"¿Cómo definir a quien en sus  manifestaciones públicas se condena?" El ocaso de un obispo: y en el Corpus, Bernardo  Álvarez lloró

El ocaso de un obispo: y en el Corpus, Bernardo   Álvarez lloró
El ocaso de un obispo: y en el Corpus, Bernardo  Álvarez lloró

"Podría ser una  reminiscencia de las lágrimas de las víctimas de abusos sexuales en la  Iglesia: sus momentos de soledad absoluta, su dolor, su desconsuelo,  el señalamiento y persecución sufridos y, sobre todo, del encubrimiento y la inacción ante tales tropelías"

"¿Por  qué, desde que se tuvo conocimiento de que C. H. G. ejercía violencia  sexual contra niños en los años 70, la Iglesia no lo puso en  conocimiento de la autoridad judicial?"

"¿Por  qué, a pesar de que en 2004 se presentó una denuncia contra C. H.  G., el Sr. Álvarez permitió que continuara ejerciendo como sacerdote hasta que se presentó una segunda denuncia en 2014?"

"¿Cómo  se pueden calificar las lágrimas de quien no ha pedido perdón, ni  reconocido los hechos, ni ha sido un activo promotor de la reparación  y resarcimiento del dolor infligido?"

El Corpus Christi de este año celebrado en La Orotava dejó una escena  que conmovió a cuantos allí se congregaban: el señor Álvarez, obispo  de Tenerife, rompió a llorar. Un hecho insólito que impele la reflexión sobre la humanidad y vulnerabilidad, y que también podría ser una  reminiscencia de las lágrimas de las víctimas de abusos sexuales en la  Iglesia: sus momentos de soledad absoluta, su dolor, su desconsuelo,  el señalamiento y persecución sufridos y, sobre todo, del encubrimiento y la inacción ante tales tropelías. 

En todo ello, hay varias preguntas que son necesarias expresar: ¿Por  qué, desde que se tuvo conocimiento de que C. H. G. ejercía violencia  sexual contra niños en los años 70, la Iglesia no lo puso en  conocimiento de la autoridad judicial? ¿Por qué lo trasladaban de  parroquia en parroquia? ¿Por qué nunca se pusieron a los niños, su  inocencia y dignidad como pilar de la acción correctiva, coercitiva y  punitiva?

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Álvarez llora
Álvarez llora

¿Por qué, habiendo concurrido en delitos graves y conductas  inmorales, nunca se le suspendió "a divinis" o se le excomulgó? ¿Por  qué, a pesar de que en 2004 se presentó una denuncia contra C. H.  G., el Sr. Álvarez permitió que continuara ejerciendo como sacerdote hasta que se presentó una segunda denuncia en 2014? ¿Por qué se le  premiaba continuamente? En definitiva, ¿por qué nadie evitó que ese  sacerdote continuara abusando sexualmente de los niños? 

Rodeado de sus feligreses, de las autoridades civiles y militares y del  nuncio apostólico, todo un obispo —quien antaño no daba muestra de  humildad alguna— se presentó ante ellos con el llanto de un niño que  no halla consuelo a su dolor. Y, sin embargo, las víctimas de abusos  sexuales cometidos por los ungidos de Dios seguían sin estar  presentes, sin estar reparadas. Ni ellas ni sus familias. Probablemente  porque a sus ojos no existen o porque siguen siendo vistas viendo  como enemigas de la fe. 

¿Quién se habría atrevido a imaginar alguna vez que, aquel que en el  pasado se erguía en la soberbia de su báculo, hoy pediría clemencia y  compasión ante los representantes de la sociedad civil y militar? ¿Cómo  se pueden calificar las lágrimas de quien no ha pedido perdón, ni  reconocido los hechos, ni ha sido un activo promotor de la reparación  y resarcimiento del dolor infligido? ¿Cómo definir a quien en sus  manifestaciones públicas se condena? 

El ocaso viene llegando y una etapa va terminando. Aquella que  comenzó en 2005. La que en sus albores vio cómo la casa que habitaron los condes del Valle de Salazar, -posteriormente convertida  en sede episcopal-, ardió y quedó completamente en ruinas. Un suceso  que, simbólicamente y visto con perspectiva, presagiaría cómo sería el  devenir del episcopado de Bernardo Álvarez. Y la sociedad canaria  conocerá a otro prelado que ojalá sea más sensible y humano.  

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