"Los ataques contra el Papa Francisco han aumentado en los últimos meses" Por sus frutos los conoceréis (Mateo 7,15): Carta al Papa Francisco

Estas son las palabras claras, sencillas, lapidarias,…, con las que se opone a quienes se dicen católicos tradicionalistas, es decir, quienes profesan la doctrina y la práctica de la Iglesia Católica en la forma en uso antes del Concilio Vaticano II
Hoy ya no es el tiempo en que a estas críticas, a estos juicios y observaciones se pueda responder con la apologética, que abunda en las homilías de no pocos sacerdotes, o más bien con el pensamiento de teólogos y escritores de varias épocas, que se proponen defender la doctrina y autoridad de la Iglesia Católica
Los ataques contra el Papa Francisco han aumentado en los últimos meses. Cada vez más violento, cada vez más ideológico y, al mismo tiempo, cada vez más sutilmente omnipresente
Los ataques contra el Papa Francisco han aumentado en los últimos meses. Cada vez más violento, cada vez más ideológico y, al mismo tiempo, cada vez más sutilmente omnipresente
“La Iglesia está bloqueada, estacionada dentro de una religión convencional, externa, formal, que ya no calienta el corazón y no cambia la vida”. Son sus palabras, Papa Francisco, en la pasada Epifanía las que me están dando qué pensar desde que las pronunció…
Estas son las palabras claras, sencillas, lapidarias,…, con las que se opone a quienes se dicen católicos tradicionalistas, es decir, quienes profesan la doctrina y la práctica de la Iglesia Católica en la forma en uso antes del Concilio Vaticano II, deplorando las actualizaciones y aperturas sucesivas hechas por los últimos Papas y mientras los cristianos o esperan… o temen… que haya todavía otras…

Los católicos tradicionalistas se adhieren a la doctrina católica establecida en el Catecismo de Pío X y practican ciertas devociones públicas y privadas que, como afirma el Papa Francisco, no cambian en absoluto la vida.
Los católicos tradicionalistas se adhieren a la doctrina católica establecida en el Catecismo de Pío X y practican ciertas devociones públicas y privadas que, como afirma el Papa Francisco, no cambian en absoluto la vida
No piensan y muchos de ellos quizá no saben que el devocionismo es algo muy distinto de ser devoto y de hecho es –y hay que recordarlo y decirlo muy claramente– fruto de la crisis de fe.

A los obispos conservadores estadounidenses, que acusan al Papa de haber dado un giro radicalmente progresista a la Iglesia católica, el propio Papa, durante una entrevista con el canal de televisión “Cbs News”, decía allá por el mes de mayo del año pasado: “Ésta es una actitud suicida, porque una cosa es tomar en consideración la tradición, considerar situaciones del pasado, pero otra es encerrarse en una caja dogmática” y precisaba que se refería con el epíteto de“conservadores”a aquellos“que se aferran a algo y no quieren ver algo más allá de ello”.
Seguramente nadie puede negar que el cambio y la innovación, en cada ámbito por no decir en todos, no son fáciles de implementar, no ocurren de la noche a la mañana, siempre generan ansiedad, ponen en alerta, requieren la capacidad de hacer apuestas audaces, sin dar ningún paso atrás, sin ofrecer ninguna garantía a priori de poder hacer frente a los obstáculos, pero una cierta parte de la Iglesia católica, la clerical, sacerdotal, confesional,…, está fuertemente clavada en un dogmatismo abstracto, que petrifica la revelación, sofoca toda instancia de novedad, hace retroceder siempre y refugiarse en las categorías de cierta filosofía, considerada y aún permanecida -se piense o se diga lo que sea- la “philosofia perennis Ecclesiae”, es decir, la filosofía eterna de la Iglesia.
Hay, pues, muchas críticas y observaciones dentro de la misma Iglesia, provenientes del mismo mundo clerical a lo largo de los siglos, que –si miramos con atención– hasta se repiten siendo prácticamente siempre las mismas.

