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Aquellos ocho años fueron intensos y fecundos para Zamora, que agradece su paso
Una rápida enfermedad ha terminado con la vida de Mons. Juan María Uriarte, una intensa vida de noventa años largos, ocupados más de la mitad de los cuales siendo Obispo de la Iglesia católica. La muerte de una persona querida inevitablemente conlleva una profunda tristeza, más cuando no es esperada. Así ocurre en esta ocasión para quien estas apresuradas líneas escribe. Pero se impone la serenidad para quien cree poder constatar que se cierra la página de una vida plena humana, cristiana y sacerdotalmente, se abre la puerta de Otra y se espera poder escuchar: “siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor”.
No ha sido don Juan María alguien cuyo paso por la vida haya dejado indiferentes a quienes lo han conocido, personalmente o por sus actuaciones como obispo o como ciudadano. Son (somos) innumerables los que lo han valorado y admirado, pero también no pocos quienes desde sus propias convicciones religiosas o ideológicas lo han considerado un hombre peligroso e incluso influyente en la decadencia de la vida cristiana en los lugares en los que ha ejercido su ministerio. Ha formado parte de una generación de obispos de las promociones de aquel gran Papa y Santo que fue Pablo VI, que supusieron una importante renovación en la Iglesia de España. No faltan quienes piensan lo contrario, muchos, sin embargo, nos sentimos agradecidos.
Era un hombre culto, inteligente, brillante, con un notable don de gentes, además de una gran profundidad religiosa y un admirable sentido pastoral. Con una importante formación teológica y psicológica, y habiendo ejercido como director espiritual y rector en el seminario bilbaíno, el Papa Pablo VI lo nombró Obispo auxiliar de aquella diócesis a los 43 años, y allí permaneció durante otros quince siendo algo más que auxiliar. Cuando en Vizcaya muchos esperaban que sería su próximo Obispo residencial, acaso para que eso no se materializara (la situación eclesial había cambiado notablemente), fue trasladado a la pequeña y humilde Iglesia de Zamora. No puedo conocer cuáles serían sus sentimientos ante aquel inesperado traslado, pero sí puedo afirmar que en su actuar desde el principio nadie pudo sospechar en él contrariedad ni amargura.
En su primera homilía nos dijo: “traigo las raíces de mi tierra de origen, porque sin raíces no se puede arraigar en otra tierra”. Vino solo y se esforzó por integrarse y amar a esta tierra y a esta gente tan diferente de la suya. Y lo logró. No fue fácil e inevitablemente se le escaparon algunos errores, pero cuando ocho años después regresó a su País Vasco pude decirle con verdad en su despedida que las raíces que trajo volvía a llevárselas enriquecidas. Sin duda le costó arrancarlas porque en aquella despedida se mostró muy emocionado y las fotos de la celebración evidencian las lágrimas. Era claro que esta diócesis ya le quedaba muy pequeña, y la difícil sustitución del obispo Setién reclamaba su traslado.
Aquellos ocho años fueron intensos y fecundos para Zamora que agradece su paso. Odiaba improvisar. Cada decisión y cada paso eran meditados y consultados, creía en y practicaba eficazmente la corresponsabilidad. La palabra “sinodalidad” existía, sí, en el diccionario eclesiástico, mas no en el lenguaje, pero todas las decisiones que tomaba eran consultadas y discernidas en el consejo de gobierno, y en más de una ocasión retiró alguna propuesta cuando en el equipo no estábamos de acuerdo.
De sus muchas realizaciones destacaré algunas:
Muy importante ha sido su influencia en la formación y en la espiritualidad de los sacerdotes, en toda su vida pastoral y desde la Comisión Episcopal del Clero, de la que siempre formó parte y la que presidió al menos durante dos períodos. Son innumerables las conferencias, ejercicios espirituales, cursillos, etc. impartidos por toda España y por muchos países extranjeros, especialmente de Hispanoamérica. Los temas de la espiritualidad, formación y pastoral han sido amplia y brillantemente tratados en numerosas publicaciones en forma de libros o artículos en revistas. Su última aportación aparecida recientemente, ha sido un interesante libro sobre un tema complicado actual: “Sexo y género a debate”. Es una obra bien fundamentada, serena, comedida, completa, que puede dar luz en un tema tan vidrioso.
Comentando con él el pasado viernes esta obra me decía que era su último trabajo, que ya rechazaba todas las solicitudes. Se sentía cansado y solo quería prepararse para el último viaje. Fue une premonición. Descansa en Paz en las manos del Padre, querido Obispo. Somos innumerables los que agradecemos tu paso por nuestra vida.
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