"El contemplativo es el que busca e intuye a Dios" "Si de veras busca a Dios"

Monasterio de Oseira
Monasterio de Oseira

"¿Qué hay dentro de nosotros que sentimos ansias de mucho más de lo que somos? La sed espiritual que llevamos dentro nos transporta a una realidad que supere nuestra finitud"

"A Dios sólo se le puede buscar en la simplicidad del corazón, en la humildad y en la pobreza, pues él resiste a los soberbios, y da su gracia a los humildes"

"La dura experiencia de la pandemia del covid-19 que ha puesto de rodillas a nuestro mundo, pero ha sido también ocasión para que todos los monasterios de vida contemplativa se hicieran presentes en el dolor del mundo"

En la celebración litúrgica de la solemnidad de la Santísima Trinidad, celebramos el misterio amor de las tres divinas personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es el misterio de amor que procede del Padre y se derrama en el Hijo por el Espíritu Santo, procesión de amor del Padre al Hijo en el Espíritu Santo, y ese amor (de suyo difusivo, como afirma santo Tomás de Aquino), se ha derramado en sus criaturas en la creación y de modo particular en el hombre, hecho a imagen y semejanza de Dios (Gén 1,26). En esta fiesta celebramos un año más la jornada pro orantibus que este año se hace bajo el lema: La vida contemplativa, cerca de Dios y del dolor del mundo.

Este lema nos hace recordar la doble vertiente del amor a Dios y a los hermanos en el que se resume toda la ley y los Profetas (Mt 22, 37-40). Es el doble aspecto del amor que manado de su fuente eterna que es Dios, no vuelve a él vacio sino que fecunda las relaciones fraternas, y se debe manifestar claramente en los hermanos. San Juan en su primera carta lo expresaba muy claramente: Hijos míos, no amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad. En esto conoceremos que somos de la verdad (3, 18-19). Y de esta doble vertiente queríamos decir unas palabras.

Oseira

San Benito cuando escribe en su regla, en el capítulo 58, los criterios para la admisión de los candidatos a la vida monástica, la primera condición que pone es: “si de veras busca a Dios”. Y esa realidad espiritual de la búsqueda de Dios ha sido un aspecto muy importante en la vida monástico-contemplativa.

Buscar a Dios es una expresión atrayente. Nos abre a lo infinito, a la plenitud y a la trascendencia. ¿Qué hay dentro de nosotros que sentimos ansias de mucho más de lo que somos? La sed espiritual que llevamos dentro nos transporta a una realidad que supere nuestra finitud. Esa sed interior es lo que ha hecho de muchos unos inconformistas, unos inquietos. Sin duda alguna es la sed que movió a muchos cristianos a ir contracorriente, a poblar el desierto adentrándose en el propio corazón, para descubrirse a sí mismo y a Dios que en él habita. El monje ante todo es un buscador de Dios porque primero se ha sentido buscado por él.

El hombre siempre ha sentido el impulso de buscar a Dios, de conocer su voluntad, aunque no siempre de forma gratuita y correcta. Buscar a Dios también consistía primitivamente en tributarle el culto debido, aboliendo los falsos dioses. La auténtica búsqueda de Dios siempre suponía una renuncia a los falsos dioses (de los que nuestro mundo está plagado), y por ello una purificación del corazón. Deshacer los falsos dioses supone conversión, algo que repetían constantemente los profetas.

Oseira

Los profetas también nos recuerdan las actitudes que debemos tener para buscar a Dios. A Dios sólo se le puede buscar en la simplicidad del corazón, en la humildad y en la pobreza, pues él resiste a los soberbios, y da su gracia a los humildes. Esa humildad en la búsqueda de Dios denota la incondicionalidad que Cristo exige al que busca a Dios, que no es otra cosa que seguirle a él y fiarse de él renunciando a buscar la propia voluntad: “quien antepone… no es digno de mí”. Ya no se trata de buscar a Dios por un interés o finalidad (conocer el camino más acertado, etc…) sino de buscarlo por sí mismo, en entera gratuidad, como expresión de aquél que se siente amado y desea amar, para entrar en una relación de amistad con el Señor, donde la propia voluntad no sólo se somete a la voluntad divina, sino que va haciéndose una con ella.

Cuando uno entra en amistad con el Señor, dejándose dócilmente poseer por él, ya no se busca su voluntad por temor o curiosidad, sino que la propia voluntad divina que queda manifiesta en la voluntad de Cristo reflejada en el evangelio, es lo que San Pablo dice: conformarse con Cristo (icono de Cristo, transfiguración, “ya no soy yo, sino que es Cristo quien vive en mí”).

El amor cuando es auténtico como el amor de Dios en su Trinidad, es siempre gratuito, no espera otra recompensa que no sea amor: amar y ser amado. Bellamente lo expresa San Bernardo en su tratado sobre el amor de Dios: “Quieres que te diga por qué y cómo debemos amar a Dios. En una palabra: el motivo de amar a Dios es Dios. ¿Cuánto? Amarle sin medida”.

