"Ojalá haber visto el dolor, haber escuchado el clamor de quienes sufren, sea el comienzo de una nueva etapa en la iglesia española" He escuchado el clamor

Omella, al término de la reunión
Omella, al término de la reunión

"Un avemaría del Cardenal Omella, más producto de la costumbre que de la reflexión, da comienzo a casi cuatro horas de escucha, de desnudar dramas, de compartir dolor, frustración y esperanza"

"Omella mira, escucha, habla poco y escribe mucho. En momentos su rostro, la mayor parte del tiempo inmutable, refleja el dolor y la compasión. En otros en sus ojos aparece la sorpresa e incluso alguna vez quiero entrever (quizá sea más mi deseo que la realidad) un rastro de vergüenza"

"Tal vez sea la última vez que pase el tren. La Iglesia, de la que soy miembro y a la que amo, no podemos permitirnos el lujo de volver a perderlo. Que el clamor de las victimas nos sirva para despertar y afrontar el gran reto que durante décadas hemos negado y que ahora no podemos volver a ignorar"

Miércoles por la tarde y las cámaras y micrófonos llenan la acera de la calle Añastro. Entre el bullicio se suceden los saludos, sin muchas palabras, de una quincena de víctimas de abusos sexuales en el seno de la Iglesia. A las puertas de la “casa de la Iglesia” la emoción es grande, mezcla de esperanza y de temor a que una vez más las expectativas se vean frustradas.

Son muchos años, muchas ocasiones, de maltrato institucional a las víctimas. ¿Servirá de algo este encuentro? ¿Será solo una escucha y un hasta luego? ¿Será el inicio de un camino nuevo? Se abren las puertas y el presidente de la CEE, como anfitrión y mirando a los ojos, va saludando a todos y todas.

El sonido de los flashes se superpone al de las palabras. Un “buenas tardes”, un nombre, a modo de presentación, se entreoyen mientras que al comenzar a subir las escaleras se va creando un silencio lleno de presencia. Un avemaría del Cardenal Omella, más producto de la costumbre que de la reflexión, da comienzo a casi cuatro horas de escucha, de desnudar dramas, de compartir dolor, frustración y esperanza. El silencio empieza a romperse con historias desgarradoras, En poco minutos la sala se llena del dolor más atroz, el dolor de una madre que ya nunca podrá abrazar a Diego. La indignación se mezcla con las lágrimas de muchos ojos. Es el comienzo de una tarde dura pero necesaria.

Omella y víctimas de abusos
Omella y víctimas de abusos

Desde la serenidad en algunos casos, desde el enfado que hace que suene más de un grito, desde la angustia de sentir desprecio y ninguneo, desde el dolor siempre, van sucediéndose historias, van relatándose vidas rotas, van compartiéndose esfuerzos por reconstruir personas que necesitan transitar de víctimas a supervivientes. Al horror del abuso, se une, y quizá sea lo más impresionante de la tarde, el dolor igual de profundo por toda una vida posterior vivida desde la revictimización constante por parte de una jerarquía eclesial únicamente preocupada por “el buen nombre” de la institución olvidando lo verdaderamente importante: el bien de las personas, especialmente de quienes más sufren, a los que se ha herido cuando no tenían posibilidad ni de defensa ni de reconstrucción.

El dolor y las lágrimas buscan la mirada cómplice que proporcione un poco de fuerza, el gesto discreto de apoyo entre víctimas que logran ponerse en el lugar del compañero, de la amiga que relata su clavario. Un pañuelo ofrecido, una mano que aprieta un hombre, una mirada de solidaridad, hacen más digerible el crudo momento. Víctimas que en muchos casos no habían coincidido nuca en la misma sala pero que, sin duda, son quieren mejor entienden el dolor de otra víctima, su calvario, sus necesidades.

Omella saluda a las víctimas antes de entrar en la reunión en la Casa de la Iglesia
Omella saluda a las víctimas antes de entrar en la reunión en la Casa de la Iglesia

Y mientras, Omella mira, escucha, habla poco y escribe mucho. En momentos su rostro, la mayor parte del tiempo inmutable, refleja el dolor y la compasión. En otros en sus ojos aparece la sorpresa e incluso alguna vez quiero entrever (quizá sea más mi deseo que la realidad) un rastro de vergüenza.

Yo, a pesar de la historia vivida, he logrado mantener siempre la fe. He conservado hasta hoy un profundo amor a la Iglesia, a la que pertenezco y a la que amo a pesar de todo. Y esta tarde, igual más que nunca, me duela la Iglesia. Me duele profundamente como creo que hoy le duele al Cardenal Omella. Siento el dolor de quienes se han sentido ignorados e incluso atacados. Lo entiendo perfectamente pues yo he sentido muchas veces lo mismo. Me duele escuchar a quienes han perdido la fe por la actuación, no sólo de sus agresores, sino de toda una institución que siempre ha buscado evitar el escándalo más que evitar los abusos, que ha ninguneado e incluso atacado a las víctimas por intentar, con malas artes, salvaguardar el buen nombre de la Iglesia. Una y otra vez acude a mi mente, a mi pesar, “más les valdría haberse atado una piedra el cuello”. Y, sin embargo, creo que es posible la esperanza.

Ojalá haber visto el dolor, haber escuchado el clamor de quienes sufren, sea el comienzo de una nueva etapa en la iglesia española. Que sea el inicio de un acercamiento, el comienzo de una opción preferencial por quienes sufren. Que sirva para tomar medidas concretas, para buscar la verdad y la justicia, para reconocer a las victimas y acompañarlas en su historia de dolor que no termina nunca.

Alfonso Ruiz de Arcaute
Alfonso Ruiz de Arcaute Agencias

Tal vez sea la última vez que pase el tren. La Iglesia, de la que soy miembro y a la que amo, no podemos permitirnos el lujo de volver a perderlo. Que el clamor de las victimas nos sirva para despertar y afrontar el gran reto que durante décadas hemos negado y que ahora no podemos volver a ignorar. Como víctima y como Iglesia lo deseo, lo rezo y lucho por ello. Si la jerarquía sigue callando y mirando a otro lado, “hasta las piedras gritarán”. En cualquier caso, muchas gracias cardenal por su escucha atenta y respetuosa. Gracias por tomar múltiples notas que nos asegura compartirá con la Conferencia Episcopal y con el Papa Francisco. Personalmente rezaré por usted, que tenga la fuerza necesaria para remover las conciencias de esos obispos negacionistas que ponen palos en las ruedas del tren. Que sea capaz de lograr un cambio de rumbo en la iglesia española que por fin afronte, con valentía, el drama de los abusos sexuales. Rece también usted, como yo también lo hago, para que las víctimas jamás perdamos la esperanza.

Yo se cómo fue mi noche del miércoles. Cinco horas en un autobús de vuelta a Vitoria. Cada vez que cerraba los ojos esperando que el viaje se hiciera más corto, todo lo vivido durante la tarde acudía una y otra vez a mi cabeza y, sobre todo, al corazón. Ojos llorosos, palabras indignadas, suplicas de escucha, indignación, esperanza, gestos de cercanía, de solidaridad, el nombre, el rostro, la historia de cada víctima se hacía presente una y otra vez.

Yo se cómo fue mi noche del miércoles. ¿Cómo sería su noche, Cardenal Omella?

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