"La liturgia actual no evangeliza. Es mayoritariamente espectáculo" La liturgia del puñal

Cruz de Santiago
Cruz de Santiago

"Del carácter y carisma de verdadero reformador - también de la liturgia-, dan fe, por ejemplo, estas palabras pontificias: 'El fin de la liturgia es llevar el pueblo a Cristo y a Cristo al pueblo'"

"Pero hoy el pueblo-pueblo se ha de limitar a ser y ejercer de 'oyente' o 'asistente', sumiso e impersonal … La liturgia -nuestra liturgia- evangeliza hoy poco o nada. Desevangeliza"

"Revisando una foto reciente de tres obispos y un arzobispo, de espaldas al pueblo, cada uno de ellos luce y destaca la cruz de la 'Orden Militar de Caballeros del Apóstol Señor Santiago' en el día solemne de su fiesta. La cruz, no es una cruz. Dramáticamente es un 'puñal'… que solo hiere de punta"

Aunque sean muchos los que hubieran preferido más intensa, rápida y extensa atención de la renovación de la liturgia, a otros les convence el dato de que el ritmo que a tal tarea -ministerio sinodal el papa Francisco le está imprimiendo, es el correcto, efectivo, eclesial y evangélico. Del carácter y carisma de verdadero reformador - también de la liturgia-, dan fe, por ejemplo, estas palabras pontificias: “El fin de la liturgia es llevar el pueblo a Cristo y a Cristo al pueblo”, así como el convencimiento dogmático de que “ celebrando el misterio de Cristo participamos en la obra de Dios y en la de la salvación universal”, consecuencia del compromiso y ejemplo de vida que de por sí, definirá al cristiano por cristiano.

La liturgia es Iglesia y su actualidad y noticia - “evangelio”.- son igualmente idénticas e infranqueables , compartiendo sus titulares en los medios de comunicación y adláteres. La definición académica de “liturgia” como “orden y forma interna de los oficios y ritos con los que cada religión rinde culto a su divinidad”, descalifica de por sí, y en primer lugar, a los venerables y “muy ilustres” “maestros de ceremonia “, o “persona que se encarga de dirigir o desarrollar eventos, desde el punto de vista protagónico, para que oficiantes y asistentes puedan disfrutar y beneficiarse de cuanto se imparte en tales ”funciones” sociales, civiles y, por supuesto, religiosas”.

Debe quedar clara y adoctrinadora constancia la idea de que genéticamente, tanto en latín como en griego, la palabra gramatical “liturgia” está relacionada con el “pueblo-pueblo”. Este es, por tanto, la más fiable referencia en todo el ordenamiento litúrgico, como no podía ser de otra manera. Es de lamentar que no sea así en la práctica religiosa cristiana, en la que ceremonias y ritos son de pertenencia exclusiva de quienes presiden las celebraciones.

El pueblo-pueblo se ha de limitar a ser y ejercer de “oyente” o “asistente”, sumiso e impersonal, y sus labios apenas si se entreabrirán para bisbisear – o proclamar-, el AMÉN, tal y como mandan los sagrados cánones, dado que precisamente para que se cumpla a la perfección tal precepto están y actúan los “Maestros de Ceremonias” .

La liturgia sin el pueblo y sin su participación activa y consciente en la misma, jamás podrá ser catequizada de cristiana. Sin el pueblo, no hay jerarquía. La jerarquía, y todos y cada uno de sus miembros, son nada más y nada menos que sus representantes, aunque tal aserto pueda resultarles extraño a muchos cristianamente maleducados por aquello de “doctores tiene la Iglesia”, con las “debidas licencias de los Nihil Obstat”, ya semi -proscrito el infecto “Índice de los Libros Prohibidos”, una de las aberraciones más denigrantes para cualquier institución divina o humana.

La liturgia -nuestra liturgia- evangeliza hoy poco o nada. Desevangeliza. Sus símbolos carecen de sentido eclesial, por muy católicos, apostólicos y romanos que nos sean servidos y encuadernados, y por muy revestidos de ornamentos (¡¡) sagrados con los que hagan uso los oficiantes…. No pocos de estos símbolos deberían haber sido ya abolidos y exiliados de los lugares “sagrados”, por su origen pagano y paganizante, de poder, de soberbia, de boberías, lucimientos y excentricidades, de lejanía y de espaldas o en contra del pueblo, al que de vez en cuando , y por rutinas rituales, algunos-pocos- le adjuntan, por fin, el añadido forzado de “pueblo de Dios”.

Al ser el pueblo el verdadero protagonista de la acción y administración litúrgica, la presencia del mismo en su reforma-renovación, es imprescindible. Es tarea sacramental y sagrada. La clericalización – episcopalización- de la Iglesia- y más de su liturgia- es pecado grave entre los referidos en el Credo, en los Mandamientos, y además y sobre todo, en las Bienaventuranzas.

La liturgia actual no evangeliza. Es mayoritariamente espectáculo –“función o diversión pública”- recitada, interpretada y aparejada en latín, en castellano o en cualquier lengua vernácula en uso o en desuso. Para muchos, y más para los jóvenes, tal y como mágica y misteriosamente es presentada hoy la liturgia, además de por abundantes dosis de aburrimientos, les cierra las puertas de los templos y lugares sagrados y explica que tantos claustros monástrevisando una foto reciente de tres obispos y un arzobispo, de espaldas al puebloicos o ex monásticos, se reconviertan en restaurantes en los que celebren sus encuentros gastronómicos, familiares, sociales y hasta religiosos…

NOTA. Pongo el punto y aparte a estas reflexiones, revisando una foto reciente de tres obispos y un arzobispo, de espaldas al pueblo, con sus respectivas mitras y ornamentos (¡¡) sagrados en los en cada uno de ellos luce y destaca la cruz de la ”Orden Militar de Caballeros del Apóstol Señor Santiago” en el día solemne de su fiesta. La cruz, no es una cruz. Dramáticamente es un “puñal o arma blanca de acero de dos o tres decímetros de largo y de hoja puntiaguda que solo hiere de punta”, tal y como aparece en el escudo oficial de la citada Orden, de importancia y relieve en la historia de la “Cruzada” de años medievales y siguientes.

El valeroso y ex todopoderoso y conservador cardenal Müller no se priva de condecorarse con tal símbolo y significación, al impartir sus adoctrinamientos no coincidentes, sino todo lo contrario, con los del papa Francisco y los de la Iglesia, que aspira a ser sinodal.

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