Una cosa es cierta para mí: hoy ya no es el tiempo en que a estas críticas, a estos juicios y observaciones se pueda responder con la apologética, que abunda en las homilías de no pocos sacerdotes, o más bien con el pensamiento de teólogos y escritores de varias épocas, que se proponen defender la doctrina y autoridad de la Iglesia Católica.
En la Iglesia, el tema de la relación entre pasado y presente sigue siendo, como siempre, uno de los más debatidos y, probablemente, hasta ahora no resueltos de nuestro tiempo.
Las fracturas, los puntos de inflexión, las discontinuidades, los desgarros, las revoluciones… no suelen pertenecer a la Iglesia
Es interesante observar que la Iglesia católica saca su fuerza de su formidable continuidad institucional, de su vínculo con un pasado que intenta hacer presente cada día. Las fracturas, los puntos de inflexión, las discontinuidades, los desgarros, las revoluciones… no suelen pertenecer a la Iglesia. Del mismo modo, el humanismo secular y la cultura de los derechos y de las libertades le han solido ser fundamentalmente ajenos, distantes… Ésta ha solido ser su fuerza… Éste suele ser su límite.
Quien se engañe creyendo lo contrario, pensando que puede transformarla de la noche a la mañana desde dentro, o que se puede hacer que la Iglesia, desde fuera, sea protagonista de los procesos de liberación y emancipación de la humanidad,…, puede cometer un enorme error de ingenuidad.
Dicho lo anterior, los ataques contra el Papa Francisco han aumentado en los últimos meses. Cada vez más violento, cada vez más ideológico y, al mismo tiempo, cada vez más sutilmente omnipresente. Lo que también muestra un recrudecimiento es la amplitud. Si antes eran franjas ruidosas pero minoritarias, descoordinadas, extremistas, muy alineadas políticamente pero culturalmente pobres, ahora están desapareciendo. Crecen las críticas provenientes de voces y sectores aparentemente "moderados", pero que en el fondo de sus argumentos muestran una fusión de "atraso" eclesial, tradicionalismo asustado, conservadurismo político-social encendido e instrumentalización evangélica.
En cierto modo, asistimos a una especie de “apocalipsis” del debate, que revela las intenciones de las mentes y de los corazones, que revela ambiciones y frustraciones, que conduce al mal uso de los medios de comunicación. Como siempre, ningún noticiero es fundamentalmente neutral. Insistir en algunos aspectos y callar otros es un juego bien conocido en el ámbito de la comunicación (la amargada matriz populista, siempre dispuesta a señalar al enemigo, ha dado en los últimos años pruebas de su poder mortal pero efectivo, como demuestra la demasiada televisión).

Además, me parece que hay dos consideraciones que hacer, que creo que son útiles para encuadrar mejor el conjunto.
Lo primero es obvio: el Papa es anciano, tiene problemas de salud y, como en todo organismo de poder, las posiciones de futuro se mueven. Ciertamente se mueven los que esperan que “acabada la fiesta bergoliana, el orden vuelva a su cauce de normalidad” y que son en definitiva los que todavía toleran mal, casi como un dolor de cabeza o una indigestión estomacal, el Concilio Vaticano II y su legado.
Lo segundo: quizá hasta estamos asistiendo al olvido del pasado reciente. Tal vez ya no recordamos cómo era la Iglesia romana hasta hace una docena de años, sobre todo en una parte de su jerarquía, amasada con poder y con hipocresía y escándalos encubiertos, con incoherencias silenciadas y condenas expresas, con castigos y compromisos costosos, con dobles estándares conceptuales... y diversas corrupciones, hasta el punto de llevar a la renuncia de un Papa... y qué es la Iglesia ahora, más allá de los talentos y límites de los papas individuales.
Tal vez ya no recordamos cómo era la Iglesia romana hasta hace una docena de años, sobre todo en una parte de su jerarquía, amasada con poder y con hipocresía y escándalos encubiertos, con incoherencias silenciadas y condenas expresas, con castigos y compromisos costosos, con dobles estándares conceptuales... y diversas corrupciones, hasta el punto de llevar a la renuncia de un Papa... y qué es la Iglesia ahora, más allá de los talentos y límites de los papas individuales
El Papa Francisco tiene grandes méritos: ha reafirmado la centralidad de la misericordia (incluso convocando un Jubileo); ha relanzado el ecumenismo cristiano y el diálogo interreligioso instando a la Iglesia a salir de confines temerosos o posiciones políticamente militantes y eclesiásticamente divisorias; ha devuelto carne y humanidad a muchas cuestiones teológico-eclesiales – a partir de la familia, la homosexualidad, el acceso a los sacramentos – que estaban envueltas en una nube de plomo y de falsos juicios; ha devuelto espacio a la sinodalidad y a la comunión eclesial como formas privilegiadas de vida cristiana; ha vuelto a poner a los pobres en el centro; ha recordado que el Evangelio y Jesucristo no son ni una moral ni una ideología -pensemos en la magnífica “Evangelii Gaudium”-; ha arrojado nueva luz sobre el tema de la creación, que es una emergencia planetaria; ha reiterado que los que están lejos tienen algo que decir a la Iglesia; ha intentado dar primacía a la pastoral, contra el disgusto de muchos pastores; ha iluminado la categoría de hermandad; ha decidido dar un papel más importante a la mujer en la Iglesia; ha reorganizado movimientos, grupos y prelaturas personales; ha mostrado que hay que evitar que la liturgia sea un medio para rechazar el Concilio Vaticano II;...

