Carta desde la entraña de la fe y ante las declaraciones del Abad Manel Gasch "Las mujeres en la Iglesia no somos carne de 'cisma', sino gracia del Resucitado"

Mujer en la Iglesia
Mujer en la Iglesia

"Es una carta que lleva en su interior la voz de muchas mujeres creyentes que, desde hace siglos, esperamos ser escuchadas en la Iglesia"

P. Manel Gasch i Hurios: “La ordenación de mujeres rompería la Iglesia y causaría un cisma”. Este decir ofensivo e hiriente, no nos silenciará

"Durante siglos se nos ha negado el derecho a ser nosotras mismas: impedidas para expresar nuestro parecer, para construir desde él, para tener voz propia y forma de hacer. Nada se nos ha permitido, salvo obedecer a quienes mandan y organizan"

"Una teología que ponga de manifiesto que no es nuestra fe lo que está en juego, sino que, lo que está en juego es la verdad de una grave injusticia que nos afecta y denigra. Sin las mujeres, la Iglesia no está entera"

Esta carta, nace desde la experiencia, la oración y reflexión. Es una carta que lleva en su interior la voz de muchas mujeres creyentes que, desde hace siglos, esperamos ser escuchadas en la Iglesia. No es una queja, ni una acusación: es una convicción y un acto de fe. Una palabra que quiere construir, transformar y alumbrar una Iglesia más justa, más fiel a Jesús y su Evangelio. Desde el corazón orante, desde la esperanza, desde el Espíritu, desde la voz de las mujeres que nunca hemos sido escuchadas. 

Y más, desde la convicción de que, ante las últimas declaraciones del abad de Montserrat, P. Manel Gasch i Hurios: “La ordenación de mujeres rompería la Iglesia y causaría un cisma”. Este decir ofensivo e hiriente, no nos silenciará. La unidad jamás será fruto de la uniformidad, ni será silencio impuesto. La verdad nos hace libres, y esto lo está llevando el Espíritu Santo, que nos libera de la mentalidad “clericalista oficial”.

La nueva Iglesia que las mujeres estamos construyendo, es desde la verdad y la dignidad. No desde la exclusión oficial hacia nosotras. 

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El abad Manel Gasch
El abad Manel Gasch AdM

Y aquí mi carta.      ************

Queridísima Mara: En nuestro último encuentro te compartí mi pensar sobre la Iglesia, y cómo siento que la situación de las mujeres sigue siendo una realidad inédita: es decir, una realidad que aún no ha sido dicha, ni pensada, ni formulada; por lo tanto, tampoco ha sido nombrada ni escuchada.

La Iglesia que pensamos y queremos las mujeres es una realidad nueva, porque, desde el nacimiento de las primeras comunidades cristianas -que, poco a poco, se fueron institucionalizando-, pronto, casi de inmediato, las mujeres fuimos relegadas al silencio y a la exclusión. Por eso, en estos momentos de la historia, las mujeres tenemos todo por pensar, decir y hacer respecto a la Iglesia. La realidad de las mujeres como Iglesia está por ser repensada: ¿Qué Iglesia queremos ser y construir?

El pensamiento de las mujeres, nuestra voz, ha de hacerse oír: existimos y tenemos historia; hoy también cultura y sabiduría. Desde que se nos dijo: “Las mujeres callen en las asambleas”, se nos negó la palabra, el pensamiento, el liderazgo y la participación en los asuntos eclesiales. Se nos asignó un lugar que no elegimos, muchas veces justificado en nombre de Dios y de la tradición. Hoy entendemos que ya no puede seguir siendo así.

Durante siglos se nos ha negado el derecho a ser nosotras mismas: impedidas para expresar nuestro parecer, para construir desde él, para tener voz propia y forma de hacer. Nada se nos ha permitido, salvo obedecer a quienes mandan y organizan. Hemos sido -y aún seguimos siendo- las sumisas ejecutoras de lo que deciden los varones eclesiásticos.

