Se clausuró el 8 de diciembre de 1965; el 9 de diciembre comenzó la lucha romana contra él ¿Un nuevo comienzo en tiempos de crisis? Recuerdos sobre el futuro del Vaticano II
Hace 60 años que finalizó solemnemente el Concilio Vaticano II, y entonces llegó el retroceso romano
| Christian Bauer*
Por favor, cierren los ojos por un momento. Imagínense un cielo nocturno estrellado y contemplen las luces centelleantes del cielo. Con ellas ocurre lo mismo que con los dieciséis documentos del Concilio Vaticano II (1962-1965). Son como puntos luminosos en el cielo nocturno que aún en el siglo XXI nos permiten orientarnos si sabemos conectarlos para formar una constelación.
Esta idea pictórica conduce al concepto de constelación (del latín stella = estrella). Una «hermenéutica constelativa» del Concilio Vaticano II permite establecer prioridades propias (= opción de primer orden) y, al mismo tiempo, mantener la tensión con otras prioridades (= opción de segundo orden). Esta «doble opcionalidad» para la propia parte y el conjunto debe cultivarse de manera sinodal. De este modo, se obtiene un enfoque no solo de los textos del Concilio, sino también entre nosotros, que es sensible a las diferencias y, al mismo tiempo, capaz de encontrar puntos en común.
1. La constelación del Concilio
En el centro del Concilio se encuentran cuatro constituciones que se pueden superponer con las dimensiones fundamentales de la pastoral eclesial: la constitución litúrgica Sacrosanctum concilium (SC = Liturgia), la constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium (LG = Koinonia), la constitución sobre la revelación Dei verbum (DV = Martyria) y la constitución pastoral sobre la Iglesia Gaudium et spes (GS = Diakonia). Los cuatro textos principales del Concilio Vaticano II tienen su origen en los cambios preconciliares de la pastoral: SC en el movimiento litúrgico («Actuosa participatio»), LG en el movimiento laico («La Iglesia despierta en las almas»), DV en el movimiento bíblico («Réveil évangélique») y GS en el movimiento misionero («La Iglesia debe salir de sí misma»).
Desequilibrio teológico
El Sínodo de los Obispos de Roma ya había propuesto esta forma de abordar el Concilio Vaticano II a través de sus cuatro constituciones con motivo del aniversario del Concilio en 1985, aunque con un enfoque diferente al que se expone a continuación. La fórmula abreviada a la que llegó el Concilio en este sínodo especial dominado por Joseph Ratzinger presenta un desequilibrio teológico conciliar. Reduce el plural constelativo de sus textos doctrinales a un singular centrado en la liturgia: la Iglesia (LG), bajo la palabra de Dios (DV), celebra los misterios de Cristo (SC) para la salvación del mundo (GS). El verbo que da sentido a esta fórmula conciliar se refiere a la liturgia como la actividad principal que determina la esencia de la Iglesia («celebra los misterios de Cristo»).
Iglesia sensible al mundo
La dinámica del propio concilio sugiere otro enfoque: en la constitución pastoral Gaudium et spes. En ella se debatió finalmente la cuestión pastoral fundamental del Concilio Vaticano II: la Iglesia en el mundo de hoy,¿qué es? Por lo tanto, un resumen auténtico del Concilio sería en realidad: La Iglesia (LG) –sirve a la salvación del mundo (GS) –a partir de los misterios de Cristo (SC) –bajo la palabra de Dios (DV). Esta fórmula breve se confirma en los dos textos marco que, como primer y último documento aprobado por el Concilio, representan su esencia no solo desde el punto de vista histórico, sino también en el Mensaje al mundo (20 de octubre de 1962) y la Constitución pastoral (7 de diciembre de 1965). M.-Dominique Chenu, que no solo inspiró el mensaje mencionado, sino también la constitución pastoral, esboza la imagen ideal de una Iglesia con una nueva «sensibilidad mundial»:
«El Concilio tendrá que determinar el problema de la Iglesia […] según la medida del mundo […]. No hay que subestimar la importancia [...] de la reforma litúrgica, del renacimiento de comunidades verdaderamente cristianas, de la renovación de los métodos del apostolado y del restablecimiento de la función episcopal, que figuran con razón en el orden del día del próximo concilio, pero todas estas cuestiones importantes encuentran su luz [...] en la visión de un mundo nuevo [...]».
