Una mirada laica e irreverente desde la Fiducia supplicans Iñigo Lasagabaster: "A los sectores ultramontanos de esta nuestra Iglesia se les ve el plumero"

Fiducia supplicans
Fiducia supplicans

"Aviso: este artículo no es un ataque contra la iglesia, no es un ataque a seminarios y conventos, no es un ataque a la institución episcopal, ni al sacerdocio, ni a la vida regular. Por último, este artículo tampoco es una exaltación de la homosexualidad, como tampoco lo es de los días soleados"

"En cuanto a mí, como cristiano laico que soy, he asistido desde dentro del seno de la iglesia a todo un proceso de cambio social y he podido observar una evolución sorprendente. Y, por afinar un poco más, la postura del papa también ha cambiado, muy a pesar de algunos"

"La Declaración Fiducia supplicans del Dicasterio para la Doctrina de la Fe es solo un paso: enorme si se mira con cierta perspectiva; pequeño si solo tenemos en cuenta las legítimas aspiraciones del colectivo LGTBIQ+ que no aceptan que se les considere católicos de segunda, ni mucho menos personas de vida 'desordenada'"

"Es terrible que gran parte de la oposición a Fiducia supplicans -no toda, por supuesto- provenga de personas cuya auto represión sexual sean los que hayan dejado y estén dejando, con su actitud antievangélica, un rastro de dolor tan agudo e insoportable"

Aviso: este artículo no es un ataque contra la iglesia, no es un ataque a seminarios y conventos, no es un ataque a la institución episcopal, ni al sacerdocio, ni a la vida regular. Por último, este artículo tampoco es una exaltación de la homosexualidad, como tampoco lo es de los días soleados.

Campaña en defensa del Papa: Yo con Francisco

Nacido en 1966, gran año, también a mí me tocó reciclarme y reeducarme en la comprensión del fenómeno LGTBIQ+ (que, como dijo Buenafuente, parece la contraseña de la wifi) y, en general, en la lucha que ha conllevado el reconocimiento y consideración de todas las personas, sin tener en cuenta su raza, su religión, su cultura o su identidad. Nuestra educación en igualdad ha ido las más de las veces a remolque de una sociedad que se abría primero a la “tolerancia” y después a la aceptación verdadera de la diversidad y el respeto, a veces cargada de prejuicios y aprendizajes previos, a veces autodidacta.

Nuestros hijos, muchísimo más abiertos y rodados, menos condicionados por la tradición moral decimonónica, franquista y posfranquista y por la sociología que la acompañaba, están, en esto, a años luz de nosotros y de sus abuelos, nuestros padres. Afortunadamente.

En cuanto a mí, como cristiano laico que soy, he asistido desde dentro del seno de la iglesia a todo un proceso de cambio social y he podido observar una evolución sorprendente, incluso en aquellos que se empeñaban y se empeñan en mantener unos postulados ideológicos y doctrinales que basculan permanentemente entre los conceptos de virtud y pecado, sin medias tintas.

Y, por afinar un poco más, no podemos sino señalar que, en lo específicamente relativo a la doctrina moral de cintura para abajo, es indudable que en los últimos cincuenta años yo he cambiado, la sociedad ha cambiado, la iglesia ha cambiado y la postura del papa también ha cambiado, muy a pesar de algunos que, desde una visión supuestamente tradicionalista pero profundamente ideológica y reaccionaria, se empeñan en lo contrario. La pregunta es por qué.

No hace falta leer a Frédéric Martel para entenderlo. Basta con unir los puntos para que el dibujo se haga evidente.

No es ningún secreto que, en un pasado no muy lejano, en medio de esa sociología moralista y constrictora de la que participaba la iglesia de manera protagonista, las personas homosexuales eran objeto de burla, rechazo y escarnio público. Eran apedreadas sistemáticamente, de manera real o figurada. Eran destruidas. No es extraño que buscasen el disimulo y la doble vida. Los armarios. No es extraño que los hombres buscasen escondites en supuestos ámbitos de virilidad o, en el caso de las mujeres, espacios femeninos escondidos y vedados a los hombres; no es extraño que se negaran a sí mismos y a sí mismas; no es extraño que sufrieran profundas heridas interiores.

Hay que decir de entrada, que es cuando menos ominoso el hecho de que haya sectores de la iglesia tradicionalista actual, tan favorable al examen de conciencia y tan divisora y activa contra el papa últimamente, que no se paren a pensar en el tremendo dolor causado por esas actitudes de objetiva intransigencia. Algún día, no obstante, supongo que se arrepentirán. Porque si hay pecado, eso es pecado.