Una mujer, en una manifestación del 8M
Una mujer, en una manifestación del 8M EFE

Creo que ya es tiempo de ir desmontando las relaciones de poder eclesiásticas hacia las mujeres. La Iglesia, tal como está organizada, es un imperialismo absolutista que tiene su fundamento más en el modelo del Imperio romano que en el modelo evangélico de Jesús, con sus maneras pobres, humildes y sencillas de estar y hacer con la gente. La Iglesia-institución, debe abajar si quiere ofrecer credibilidad. De ninguna manera puede seguir siendo una estructura de mando y ordeno, donde unos están por encima de otros, atribuyéndose poderes para intervenir en la vida de los demás, exigiendo y obligando. Esa no es la Iglesia en la que creo ni la que deseo seguir construyendo.

Como mujer, seguidora de Jesús, creo en una Iglesia viva, donde la experiencia de las mujeres sea reconocida como fuente de sabiduría espiritual y teológica. Una Iglesia donde podamos hablar en voz alta y sin miedo a la reprensión. Una Iglesia donde la justicia del Reino no se vea infamada por la exclusión de las mujeres, sino vivida como una realidad en la que todos y todas tengamos los mismos derechos, como el sacerdocio para nosotras.

Ante la reciente declaración del abad de Montserrat: “La ordenación de mujeres rompería la Iglesia y causaría un cisma”. Las mujeres no somos “carne de cisma”, sino gracia redimida por Cristo Jesús. No es nuestra vocación lo que divide, sino el miedo de los clérigos a reconocerla. El problema no está en nosotras, sino en la mentalidad clericalista, que siente horror ante el cambio y confunde tradición con fidelidad.

Hago memoria de unas palabras del Papa Francisco: “El clericalismo lleva a una exageración del papel del sacerdote, y una disminución del compromiso de los laicos / No es sano que el sacerdote reivindique para sí un poder que no le corresponde”. Y reafirma que el problema es el clericalismo, no la vocación femenina. Decididamente, las mujeres no somos causa de ruptura: amamos la Iglesia, la sostenemos y la deseamos más justa, también para nosotras. La justicia del Reino de Dios, no la del imperialismo eclesiástico.

Revuelta de Mujeres en la Iglesia. 2025.
Revuelta de Mujeres en la Iglesia. 2025.

Hoy, como mujer creyente, afirmo que las mujeres, en lo que respecta a la Iglesia, lo tenemos todo por decir y hacer. Y no desde el resentimiento, sino desde la alegre esperanza; no desde la revancha, sino desde la dignidad humana, desde el amor y el perdón entre hermanos y hermanas que queremos trabajar y edificar juntos la Iglesia, como el nuevo Paraíso de la Redención de Cristo Jesús. Una Iglesia nueva, en la que, hombres y mujeres, vivamos en plenitud de igualdad. Queremos hablar de Dios como mujeres, en relación con el Amado; mostrar nuestras heridas, nuestras búsquedas y nuestras esperanzas. Queremos hacer teología desde abajo, desde lo real, desde la vida, lo cotidiano, lo que nos afecta.

Una teología que ponga de manifiesto que no es nuestra fe lo que está en juego, sino que, lo que está en juego es la verdad de una grave injusticia que nos afecta y denigra. Sin las mujeres, la Iglesia no está entera. La causa se halla en los inicios del cristianismo, cuando, habiendo sido fundamentales para la creación de las comunidades y la propagación de la fe, las mujeres fueron, a la vez, invisibilizadas. Basta con destacar la presencia de mujeres en los Evangelios (María Magdalena, Marta y María, las mujeres que acompañaban a Jesús), y la actividad de algunas en las primeras comunidades cristianas (Febe, Priscila, Lidia, Junia), para ver cómo, en muy poco tiempo, fueron excluidas de los espacios de toma de decisiones.

Con esperanza, quiero expresarte cuál es la Iglesia que sueño. Pienso en una Iglesia inclusiva, donde las mujeres no seamos ignoradas en la toma de decisiones. Deseo también una Iglesia que no tema a la igualdad, y escuche con caridad el clamor por la justicia. Busco, de todo corazón, que en la Iglesia vivamos una espiritualidad encarnada en la vida cotidiana, hombres y mujeres acompañando las comunidades, sin limitaciones ni condiciones de sexo, y sin sumisión a la decisión de solo los varones eclesiásticos.

