"A la Iglesia le queda mucho camino por recorrer" Los curas no somos pobres

PObres
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"El cura no es pobre, porque él es, lo que es la Iglesia a la que sirve. Es su templo, con su campanario y sus campanas, el reloj y aún con sus cigüeñas. El templo es su despacho"

"Más que pobres, los curas son ricos. Los ricos del pueblo. Pertenecen entitativamente a las “fuerzas vivas de la localidad”, junto con el médico, el alcalde, el boticario, el “Comandante de Puesto” y algún jubilado de prestancia social que optó por volver a empadronarse en el registro municipal, a esperar la resurrección entre los suyos"

Diversas razones avalan aseveración tan contundente, es decir, que “ a muchos les resulte  clara, decisiva,  y evidente“.  En tal proceso de asimilación conceptual, aporta doctos elementos de juicio el diccionario,  arropando la palabra “pobreza”  con los términos   de “escasez, carencia   de lo necesario para vivir , falta e insuficiencia”  , entre otros,  y en circunstancias concretas de lugar y de tiempo , pero con fidelidad respetuosa   al sentido y al  contenido que  mayoritariamente el pueblo le confiere.

Por si algo faltara, el mismo Evangelio, con magnanimidad y misericordia, enaltece la veracidad del misterio de la pobreza, como esencial  en el organigrama   de las ideas y comportamientos de Jesús,  - “Palabra -Verbo- del Padre” , con el fin de perpetuar su mensaje de salvación y de Vida , en esta y en la otra , es decir, “así en la tierra como en el cielo”..

Los curas no somos pobres. Lo que se dice “pobres-pobres”, sin llegar a los de “de solemnidad” por una parte y, por otra, a los “pobres de espíritu”., pese a que de vez en cuando diversos movimientos espirituales sacerdotales, con la mejor de las intenciones, pretendan justificar sus encuentros amistosos a la sombra de “¡bienaventurados ellos, también por ser pobres ¡”.

Corona de diamantes de Santa María la Real de Pamplona
Corona de diamantes de Santa María la Real de Pamplona

Todos los curas disponen de un sueldo más o menos alicaído, pero complementado a veces por los administradores de las Curias diocesanas respectivas. La situación definida por el “paro” laboral o profesional no es, hoy por hoy, eclesiástica, aunque en las esferas civiles rebase con creces los índices oficiales del resto de los países de Europa. Los curas y sus más cercanos familiares, disponen de un “pasar” aceptable y lo del “pan fiado” de los tiempos del Seminario   y de buena parte de la “carrera eclesiástica”, pertenecen felizmente a la historia.

A tal pobreza la destierran automáticamente   la “potestas” y la “auctóritas” –“poder y mandar en el nombre de Dios”-, conferidas libérrimamente el día de la Ordenación Sacerdotal y el de la “toma de posesión” de su cargo, ministerio u oficio. El cura no es pobre, porque él es, lo que es la Iglesia a la que sirve. Es su templo, con su campanario y sus campanas, el reloj y aún con sus cigüeñas.  El templo es su despacho. La referencia de su actividad y, por tanto, del poder humano y divino que detentan. El edificio de cualquier ayuntamiento de los pueblos -sede la corporación municipal democráticamente elegida-, es de menor relevancia que la sacristía del templo en la que los acólitos les preparan los ornamentos sagrados al cura. Con excepción del edificio de los castillos y de sus ex señores feudales, los templos parroquiales siguen siendo por ahora, señal inequívoca de la categoría y del poder que, en la mente de no pocos pueblos, todavía identifican a sus curas.

(No desaprovecho la ocasión de referir que, entre los más pobres-pobres de las parroquias, se encontraron los “excuras, secularizados o cesantes del ministerio sagrado, a los que, a veces “en el nombre de Dios”, les fueron clausuradas las puertas de su integración laboral o profesional).  

Los curas no somos pobres.  Además de la atención pastoral y ritual demandada en menor proporción con el paso del tiempo, -“horario de oficinas”-,  y la colaboración de laicos y laicas,  no nos está vedado a los curas ejercer  otros trabajos y profesiones de carácter civil y al servicio de la colectividad.  Todo trabajo es expresión del gran trabajo creador y re-creador del Padre Dios, encarnado en Jesús, Salvador y Redentor de la humanidad entera.

Más que pobres, los curas son ricos. Los ricos del pueblo. Pertenecen entitativamente a las “fuerzas vivas de la localidad”, junto con el médico, el alcalde, el boticario, el “Comandante de Puesto” y algún jubilado de prestancia social que optó por volver a empadronarse en el registro municipal, a esperar la resurrección entre los suyos.

Curas de Granada en la catedral
Curas de Granada en la catedral MCSGranada

Y como y porque los curas no somos pobres de verdad, según el diccionario y el santo Evangelio, a la Iglesia le falta por recorrer larga peregrinación para llegar a ser evangelizada ella misma y, a la vez, evangelizar. La pobreza es siempre, en todo y para todos, infalible “Madre y Maestra –“Mater et Magistra”-.  Ricos y riqueza no tienen cabida distinta en los versículos del Evangelio que la de engrosar las condenas y quejas -¡ay¡”,  como expresión que usara Jesús  repetidamente  para “indicar dolor, sorpresa, admiración o disgusto”, ante la inminencia  de descalificación como cristianos en el examen final.

Ser y ejercer de pobre habrá de exigírsele a la Iglesia y preferentemente a quienes creen ser sus representantes “oficiales”,  vocacionados para ello como en el caso de los curas. Es -está siendo ya- tarea primaria en todo planteamiento que se precie de sinodal, a instancias, sobre todo, del bendito papa Francisco, a quien Dios le conceda largos y fructíferos años de vida, conforme con el espíritu del de su homónimo el de Asís,  cercano a santa Clara   y en sempiterna fratría con el hermano Lobo, el Sol , la Muerte y la Vida.

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