"Es cuando menos ominoso el hecho de que haya sectores de la iglesia tradicionalista actual, tan favorable al examen de conciencia y tan divisora y activa contra el papa últimamente, que no se paren a pensar en el tremendo dolor causado por esas actitudes de objetiva intransigencia"

Pero volvamos a los armarios. Esos lugares en los que la complicidad iba más allá de las palabras o circulaba por circuitos alternativos a las palabras, ejem, ejem. Espacios en los que se guardaba silencio, pero que mantenían durísimos discursos normativos que actuaban como parte del camuflaje. Discursos que se incardinaban de tal manera en las personas que, llevasen éstas una vida virtuosa según los estándares o no la llevasen en absoluto, sabían que, mientras no se reconociesen las cosas de forma explícita, la libertad era grande de puertas adentro y el prestigio social, de puertas afuera, alto. Pensemos en seminarios y conventos. Y pensemos de paso, en la utilización salvífica, instrumental y sistemática del sacramento del perdón, cuando este se reduce al detergente que “lava más blanco”.

"La libertad era grande de puertas adentro y el prestigio social, de puertas afuera, alto. Pensemos en seminarios y conventos"

Pensemos en el altísimo ascendente social de un sacerdote en un pueblo en, por ejemplo, los años cincuenta del siglo XX (“este niño se llamará Nicodemo, como el santo que hoy celebramos”) frente al escarnio con que las personas “especiales” de ese mismo pueblo eran tratadas: el tonto, el gitano, el maricón… Pensemos en los chistes de mariquitas, en los alardes de testosterona, en las collejas y las burlas permanentes…

Pensemos ahora en la ventaja que suponía para cualquier persona homosexual entrar a formarse en un seminario o en un convento. Todo un mundo de complicidades. La mayor fábrica de aceite, con perdón de todo lo demás. Solo había un par de condiciones: no airear públicamente las propias vergüenzas y mostrarse inflexible ante las pulsiones públicas del resto de las personas con idéntica condición, pero reconocida.

Había una derivada más, y sigue habiéndola: la de quienes suponían y suponen que existe una cierta posibilidad de curación a través de la negación de la identidad homosexual y de la propia sexualidad, ayudados por las mal llamadas terapias de conversión sexual y la utilización, mal entendida y con mayor o menor éxito, de los conceptos de castidad y celibato, teóricamente muy fundamentados, pero, en último caso -y en muchos casos-, con un desarrollo práctico semejante a la herramienta del anestesista: “durmamos a este paciente”. Pero oye, que si todo lo anterior no funciona, contra el cargo de conciencia ya hemos dicho: “lava más blanco”.

¿Cuántos casos? No está claro, pero -a tenor de las escandalosas cifras sobre abusos sexuales en el seno de la iglesia que aparecen en los informes públicos de distintos países, parcialmente reconocidos por la propia iglesia, consecuencia de lo insano de todo lo anterior y que no reflejan otra cosa que la enorme represión sexual autoinfligida- muchos, demasiados casos.

¿Tiene la iglesia la culpa de todo esto? La iglesia es culpable y víctima. La iglesia es corresponsable en tanto en cuanto fue capaz de configurar, durante siglos y junto a otros agentes coyunturales, una determinada estructura moral de la sociedad. Pero la iglesia es a la vez víctima de esa configuración secular y no sale indemne, porque las personas en su seno son responsables del uso que hacen de su libertad, de su exposición pública y del alcance de la misma, del daño que infligen a los demás o del que se hacen a ellos mismos cuando no son capaces de asumir una homofilia, entendida como homosexualidad célibe, de manera equilibrada, de manera pública; cuando no son capaces de vivir la castidad y el celibato de manera ordenada y coherente y cuando descargan su frustración en personas inocentes que no hacen más que soportar, desde hace siglos, las frustraciones personales de quienes no han tenido la valentía suficiente para reconocerse ante el espejo en su particular identidad.

"La Declaración Fiducia supplicans del Dicasterio para la Doctrina de la Fe es solo un paso: enorme si se mira con cierta perspectiva; pequeño si solo tenemos en cuenta las legítimas aspiraciones del colectivo LGTBIQ+ que no aceptan que se les considere católicos de segunda, ni mucho menos personas de vida 'desordenada'"

En tamaño maremágnum, la Declaración Fiducia supplicans del Dicasterio para la Doctrina de la Fe es solo un paso: enorme si se mira con cierta perspectiva; pequeño si solo tenemos en cuenta las legítimas aspiraciones del colectivo LGTBIQ+ que no aceptan que se les considere católicos de segunda, ni mucho menos personas de vida “desordenada”. Y tienen toda la razón. Pero es un paso valiente y necesario. Y, como todo lo valiente de esta vida, muy contestado.