2. Rollback restaurador
El 8 de diciembre de 1965, el Concilio concluyó solemnemente, y ya el 9 de diciembre comenzó la lucha romana contra el concilio. Durante el larguísimo “doble” pontificado de Juan Pablo II y Benedicto XVI (1978-2013), esta tendencia llegó incluso a alcanzar la «hegemonía cultural» (A. Gramsci) en la Iglesia universal. Tras la breve primavera conciliar bajo Juan XXIII y Pablo VI (1958-1978), comenzó entonces una «época invernal» (Karl Rahner), que solo bajo los papas Francisco y León XIV (2013-hoy) está dando paso a un deshielo, y cuyo período de heladas de décadas también marcó el sentimiento eclesiástico del autor de estas líneas. Como muchos otros, él también había aprendido a distinguir, en una esquizo-eclesiología cognitivamente disonante, entre su propia experiencia parroquial local y una política eclesiástica global, cuya revisión teológica aún no ha comenzado.
Nueva evangelización
Un momento clave en este retroceso romano fue el mencionado sínodo especial con motivo del aniversario del concilio en 1985. Este estableció una interpretación romana del Concilio Vaticano II que, partiendo de una interpretación negativa del periodo posconciliar, tenía por objeto contener los avances de la Iglesia universal de entonces: en relación con la liberación política (América Latina), la inculturación cristiana (África), el diálogo interreligioso (Asia) y la secularización social (Europa, América del Norte).
El año 1985 ya había comenzado con un golpe de efecto sugiero: un golpe con mucho efecto en la política eclesiástica: el Rapporto sulla Fede, de Joseph Ratzinger, en el que se hablaba de una necesaria «restauración». En el centro de este se encontraba la idea de una nueva evangelización re-cristianizante, que al mismo tiempo significaba un alejamiento manifiesto del concepto holístico de evangelización del papa Pablo VI en Evangelii nuntiandi; éste comenzaba con la conversión de la Iglesia y se caracterizaba por el alegre seguimiento de Jesús en el reino de Dios. El sínodo especial romano con motivo del aniversario del concilio fue escenario de graves conflictos entre las iglesias locales y la jerarquía eclesiástica, que afectaron a todos los niveles del pueblo de Dios:
El posterior descubrimiento de los abusos sexuales cometidos por clérigos en todo el mundo (y su encubrimiento por parte de obispos que protegían a los agresores y no a las víctimas) marcó el comienzo de una nueva fase de la era posconciliar
A las protestas de los teólogos se sumaron las de los laicos comprometidos. Un ejemplo fue la «iniciativa popular eclesiástica» austriaca de 1995, desencadenada por el escándalo de abusos del arzobispo de Viena, Groër. El posterior descubrimiento de los abusos sexuales cometidos por clérigos en todo el mundo (y su encubrimiento por parte de obispos que protegían a los agresores y no a las víctimas) marcó el comienzo de una nueva fase de la era posconciliar, que caracterizó el pontificado de Benedicto XVI. Este había sido elegido en 2005 como sucesor de Juan Pablo II porque prometía la mayor continuidad posible en la lucha contra la «dictadura del relativismo». Su pontificado alcanzó su punto más bajo en la Pascua del Año Sacerdotal de 2010, cuando el cardenal decano Angelo Sodano, que ya había desempeñado un papel desagradable como nuncio durante las dictaduras militares de extrema derecha en América Latina, aseguró al Papa en un discurso de solidaridad que las críticas a la Iglesia por los casos de abuso no eran más que un chiacchiericcio (cháchara) del momento.
3. Un nuevo comienzo en la crisis
Aunque el papa Benedicto fue menos indulgente que su predecesor en materia de abusos sexuales, fue su sucesor, Francisco, quien abordó realmente las causas sistémicas de esta crisis histórica de la Iglesia. Señaló el clericalismo como la principal causa estructural de los abusos y recomendó la sinodalidad como un antídoto eficaz: los abusos, el clericalismo y la sinodalidad están profundamente relacionados entre sí. En el marco de un cambio sinodal correspondiente, el papa Francisco llevó a cabo varios cambios de paradigma, alejándose del curso restaurador de la Iglesia de sus predecesores, aunque muchos de ellos no fueron lo suficientemente lejos: limitación del centralismo romano en el sentido de una «descentralización saludable», inclusión de todo el pueblo de Dios en los procesos sinodales (incluido el derecho de voto), apertura a formas de vida «irregulares» (por ejemplo, divorciados vueltos a casar, homosexuales), ruptura con la doctrina social clásica en favor de un enfoque teológico de liberación (incluida la rehabilitación de Gustavo Gutiérrez, Leonardo Boff y la canonización de Óscar Romero), y mucho más.