Sacristía de Oseira

La búsqueda caracteriza la vida monástica. Y el que busca es porque no ha encontrado. Si una vez pensamos que ya hemos encontrado, dejamos de buscar. Es el pecado de soberbia. A nosotros nos toca ser siempre discípulos, ir detrás del Maestro. La vida de todo cristiano debe ser una búsqueda. Si alguno dice que ha visto a Dios, es sencillamente un mentiroso, según san Juan, pues a Dios nadie lo ha visto nunca. Pero ¿por qué le buscamos sin conocerlo? A veces con auténtica sed, como la cierva que busca corrientes de agua… Si le buscamos sin conocerlo es porque hemos oído hablar de él o hemos intuido su presencia… Le buscamos porque él antes nos ha llamado creando en nosotros el deseo de él.

El amor gratuito de Dios, amor de Padre que le duele la lejanía del hijo, sale a nuestro encuentro para seducirnos. Dios nos amó primero y salió a nuestro encuentro, nos buscó para que nosotros le busquemos a él con la sed que ha puesto en nosotros al seducirnos. Él es el buen Pastor que sale en busca de la oveja perdida. Y cuanto mayor es la infidelidad mayor es el celo de la búsqueda… Quien a Dios busca se encuentra con ese Dios misericordioso, puro amor gratuito, y necesariamente se deja transformar por él, siendo un espejo del amor y la misericordia de Dios para todo aquel que se le acerque. Y sigue San Bernardo diciendo: ¡Señor, qué bueno eres para el que te busca! Y ¿para el que te encuentra? Lo maravilloso es que nadie puede buscarte sin haberte encontrado antes. Quieres ser hallado para que te busquemos, y ser buscado para qué te encontremos.

El sentimiento de paz interna, de gozo, que nos da el amor de Dios, debe suscitar una viva caridad para con el prójimo. Cuando el alma ha visto en sí misma los pecados y debilidades de que adolece, y se contempla tal como es delante de Dios, es suficiente para que en ella desaparezca el espíritu de vanagloria y hacerla indulgente y compasiva con los demás.

Cuando el alma contemplativa está instalada ya en su interior pacificado, caminando por la pureza de corazón, con el grato sentimiento del deseo de Dios, es imposible que no se desaten de su interior las más auténticas energías de la caridad para desear a todos los hombres que gocen de tan grandes bienes. Un texto de santa Teresa de Jesús, nos que viene a refrendar esta afirmación: De aquí también gané la grandísima pena que me da las muchas almas que se condenan (de estos luteranos en especial, porque eran ya por el bautismo miembros de la Iglesia) y los ímpetus grandes de aprovechar almas, que me parece cierto a mí que por librar una sola de tan gravísimos tormentos pasaría yo muchas muertes muy de buena gana1. No se puede estar más cerca del dolor que provoca la ausencia de Dios en el mundo actual que estar dispuesto a “pasar muchas muertes por ganar una sola alma”.

Oseira

La dura experiencia de la pandemia del covid-19 que ha puesto de rodillas a nuestro mundo, pero ha sido también ocasión para que todos los monasterios de vida contemplativa, como un nuevo Moisés, elevaran sus plegarias de modo insistente e ininterrumpido intercediendo ante el Señor por todos los que han fallecido y sus familiares, que no pudieron confortarles en esos difíciles momento, por el personal sanitario para que no desfallecieran en sus duros trabajos, por los científicos que investigaban ese virus para conseguir su erradicación, y en fin, por las necesidades de tantos trabajadores que perdieron sus empleos o empresas. Fue el modo de hacerse presente la vida contemplativa en el dolor del mundo.

Durante esta situación debida a la pandemia nos han preguntado con frecuencia (y también desde los medios de comunicación social) si era un “castigo” de Dios. Mi respuesta ha sido siempre que Dios es Padre y no castiga, no es esa la pedagogía divina. Pero la pregunta en sí manifiesta una doble preocupación: primero, que hay conciencia de que algo hemos hecho mal, una especie de culpabilidad moral en la sociedad como consecuencia del abandono de Dios, y segundo, que aunque neguemos la existencia de Dios al menos de una manera práctica, en los momentos de graves problemas siempre nos acordamos de Dios.

El contemplativo es el que busca e intuye a Dios. Esto le hace tener una visión contemplativa que le permite ver más allá, ver la presencia de Dios en los acontecimiento, las cosas y personas, ver en todo un “icono” de Dios, captar la belleza divina simplicísima en lo humano (filocalia), y desear con un corazón ardiente que todos sus hermanos los hombres gocen de esa presencia de Dios en sus vidas.

1 Santa TERESA DE JESÚS.- Libro de la vida, cap 32,6.

Fray Enrique

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