"Es terrible que gran parte de la oposición a Fiducia supplicans -no toda, por supuesto- provenga de personas cuya auto represión sexual sean los que hayan dejado y estén dejando, con su actitud antievangélica, un rastro de dolor tan agudo e insoportable"

Es terrible que gran parte de la oposición a Fiducia supplicans -no toda, por supuesto- provenga de personas cuya auto represión sexual, virtuosa o fracasada, según su particular concepción de lo que es virtud y de lo que es pecado, homófilos célibes u homosexuales activos con terribles sentimientos de culpa, sean en muchos casos y por hablar claro, los que hayan dejado y estén dejando, con su actitud antievangélica, un rastro de dolor tan agudo e insoportable.

Los traumas, los padecimientos y, en último extremo, los suicidios provocados por estas posturas intraeclesiales (pero antievangélicas) están todavía por reconocer; no hacerlo es, sencillamente, mirar para otro lado. Y de estos pecados, ante los que paliceden las chorradas que algunos nos quieren vender como tales, son hoy responsables quienes todavía manejan conceptos de culpa obsoletos, desproporcionados, al margen de la sociedad y del signo de los tiempos.

Sí, el porno está muy mal; es un horror, ciertamente. Y la prostitución. Y muchas más cosas. Pero los pecados de cintura para abajo son un clásico que, vistas las pulsiones humanas, no tienen relación con la capacidad del ser humano para destrozar vidas. No queremos nosotros, por tanto, entrar en eso, que es como matar moscas a cañonazos, pero es curioso observar lo siguiente: la negación de la homosexualidad y su equiparación a una enfermedad ha casi desaparecido de las declaraciones eclesiásticas con la condena y clausura de las terapias de conversión sexual, en las que obispos actuales como José Ignacio Munilla y otros, o ex obispos como Xabier Novell (que, por cierto, eran amigos, mira tú) se han empeñado tanto y de una manera tan personal en un pasado reciente (participando incluso activamente en algunas de ellas, como se ha publicado) y actualmente, se acepta a regañadientes, por estos mismos pastores y probablemente porque no les quede más remedio, la existencia de la condición homosexual. Pero se ataca ahora y con especial virulencia, ya no tanto el hecho en sí -la condición- como las conductas sexuales “desordenadas” que supuestamente se derivarían de ella (¿y solo de ella?) o la equiparación, de carácter conceptual, del matrimonio entre dos personas de un mismo sexo al matrimonio tradicional entre un hombre y una mujer. Bueno, pues nada: más madera.

"Hoy, nada menos que al papa Francisco, le puede corregir él mismo, Munilla, en el tema de las bendiciones a parejas homosexuales"

El otro día, estuve viendo con interés uno de los videos que monseñor Munilla ha colgado recientemente en Youtube desde su plataforma digital “En ti confío”. Allí, hablando a pelo y calzón quitado, en un despacho que era de ver (que ni quita, ni pone, pero que como marco resultaba perfecto), sin asesores, ni filtros, en una charleta medio improvisada en la que venía a poner los puntos sobre las íes hablando de la oportunidad de la publicación de Fiducia supplicans -ya que “muchos le habían preguntado”(solo le faltaba el clásico “me alegro de que me haga usted esta pregunta”)- nos decía monseñor que, como Pablo le corrigió a Pedro a propósito de un tema de comidas judías o cristianas que tenían entonces y que al parecer era muy determinante (y hoy al parecer, pues no), asíhoy, al sucesor de Pedro, nada menos que al papa Francisco, le puede corregir él mismo, Munilla, en el tema de las bendiciones a parejas homosexuales, iluminado como un nuevo Pablo redivivo y, por lo tanto, en posesión de la verdad. Porque él y no el Dicasterio para la Doctrina de la Fe, ni nadie en el Vaticano, ni el propio papa, está en posesión de la verdad. Solo él, Munilla, que no quede duda de esto; si no, de qué iba a salir él, de mamporrero, a la palestra.

Por cierto, visto lo visto, que a mí Munilla me alerte de los peligros de crearme una “iglesia a mi medida”, me parece una cosa tan tierna como incalificable. 

Otra cosa divertida y que nos aclara monseñor es que nos dice lo que nos dice, pero ojo, sin ánimo de dividir, que dividir a la iglesia, nos recuerda de pasada, impasible el ademán, es el gran riesgo, pecado mortal. Lo hace como si no fuese con él, como disimulando, como el que lanza una piedra y esconde la mano. Parece advertirnos de que dividir a la iglesia fuera un riesgo en el que incurriríamos nosotros, los laicos, si ahondásemos en su argumentario y no él. Es como si manejase material inflamable y tuviera miedo de que se le fuese de las manos.