Siento que ahora es ya el tiempo de la gracia. El Espíritu Santo lleva nuestra causa. Dios ha escuchado nuestro lamento, y su Espíritu ha venido a levantarnos, a liberarnos. Es una realidad que, en las sociedades del mundo, los avances de las mujeres están siendo muchos: mujeres que lideran en la política, que se han incorporado a la ciencia, la ingeniería, la tecnología, la medicina; la escritura, el deporte, las artes. Hacemos teología desde nuestra experiencia; disponibles para la acción pastoral. En todos los campos ya son muchas las mujeres que destacan.

Mujer en la Iglesia

En fin, sé que, el puesto de la mujer en la Iglesia, incomoda a la jerarquía eclesiástica, porque lo que abordamos no es pedir permisos para tener más cargos de responsabilidad. Lo que pretendemos es construir una Iglesia donde la justicia del Reino de Dios resplandezca con verdad. Una institución más evangélica, que reconozca nuestra igualdad de hijas de Dios, escuche nuestras voces, nuestras experiencias y nuestras luchas, como parte esencial del cuerpo eclesial. Una justicia que repare siglos de silenciamiento, y que nos acoja con apertura. Que sean abolidas las leyes y estructuras que han servido para excluirnos. Justicia es dar voz a los excluidos y excluidas; justicia es permitir ser y actuar, justicia es transformar la exclusión en pleno derecho.

Una Iglesia más evangélica es aquella que acoge todas las formas de ser, de vivir y de creer. Una Iglesia que no teme a la ternura ni a la fragilidad, que se construye desde los márgenes, que se abre al dolor y a la alegría de las mujeres, con nuestras historias y búsquedas. En fin, una Iglesia que se parece más a Jesús, que la justicia es fruto del amor, y no justifica el sufrimiento ajeno con discursos espirituales.

Decididamente, una Iglesia más verdadera, es aquella que no tiene miedo al cambio. Porque la verdad no son leyes fijas, sino camino abierto hacia el encuentro con Dios y los hermanos, con fidelidad viva al Evangelio. Una Iglesia verdadera, es capaz de hablar desde las entrañas, sin doble discurso, sin maquillaje teológico que justifica la desigualdad.

Nosotras, las mujeres, ya no debemos estar esperando que “alguien” nos autorice. Hemos despertado. Ya estamos tomando la palabra, la iniciativa hacia lo nuevo que el Espíritu nos va iluminando. Nuestro es el espacio y el tiempo que nos corresponde por derecho y por fe. Porque, sin mujeres, la Iglesia no solo está incompleta: está sorda y ciega, sin ver ni escuchar una parte fundamental del Espíritu que somos nosotras.

Hoy, decimos. Hoy, decidimos. Hoy, hacemos. Estamos firmes: con esperanza, con confianza y con amor. Nadie, en la Iglesia, debe creer que la mujer no puede ser sacerdote: ¡nadie lo crea!, aunque lo diga el Papa y los obispos, aunque lo afirme el Derecho Canónico. El Cristo que nos vive, nos hace lo que Él es en plenitud. Somos su sacerdocio y su Eucaristía. Somos carne de su carne y sangre de su sangre. Somos pan de Dios, que, como Jesús, nos partimos y repartimos. Y esto ya no tiene vuelta atrás.

Anna Seguí

Bien, querida Mara, este es mi eterno discurso, y no callaré. No podrán hacerme callar, porque esto no es solo mío. Nace de mi realidad interior, nace por inspiración del Espíritu. Él está suscitando un nuevo Pentecostés, donde esto se verá claro y lo entenderán todos y todas. Tal vez no las autoridades eclesiásticas. Pero sé que hablo desde la raíz del Evangelio, no desde un antojo personal. Confío en la justicia del Reino, la verdad y la transformación. El cristianismo no es estático, sino continuamente transformador. Con amor y comunión.

Tuya siempre. Nura (Anna Seguí Martí)


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