Frente a la idea de una doctrina que es un castillo «perfecto» de normas y reglas, que encasilla todo pero deja fuera la vida de las personas -y la encarnación del Verbo de Dios y la humanidad de Jesucristo-, ha restablecido la primacía de la conciencia. Ha trabajado por la paz, en un mundo en llamas, más allá de los equilibrios antiguos y modernos.
Por supuesto, mucho de lo que dice el Papa afecta al bolsillo y a los moralismos tranquilizadores en los que se basan los poderes y las ideologías, y también esto explica la violencia de las reacciones, según las cuales, en esencia, un cristianismo moralista e inofensivo sería mejor que un cristianismo vivo, que toca las heridas de la humanidad. Frente a una fe pacífica y serena, tranquilia y tranquilizadora, el Papa Francisco ha dado espacio a la inquietud y a las dudas, a la búsqueda del rostro de Dios. Ha reavivado la profecía como modo evangélico.

Frente a las buenas palabras que en realidad esconden poder en sus diversas formas, ha intentado realinear palabras, gestos, hechos. Ha tolerado no tanto las críticas positivas (legítimas, incluso adecuadas), sino las acusaciones falsas, la violencia verbal, las trampas divisorias –“diabólicas” diría la etimología de la división- soportando campañas mediáticas rencorosas, considerando que es el primer Papa que, en la era de las redes sociales anónimas, también ha tenido que gestionar una compleja convivencia con un predecesor retirado, el Papa Benedicto XVI, que ha tratado de ser siempre fiel a la opción de la comunión silenciosa por más que otros, a su alrededor y en su entorno, hayan pretendido otra cosa…
Por esto, y por más, a medida que la edad avanza y la salud se tambalea, quiero decir que, por si sirve de algo, hay una parte de la Iglesia, quiero pensar que la parte más relevante y significativa, también aquella que tiene futuro, que está con el Papa Francisco y que le está agradecida por el camino que ha hecho recorrer a la Iglesia, con todas las dificultades, los errores e incertidumbres que se han producido. Pero el bien realizado es mucho mayor.
Finalizo con un sencillo comentario. Si el Evangelio es verdaderamente “Buena Noticia”, entonces la fe cristiana no tiene nada que ver con el pesimismo. Esto no quiere decir que la realidad no sea a menudo dura y dolorosa. Queda el gran compromiso y el coraje de ver cómo afrontarla. En ello, parece, está empeñado el Papa Francisco. Ante los crecientes ataques, con una violencia de diferente intensidad contra el Papa, es importante recordar y reconocer lo que Francisco ha hecho por la Iglesia en tan sólo unos años y tener sentimientos leales de gratitud.
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