"Ni en tiempos de Juan XXIII ni en los del papa Francisco el cisma-cisma anidará en la Iglesia" El cisma que no viene

Iglesia dividida
Iglesia dividida

"Muchos 'católicos de toda la vida' se escudan en la actualidad en el temor al cisma que pueda sobrevenirle a la Iglesia en el caso de que la doctrina y ejemplo predicados y vividos en gran parte por el papa Francisco se hiciera plenamente vigente en la misma"

"Mientras que la constatación de tal hecho pueda ser para unos, irremediable motivo de escándalo, a otros les puede aportar la seguridad de haber acertado en la elección del verdadero camino"

"Y es que la Iglesia-Iglesia, sus cismas fueron consecuencia y obra de reyes, emperadores y señores feudales, empeñados unos y otros en sacralizar sus apetencias terrenales de poder, 'dignidad' y dinero, sacralizados por papas y obispos con apetencias idénticas o similares, haciendo uso blasfemo el nombre de Dios"

"Ni en tiempos de Juan XXIII ni en los del papa Francisco el cisma-cisma anidará en la Iglesia. Prefiere ámbitos, hábitos y ocasiones propios de papas como Juan Pablo II, Benedicto XVI y otros, canonizados o por canonizar"

Muchos “católicos de toda la vida” se escudan en la actualidad en el temor al cisma que pueda sobrevenirle a la Iglesia en el caso de que la doctrina y ejemplo predicados y vividos en gran parte por el papa Francisco se hiciera plenamente vigente en la misma.

Taltemor resulta ser tan importante y manifiesto, que en frecuentes ocasiones troncha toda esperanza de renovación y de vida, que por sí misma la hace ser Iglesia de Cristo, a la así llamada y conocida institución en la terminología de las relaciones sociales en las que nos movemos y somos. El recuerdo del fantasma del cisma –“división o separación en el seno de una religión “- se nos presenta en los últimos tiempos eclesiásticos con caracteres ciertamente apocalípticos, inhibidores además de todo progreso por el camino del Reino de Dios, que no es otro que el santo Evangelio.

Reflexionar sobre el cisma y los cismas, es tarea digna de consideración y respeto, siempre y más en los tiempos en los que nos encontramos.

El cisma de referencia no es una posibilidad más o menos lejana en la Iglesia. Es ya una realidad. Tal vez lo único que le falte sea una declaración oficial u oficiosa por parte de alguien que encarne o crea encarnar, a ser posible “en el nombre de Dios” y oficialmente, cuanto es y representa la Iglesia en la actualidad en conformidad con la auténtica doctrina católica y en fiel y salvadora sintonía con los tiempos nuevos.

En la Iglesia, y en conformidad con lo que adoctrinan y viven una gran parte de su jerarquía, con pleno asentimiento de no pocos miembros de movimientos religiosos y ”ultra”, se constatan diferencias -divergencias- tanto o más notables que las que distinguen a unas religiones respecto a otras y, por supuesto, a unas Iglesias de otras, aunque ambas sean, se consideren e intitulen “cristianas”.

Mientras que la constatación de tal hecho pueda ser para unos, irremediable motivo de escándalo, a otros les puede aportar la seguridad de haber acertado en la elección del verdadero camino. Y es que la Iglesia-Iglesia, pese a rutinas históricamente proscritas, sus cismas fueron consecuencia y obra -otras más- de reyes, emperadores y señores feudales, empeñados unos y otros en sacralizar sus apetencias terrenales de poder, “dignidad” y dinero, sacralizados por papas y obispos con apetencias idénticas o similares, haciendo uso blasfemo el nombre de Dios.

El contubernio resultó perfectamente beneficioso para ambos “poderes”, cuyos representantes se vieron obligados a revelarlos así a los “fieles”, normalmente a base de símbolos y signos, todos ellos paganos, hoy sometidos a revisión, destierro y olvido, por muy simple y elemental que sea el juicio que de ellos se haga.

Es justo y reconfortante reconocer que, en estos contextos que apenas si tenían algún valor dogmático y ni siquiera eclesial y, piadoso, siempre, o casi siempre, surgieron figuras de relieve sobrenatural, procedentes de la clerecía o del laicado, que encarnaron hasta sus últimas consecuencias la realidad de la fe.

Huelga relatar que afrontaron tal vocación-ministerio testimonial a costa de exponer sus vidas a hogueras inquisitoriales, -vilmente apodadas santas y purificadoras-, siempre encendidas para castigar a quienes pretendieran despojarles de sus dignidades y privilegios también y sobre todo, terrenales-, otorgados por Dios mismo, marginando para ello todo cuanto fue y seguirá siendo Evangelio.

Desde tal perspectiva “dogmática”, gracias sean dadas a Dios, del lado de los oficialmente anatematizados, surgieron santos de verdad, a quienes con el paso del tiempo la misma Iglesia que los condenó en vida, ascendería al honor de los altares.

Esto no obstante y en tiempos tan franciscanos en los que el papa está dando pruebas de vivir y querer seguir viviendo, para los cismas-cismas desgarradores de antes, hoy no ha lugar en la Iglesia. La Iglesia, por definición y audacia franciscanas es sobre todo, encuentro. Es plural. Caben todos o la mayoría. Y no solo cristianos por nacencia o cultura. También para quienes no lo sean oficialmente ni sus nombres estén registrados en las actas bautismales, en la barca patroneada por Francisco habrá sempiternamente un lugar salvador para pasar a la otra orilla, residencia de Dios, Padre y Madre a la vez.

Educar y ser educados para el encuentro - el diálogo-, es deber y derecho de la jerarquía y de todo “buen cristiano”. “Todos” y “nosotros”, son VERBO, palabra de vida y principio y fin del Catecismo.

”Una religión solo o fundamentalmente por la variedad de ritos” y “por carecer de sentido luchar para triunfar sobre las demás”, fueron fórmulas a las que se acogiera el inmenso Nicolás de Cusa, hombre moderno, aunque viviera en el siglo XV y fuera Cardenal de la Iglesia de Roma.

De todas maneras, tanto a los católicos más ortodoxos, como a los más proclives a la comprensión, sin llegar a laxos, han de tranquilizarles las reiteradas confesiones del papa Francisco, de que a él jamás se le ocurrirá rozar el borde del dogma, sino solo algunos de los cánones y “ornamentos” litúrgicos. Algo similar a lo que describió Erasmo de Roterdam al referir que “uno de los pecados del reformador Martín Lutero había sido atacar al papa en la tiara y a los frailes en la barriga”.

Ni en tiempos de Juan XXIII ni en los del papa Francisco el cisma-cisma anidará en la Iglesia. El cisma prefiere ámbitos, hábitos y ocasiones propios de papas como Juan Pablo II, Benedicto XVI y otros, canonizados o por canonizar. Ecumenismo no es estar a la espera, por fe y dogmáticamente, de que sean los demás los que se unan con la Iglesia católica, sino que también sea esta la que se una con ellos.

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