CONFER: un paso decisivo, hacia la memoria, la justicia y la reparación 9 de junio : el valor del perdón en estos tiempos

La Conferencia Española de Religiosos no acudió a este acto como quien expone un trofeo moral. Lo hizo con humildad. Consciente de décadas de silencio, de heridas abiertas, de vidas truncadas
Un horror que no admite maquillaje ni excusas. Y desde esa escucha, se fraguó el acto: no como un punto final, sino como un punto de partida
¿Fue suficiente el perdón que querían pedir en ese acto? para ciertas personas No. ¿Pudo la CONFER curar el daño? En ese momento, para algunas de las presentes, tampoco. Pero ¿hay otra institución religiosa en Europa que haya asumido de forma tan abierta su corresponsabilidad moral en un sistema de represión, abuso y deshumanización? No muchas . Y eso importa
¿Fue suficiente el perdón que querían pedir en ese acto? para ciertas personas No. ¿Pudo la CONFER curar el daño? En ese momento, para algunas de las presentes, tampoco. Pero ¿hay otra institución religiosa en Europa que haya asumido de forma tan abierta su corresponsabilidad moral en un sistema de represión, abuso y deshumanización? No muchas . Y eso importa
No hay acto más frágil —ni más valiente— que el de pedir perdón públicamente. Y en el caso de la CONFER, ese pasado 9 de junio en la Fundación Pablo VI, esa fragilidad se convirtió en un escenario visible de ruptura, tensión y dolor. Sin embargo, lo fácil sería condenar el resultado y olvidar el camino. Lo honesto, en cambio, es reconocer lo que ese gesto representó: un paso decisivo, hacia la memoria, la justicia y la reparación.
La Conferencia Española de Religiosos no acudió a este acto como quien expone un trofeo moral. Lo hizo con humildad. Consciente de décadas de silencio, de heridas abiertas, de vidas truncadas. Durante más de un año, escucharon el testimonio desgarrador de mujeres marcadas por el horror del Patronato de Protección de la Mujer. Un horror que no admite maquillaje ni excusas. Y desde esa escucha, se fraguó el acto: no como un punto final, sino como un punto de partida.
Carmen Ortega, de Oblatas Europa; Antonia López, de la provincia de Europa y África de las Adoratrices; y Mar Mena, de las terciarias capuchinas de la provincia de Nazaret pusieron voz en nombre de Confer como lo hicieron los representantes institucionales al “sufrimiento causado” a tantas mujeres víctimas del Patronato de la Mujer una institución estatal, cuyo recorrido se enmarca entre los años 40 y mediados de los 80. Es imposible no conmoverse y compartir lo que se pueda de ese sufrimiento tan grande. Las convocantes de una acto de petición de perdón y reconocimiento a las victimas de esta realidad y el dolor sufrido hizo que la CONFER reconociese el daño y pidiese perdón públicamente por la participación de algunas congregaciones religiosas en esas situaciones que “no puede ser reparado con palabras, pero que asumimos como un deber moral” según dijeron .
Se trataba de reconocer la responsabilidad y contribuir en la medida de la posible a sanar esta página de la historia haciendo memoria de lo acontecido y pidiendo perdón por justicia hacia todas las mujeres que padecieron en estos centros

¿Fue suficiente el perdón que querían pedir en ese acto? para ciertas personas No. ¿Pudo la CONFER curar el daño? En ese momento, para algunas de las presentes, tampoco. Pero ¿hay otra institución religiosa en Europa que haya asumido de forma tan abierta su corresponsabilidad moral en un sistema de represión, abuso y deshumanización? No muchas . Y eso importa.
Sí, el acto fue boicoteado. El NO rotundo que se provocó por un cierto grupo eclipsó el guion y clausuró la ceremonia con un portazo que aún resuena. Pero ese grito no invalida el gesto. Lo humaniza. Lo enfrenta a su propia insuficiencia, a su propia ¿impotencia? . Porque el perdón, en contextos de injusticia histórica, no es un espectáculo de reconciliación rápida, sino un proceso difícil y lleno de dificultades

La CONFER no se defendió con soberbia, ni se retiró herida en su orgullo institucional. Su presidente, no habló desde la herida del desaire, sino desde la comprensión del trauma. “Comprendo la rabia”, dijo. Y esa comprensión, lejos de la condescendencia, fue el mayor gesto de coherencia que podía ofrecer. Cuando el perdón no es aceptado, quien lo ofrece debe tener el coraje de mantenerse en pie, sin responder con despecho. La CONFER lo hizo.
El acto truncado fue incompleto en ese momento sí, por las circunstancias sobrevenidas . Pero la perfección no es la medida del compromiso. Lo es la voluntad sostenida en el tiempo. Las congregaciones han abierto archivos, han reconocido públicamente su culpa, han prometido medidas concretas. Ahora toca cumplir.
Que el dolor se exprese con furia no invalida la justicia. Pero tampoco el perdón deja de ser justo porque no fuera recibido. Quienes quieren una Iglesia que asuma su pasado no pueden ignorar cuando esa misma Iglesia —o al menos una parte significativa de ella— da el paso, se arrodilla, y asume. Porque si no hay espacio para el perdón, ¿dónde queda entonces el futuro?
La historia no se repara en un día. Pero hay días en que la historia empieza a mirar hacia su herida. El 9 de junio fue uno de ellos. Aunque doliera. Aunque sangrara.
Y por eso, debe recordarse