Mirando por la cerradura
No se produjo un nuevo comienzo que sacara a la Iglesia de la crisis que ella misma había provocado, sino más bien un nuevo comienzo dentro de esa crisis, que marcó el inicio de una nueva fase en la recepción del Concilio. La amplitud pastoral mundial de una Iglesia conciliar abierta tanto hacia dentro como hacia fuera apenas se ha recibido hasta ahora en la corriente católica dominante local. Si se pregunta a los católicos qué novedades aportó el concilio, mencionarán sobre todo reformas orientadas hacia el interior: se erigieron los llamados «altares populares» y la misa se leía en la lengua nacional. O bien: se revalorizó a los laicos y se creó un consejo parroquial. La siguiente imagen permite echar un vistazo a través del ojo de la cerradura microhistórico a la vida cotidiana de una parroquia posconciliar:
En el espacio europeo, la recepción del concilio consistió sobre todo en una reestructuración interna de la Iglesia (en el sentido de liturgia y koinonia) en lugar de una misión externa al mundo (en el sentido de diaconía y martyria): en el culto se constituye la comunidad. Se prestó especial atención a las dos constituciones Sacrosanctum concilium y Lumen gentium. Solo con el pontificado del papa Francisco las dos constituciones Gaudium et spes y Dei verbum pasaron a ocupar un lugar cada vez más central: una dinámica extrovertida de la misión en el mundo que desafía la dinámica introvertida de la recogida en la Iglesia: el servicio al hombre como testimonio de Dios. El Concilio regresa así a Europa con un giro latinoamericano. Porque una Iglesia en el sentido conciliar no solo está dentro de ella “en casa” sino también está en casa “afuera” (en el mundo). Pero cuidado: no se trata en absoluto de un llamamiento «misionero» en el sentido de la nueva evangelización, que pretende distraer la atención de la urgente necesidad de atender los problemas sistémicos de la Iglesia («¡No debemos girar solo en torno a nosotros mismos!»).
Fidelidad creativa al concilio
Más bien se aplica la paradoja misionera: quien sale al exterior se enfrenta allí a las patologías de su propio interior («¿Cómo, eres de la Iglesia? No quiero tener nada que ver con ella»). No se puede eludir la autoconversión de la Iglesia como requisito previo para una nueva credibilidad. Porque una Iglesia clerical y colonial, homófoba y misógina, identitaria y autoritaria es un obstáculo manifiesto para la evangelización. Las cuestiones estructurales reflejan los contenidos de la fe, o no son conformes al Evangelio. Y eso significa: no hay «competencia entre víctimas» (Regina Ammicht-Quinn), es decir, entre los marginados sociales y los marginados eclesiásticos. Por eso, el Camino Sinodal en Alemania también se mantiene fiel al Concilio de forma creativa.
Autoevangelización
Al igual que en el Concilio Vaticano II, se trata aquí de la autoevangelización eclesial en el sentido de Evangelii nuntiandi, cuyo 50 aniversario también se celebra hoy. En última instancia, es como en el caso de los sacerdotes obreros franceses después de la Segunda Guerra Mundial, que comprendieron el Evangelio por primera vez entre aquellos trabajadores a los que en realidad querían convertir a la Iglesia. En resumen: los sacerdotes (SC) abandonan el interior de la Iglesia (LG), salen al mundo (GS) y descubren allí las huellas de Dios (DV). El camino hacia allí lo señala Ad gentes, otro texto conciliar sobre la misión mundial de la Iglesia:
“Como el mismo Cristo escudriñó el corazón de los hombres y los ha conducido con un coloquio verdaderamente humano a la luz divina, así sus discípulos […] deben conocer a los hombres entre los que viven, y tratar con ellos, para advertir en diálogo sincero y paciente las riquezas que Dios generoso ha distribuido a las gentes; y, al mismo tiempo, esfuércense en examinar sus riquezas con la luz evangélica […]. […] Pues como Cristo recorría las ciudades y las aldeas curando todos los males y enfermedades, en prueba de la llegada del Reino de Dios, así la Iglesia se une, por medio de sus hijos, a los hombres de cualquier condición, pero especialmente con los pobres y los afligidos, y a ellos se consagra gozosamente. Participa en sus gozos y en sus dolores, conoce los anhelos y los enigmas de la vida, y sufre con ellos en las angustias de la muerte.” (AG 11; 12).
* Profesor de Teología Pastoral y Homilética en la Universidad de Münster (Alemania)
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