientes en sus más altas esferas, sino también en las consuetudinarias, propias de iglesias-parroquias, capillas y estancias populares o rurales.
Arco-iris poblados de todos los colores, tonos y matizaciones, se hacen deslumbrantemente presentes, por imperativo ritual, y con insistencia y el uso debido, como si su descolorido, o su posible equivocación, constituyera pecado grave y desacralizara la ceremonia que enaltece y santifica. No hace falta reseñar que en los colores litúrgicos de los ornamentos sagrados no se escatiman gastos, con aspiraciones la mayoría de ellos a convertirse en otras tantas piezas de los museos diocesanos, en cuya visión, arte e historia, se pretenda inútilmente educar en la fe y en el evangelio a impávidos, sorprendidos y hasta escandalizados visitantes. Lo de que los museos diocesanos, previo pago, sean otras tantas lecciones e catecismo, carece de consistencia, evangelio e Iglesia.
El capítulo y tratado de los ornamentos sagrados precisan un soberano y serio proceso de revisión a la luz de la fe , con referencias a la historia. El simbolismo “religioso” que se les pretende adscribir resulta ser, además de una invención inconsistente y falaz, un descrédito y una infamia. No educan. Deseducan. Engañan, equivocan y engatusan a los pocos contempladores que decidieron admirarlos en los actos de culto y “en vivo y en directo”, o reposando ya en los museos.
Da la impresión de que los ornamentos sagrados responden al único, o preferente, fin, de destacar la figura de quienes los emplean, enalteciendo su poder sobre la colectividad, con todos sus predicamentos y proyección en este vida y en la otra y con preclaras exigencias de humildoso reconocimiento de que su respuesta será la del Amén y del arrodillamiento corporal y espiritual.
El trato con Dios -con la divinidad en general-, tanto en público como en privado, no necesita liturgias. Estas mayoritariamente dificultan, distraen, entorpecen, equivocan y engañan…
"¿Quién se imagina a Jesús, amigos y amigas, revestidos de ornamentos, para conversar entre sí, comentar sus parábolas, participar en su mesa, con vino o sin vino, panes y peces y parte del cordero pascual?"
¿No se les ocurre pensar a obispos, arzobispos, curas y miembros del “Alto o Bajo Clero”, que precisamente por ser y estar revestidos de ornamentos sagrados, pudiera en alguna ocasión hacerse Él mismo presente, al igual que lo hizo en el templo de Jerusalén, tirando al suelo mesas de cambistas y tenderetes, en los que se compraban y vendían toda clase de objetos, con pingües ganancias para los Sumos Sacerdotes y el resto del personal cualificado?
No más arreos, ni aparejos ni “ornamentos sagrados”. Y ya, y de momento, más pobreza y humildad en su uso. Los tiempos no están para coheterías litúrgicas. La Iglesia no está para fiestas. Habrá de limitar hasta el máximo su testaruda condición de proclividad a exhibir sus riqueza humanas y divinas”, con reverencial mención y recuerdo para los pobres, canonizados o por canonizar.
Ni los mismísimos Reyes Magos y sus servidores, a propósito de las fiestas y festejos de la NAVIDAD en Belén y sus alrededores, se vistieron con tantos “arreos” litúrgicos, con o sin permiso de Herodes.
También te puede interesar
Manifiesto evangélico ante el desalojo de Badalona
"…porque no había sitio para ellos en la posada" (Lc, 2, 7)
Lo último