Por desgracia, la Iglesa de hoy son los obipos y todo lo demás son acolitados De espaldas al pueblo y en latín, no es posible estar ni pertenecer a la Iglesia

Misa en latín
Misa en latín

En todo diálogo, y más en el que se precia de religioso, las palabras 'feas', rechinan, ofenden, causan hedor y confunden

Del Espíritu Santo se ha hecho y se hace mal uso en la Iglesia, con desdichada y blasfema frecuencia. De modo muy particular cuando se le da por supuesta y activa su presencia en todos los nombramientos eclesiásticos

Crece el número de católicos o no, a quienes sorprende el hecho de que, por ejemplo, le esté vedado a la Iglesia firmar el “Protocolo de los Derechos Humanos, por ser constitucionalmente negadora de ellos

De por sí y sempiternamente, los términos “Iglesia” y “diálogo” recorrerán los caminos de la integración humana y cristiana hacia la salvación tanto personal como colectiva. Sin diálogo no es posible la Iglesia. La Iglesia es DIÁLOGO. Su gracia y su enseñanza son y serán artículos de primera necesidad en su concepción y en su ejercicio. Y —tanto vertical como horizontalmente— hoy su condición de diálogo se expresa con acierto pontificio, ya generalizado, con la palabra sagrada de “sínodo”. La Iglesia es “sínodo”, y no otra cosa.

Y en este contexto del NOSOTROS en todas sus direcciones, comprometido el diálogo hasta sus últimas consecuencias, no sobran entre otras, las sugerencias siguientes:

Por favor, en los coloquios, —comentarios— no ofendan jamás al Evangelio. Es decir, a la Iglesia determinadamente “sinodal”. No ofendan a la Virgen, invocada en esta tarea-ministerio con la advocación de “¡Nuestra Señora del Diálogo, rogad por nosotros!”. En todo diálogo, y más en el que se precia de “religioso”, las palabras “feas”, rechinan, ofenden, causan hedor y confunden. El “habla limpia” y la “palabra aseada” del ínclito Garcilaso de la Vega, es medio excelente para entenderse entre sí y con Dios, presente, por supuesto, el prójimo, merecedor de toda clase de respeto, en la búsqueda de la Verdad, que en cristiano no es otra que la que se escribe y describe con letras mayúsculas.

Del Espíritu Santo se ha hecho y se hace mal uso en la Iglesia, con desdichada y blasfema frecuencia. De modo muy particular cuando se le da por supuesta y activa su presencia en todos los nombramientos eclesiásticos. Estos, o la mayoría, se efectuaron y efectúan con procedimientos “dedocráticos”, es decir “a dedo”. Porque sí, “dignidades” y emolumentos eclesiásticos “en esta vida y en la otra”, se distribuyen e imparten, habiendo constancia de tales hechos con la documentación requerida. 

Ni en exclusiva ni fundamentalmente, no son siempre razones definitivas para tal concesión. Lo serán el Evangelio  y el Espíritu Santo. En el caso concreto de los nombramientos episcopales, con o sin Concordato, basta y sobra con que los episcopables no les incomoden a los gobernantes del signo, partido o ideario que sean, y que además sean dóciles a sus “nombradores”. No digo “electores” porque la democracia, sistemáticamente, y salvo raras y fingidas excepciones, sufre anatema eclesiástico, extensible a quienes se manifiesten contrarios a esta doctrina, en desacuerdo con “la voluntad del Señor”, signándola aún con la misma firma del papa de turno, con tiara o sin ella. 

Misas en latín, ¿el final?

¿Qué relación tiene la Iglesia en su magna y sacrosanta formulación litúrgica, con el Evangelio? ¿Cuál es la que tiene con el Código de Derecho Canónico y son la “fábrica” de su administración, no solo como Estado libre e independiente que es, sino además como institución religiosa? Crece el número de católicos o no, a quienes les sorprende el hecho de que, por ejemplo, le esté vedado a la Iglesia firmar el “Protocolo de los Derechos Humanos”, por ser constitucionalmente negadora de ellos, con casos tan flagrantes, claros y evidentes como la discriminación que padece la mujer, por mujer, en su Código y en su Liturgia. La clericalización de la Iglesia, excluyendo en la práctica a la mayoría de sus miembros, que son los laicos y las “laicas”, es y está bien patente y explica de soberana y “piadosa” manera la actual crisis religiosa y la que está por venir.

De espaldas al pueblo, en latín, disimuladamente, por lo bajo y sin que nadie lo entienda, no es posible estar ni pertenecer a la Iglesia. Hay que buscarse otro sitio y otro estilo de vida que se aproxime a la “religiosa” 

Los cierres de los seminarios y noviciados, falta de curas, y, por tanto, de misas y de atención pastoral, no parecen haber convencido a la Conferencia Episcopal Española, de que el problema es extremadamente grave, a la vez que parte importante de la responsabilidad está en sus propias manos, palaciegamente asentados en las cátedras de sus “catedrales”, absurdamente convencidos además de que su palabra “no solo es de toda la Iglesia, sino de la ciudadanía”, con explícitas añoranzas de que “cualquier tiempo pasado fue mejor”.

Con censuras –“Nihil obstar” e “Imprimatur”- vigentes todavía en la Iglesia, esta no puede serlo y ejercer hoy de verdad y en mínima conformidad con el Evangelio. Tampoco lo fue antes, y menos en los abruptos, infames y ensangrentados tiempos arzobispales de los Presidentes del “Tribunal de la Santa Inquisición” Hubo

“Papas ogros”. También muy recientemente, y hasta canonizables. Y sin quitarle ni ponerle un solo acento a la diversidad de acepciones académicas de “persona desagradable y de mal talante”. La demostración la rubrican quienes sufrieron las consecuencias de tal comportamiento “pontificio”, algunas de cuyas firmas aparecen con frecuencia evangélica y perdonadora en estas mismas páginas de RD.

Sí, a la Virgen le sobran el dinero y lo de “Alcaldesa a perpetuidad” y “Domus Áurea”. Les sobran coronas, joyeros y joyas aun cuando piadosamente quienes les adoctrinaron hicieron pasar su devoción por tales bagatelas y no por el servicio al prójimo y el amor de Dios, encarnado este en Jesús y, al menos teóricamente, en la salvadora continuidad de la Iglesia. A la Virgen le basta con ser “Esclava del Señor y Madre nuestra” con predilecta inclusión de los pobres, en conformidad con el canto del “Magnificat”, que da la impresión de haber sido borrado “a posta” de los tratados mariológicos.

Proclamar, tal y como lo han hecho algunos de mis comentaristas, de que “los pobres lo son, porque dedicaron su tiempo y dinero al alcoholismo y a las drogas”, sería similar a la barbaridad de aseverar que “los ricos lo son por haber hecho lo mismo, pero succionando la sangre de los pobres” …

Los sacerdotes universitariamente titulados doctores en Derecho Canónico no deberían hoy ser episcopables. “Código”, por muy de “derecho” y “canónico” que sea, no rima eclesiásticamente con el “Evangelio” en multitud de artículos y cánones. Son otra cosa.

Insisto en lo de que la Iglesia jamás podrá ser y ejercer de Iglesia, de espaldas al pueblo. Así no sería Iglesia la Iglesia. Y esto sigue aconteciendo. No es pasado. Es presente. La Iglesia son los obispos. Todo lo demás es “acolitado”. Y las mujeres, ni eso. Son “pecado”, tal y como refieren los textos bíblicos y no pocos de sus más devotos intérpretes, redomadamente misóginos, con o sin palios.

Jesús  y las mujeres
Jesús y las mujeres

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