"Porque Munilla es catequista y pedagogo, nos hace un juego de palabras muy gracioso: 'Fiducia supplicans no es herética, es caótica', jajaja. Pero cuidado, que esto no es cuestionar al papa, ni dividir a la iglesia; esto es labor profética. Desde la verdad"

No cuestionemos la autoridad del papa. Dejémosles a ellos, que para algo son obispos y saben manejarse. Y así, anda pisando huevos: el papa no es un hereje, conviene aclarar, nos dice con permiso del cardenal Robert Sarah (que no lo tiene tan claro, al parecer) aunque esté, ciertamente, entrando en una postura un tanto caótica, sí, y por eso y porque Munilla es catequista y pedagogo, nos hace un juego de palabras muy gracioso: “Fiducia supplicans no es herética, es caótica”, jajaja. Pero cuidado, que esto no es cuestionar al papa, ni dividir a la iglesia; esto es labor profética. Desde la verdad. Porque ¿qué es la verdad? Atención de nuevo con hacerse aquí cada uno “una  iglesia a su medida”, bla, bla, bla. La verdad revelada es lo que nos enseñan Munilla & Co. Se lo dijo un ángel, en sueños. Para evitar el riesgo y no morir en el infierno, les hacemos caso a ellos, que son pastores y saben mucho. ¿Y al papa? Al papa, bueno, ya, tal.

"Profetas mofeta, eso es lo que son. Y en sus críticas al papa son también outsiders, quede claro: out-si-ders. Se han quedado fuera"

Profetas mofeta, eso es lo que son. Y en sus críticas al papa son también outsiders, quede claro: out-si-ders. Se han quedado fuera. A mí me parece que estas personas no solo se están exponiendo mucho, últimamente, que ellos sabrán, sino, lo que es peor, están exponiendo mucho a la iglesia, extendiendo un aroma pesado y carpetovetónico, triste, desolador, como de amargura permanente y, de paso, están haciendo un ridículo llamativo incluso puertas adentro de esa misma iglesia que les ha reído las gracias toda la vida. Por qué no se callarán, me pregunto. En lo que a mí respecta, han conseguido ya, de momento, lo que consideraba la cuadratura del círculo, opinión de un laico irrelevante, no se altere el patio de butacas: que un obispo me parezca un mamarracho.

"En lo que a mí respecta, han conseguido ya, de momento, lo que consideraba la cuadratura del círculo, opinión de un laico irrelevante, no se altere el patio de butacas: que un obispo me parezca un mamarracho"

Porque a mí, simple laico de a pie en un mundo francamente mejorable, todo lo que sea acoger, escuchar y bendecir, me parece ya, de saque, algo evangélicamente extraordinario o extraordinariamente evangélico y, en consecuencia, estoy a favor de la Fiducia supplicans y de todo lo que suponga incorporar a todas las personas a la mesa de Jesús. Y lo digo desde la sencillez e imperfección de mi corazón de pecador, lascivo, egoísta, sátiro y maleducado.

No obstante, diré que yo lo que sí veo realmente mal es mentir, humillar, acusar a la gente sin pruebas y la soberbia, eso sí que es un desastre, la soberbia. Y la hipocresía. La hipocresía es, qué horror, tan pesada de llevar… la doble moral y eso, quiero decir, la vida a escondidas… y en cuanto al pecado y la categoría del pecado pues, en fin, no nos pongamos tan estupendos, señores, que a los fariseos también les bendecimos, que aquí no se salva nadie, que en la iglesia hace ya dos mil años que no nos rasgamos las vestiduras por acoger a gentuza declarada. Como debe de ser. A ver si ahora resulta que lo caótico es bendecir a personas que aman a quien quieren amar y se comprometen con quien quieren comprometerse, como Dios manda. Y de paso practican sexo. Y lo disfrutan. Y si tú no lo haces, pues oye, suerte en la vida. O a lo mejor es que tenemos que volver a matarlos a machetazos. La hoguera, la hoguera…

Y mientras tanto, nada más que como laico, iletrado en moral pero intuitivo en la vida –gran mecanismo de defensa este de la intuición- a mí me parece que a los sectores ultramontanos de esta nuestra Iglesia, lo que se les ve es el plumero. Así que esto es lo que tenemos, una iglesia sancta et meretrix, santa y puta a la vez, de la que forman parte ellos y también nosotros. Un mercado de abastos fascinante en el que, apartando el género podrido, te encuentras maravillas inenarrables y gozosas: la liturgia, el dogma y la doctrina, los carismas, las comunidades de fe y los hermanos Marianistas. Y el libre albedrío. El evangelio de Jesús y la capacidad de decidir.

Señor, dame criterio y dame, sobre todo, esperanza y caridad y dame, por fin, si no te importa ya a estas alturas, un poquito de eso que llaman fe. Gracias, Señor, y buenas tardes.

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