El frío y la lluvia marcan la peor noche en el asentamiento bajo el puente de la C-31 de Badalona

Entre el asfalto y las tiendas, la vida de los desalojados del B9 continúa en condiciones extremas y sin ninguna respuesta institucional

Los acampados de Badalona siguen bajo la lluvia
Los acampados de Badalona siguen bajo la lluvia | José Luis Gómez

A las siete y cuarenta y cinco de la mañana de este martes 23 de diciembre, bajo el puente de la C-31 a su paso por Badalona, apenas hay movimiento. El día amanece gris, con una lluvia fina que no termina de irse y un frío que cala hasta los huesos. Solo alguna tienda de campaña se mueve ligeramente: dentro, quienes han dormido allí empiezan a prepararse para salir y afrontar un nuevo día en la calle. Es la sexta noche consecutiva que decenas de personas pasan a la intemperie después de ser desalojadas del antiguo Instituto B9.

El desalojo, ejecutado hace una semana, dejó sin techo a cientos de personas que ocupaban el edificio abandonado. De los cerca de 400 que vivían allí, una parte se ha dispersado, pero alrededor de 200 continúan durmiendo bajo este puente y en espacios cercanos. Esta ha sido la peor noche hasta ahora: la más fría y la primera con lluvia persistente.

Una geografía de la supervivencia

La escena bajo la infraestructura viaria es una combinación de objetos esenciales e improvisación constante. Tiendas de campaña alineadas en la acera, bicicletas apoyadas en los pilares, carros de supermercado cargados con pertenencias, briks de caldo esparcidos por el suelo, barandillas de hierro convertidas en tendederos de ropa empapada. En las entradas de las tiendas, zapatos ordenados con cuidado. Flota en el ambiente un suave olor a humo vegetal, mezcla de resistencia y rutina.

Lluvia y frío durante la sexta noche consecutiva bajo el puente
Lluvia y frío durante la sexta noche consecutiva bajo el puente | José Luis Gómez

Muy cerca hay un aparcamiento muy grande. Entre coches, algunas personas duermen sobre colchones, protegidas solo por mantas y plásticos. Dentro de algunas tiendas se oye a alguien cantar bajito, quizá para entrar en calor o ahuyentar el silencio. El puente hace de refugio, como un techo mínimo, en unos días en los que la ciudad ya ha encendido las luces de Navidad.

La imagen, por su precariedad y humanidad, recuerda inevitablemente una escena de nacimiento: un belén del siglo XXI, en medio del asfalto, donde la supervivencia sustituye a la estampa idílica.

Voces bajo el puente

Entre las personas que malviven allí hay mayoritariamente hombres jóvenes de origen africano. Alex, de 32 años y nacido en Gambia, lleva seis meses en Badalona. Explica que la noche ha sido muy dura por el frío y que una de sus principales necesidades es poder conectar el teléfono móvil a la corriente para hablar con la familia, que está en su país de origen. Calcula que ahora mismo son unas 180 personas bajo el puente. La Navidad, dice, sigue teniendo sentido para él: el año pasado la pasó en Milán.

El campamento despierta a primeras horas del día
El campamento despierta a primeras horas del día | José Luis Gómez

Otro hombre, de 42 años y también de Gambia, explica que en el Instituto B9 hacía de portero y ayudaba a mediar con la policía cuando era necesario. Detalla que muchos de los que ahora están bajo el puente son de Senegal y que entre el grupo hay también dos niños.

Mohamed, de 34 años, es de Guinea. Tiene papeles, residencia española y habla catalán, aprendido durante seis meses con una familia de Sant Cugat del Vallès. Lleva siete años aquí. El frío es una preocupación constante. Habla a menudo con su mujer y su hija, que están en su país. No puede volver porque no tiene trabajo. Dice que siempre hay comida gracias a la solidaridad de la gente que se acerca, pero que “la cabeza no deja de pensar”. Es musulmán y celebra la Navidad como una fiesta compartida, aunque reconoce que, en esta situación, incluso rezar se hace difícil.

Colchones y mantas en un aparcamiento cercano al asentamiento. Foto: José Luis Gómez Galarzo
Colchones y mantas en un aparcamiento cercano al asentamiento. Foto: José Luis Gómez Galarzo | José Luis Gómez

Autoorganización y apoyo voluntario

A partir de las nueve de la mañana, el campamento empieza a despertarse del todo. En uno de los extremos, una mesa improvisada se convierte en punto neurálgico: allí se dejan alimentos, bebidas calientes y ropa. Periodistas entran y salen. Personas llegadas de otros puntos de Cataluña se detienen para echar una mano.

Es musulmán y celebra la Navidad como una fiesta compartida, aunque reconoce que, en esta situación, incluso rezar se hace difícil.

Una voluntaria, que prefiere no dar su nombre, ayuda a organizar la distribución de la comida para que todos tengan. Explica que hay un equipo de cocineras que prepara dos comidas calientes cada día. La tarea también incluye limpiar, hablar con los chicos, coordinar idiomas —castellano, francés, inglés— con la ayuda de traductores improvisados entre los propios afectados. La respuesta institucional, asegura, “es inexistente”. Todo funciona gracias a la autoorganización y a la solidaridad: son ellos mismos quienes se ayudan.

Recuerda que, de los 400 que estaban en el Instituto B9, solo unos 200 continúan juntos. “En la iglesia de Nuestra Señora de Montserrat, también en Badalona, se intentó habilitar un espacio nocturno para una treintena de personas”, afirma, “pero no fue posible”. Mientras tanto, algunas voluntarias llegan con cafés y bocadillos.

Gestos inesperados

Entre quienes se detienen bajo el puente hay también una pareja joven, él marroquí y bombero, ella guineana. Son de Malgrat de Mar. Después de tomar algo en una cafetería cercana y constatar la situación, se acercan al campamento para preguntar si alguien quiere ir a pasar la noche a su casa. Es un gesto pequeño en medio de un problema enorme, pero rompe por un momento la lógica del abandono.

Objetos personales acumulados alrededor de las tiendas. Foto: José Luis Gómez Galarzo
Objetos personales acumulados alrededor de las tiendas. Foto: José Luis Gómez Galarzo | José Luis Gómez

Puertas cerradas, belenes encendidos

Mientras la lluvia sigue cayendo, en otro punto de Badalona, una iglesia, la de la Mare de Déu de Montserrat, mantiene las puertas cerradas. Desde fuera de la valla, sin embargo, se ve un belén iluminado. La imagen contrasta con la realidad bajo el puente: luces, figuras y simbología navideña por un lado; frío, tiendas y colchones por el otro.

La noche de Navidad está a la vuelta de la esquina. Bajo la C-31, decenas de personas esperan, resisten y se organizan, convirtiendo un espacio hostil en refugio provisional. Una estampa de supervivencia que, como hace dos mil años, vuelve a situar el nacimiento —no de un niño, sino de una comunidad improvisada— fuera de las paredes, a la intemperie.

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