La Iglesia española hoy arrastra una 'complicada herencia' Un episcopado español mayoritariamente involutivo y restauracionista (I)

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Este ensayo tiene su punto de partida en 1987, el año en el que el cardenal Angel Suquía es elegido para presidir la Conferencia Episcopal Española (CEE) y el momento en el que los obispos que se hacen con el centro de mando de la Iglesia empiezan a mirar más al Vaticano que a sus respectivas diócesis o al país

Es también el tiempo en el que empieza declinar el singular colectivo de sucesores de los apóstoles que -nombrados, una buena parte de ellos, en tiempos de Pablo VI- ha estado comprometido con la recepción creativa del concilio Vaticano II

El cardenal Juan José Omella (2020-), al frente de 76 obispos españoles actualmente en activo (septiembre 2022), bastante tiene con gestionar esta complicada herencia

Este ensayo, ocupado en facilitar un balance teológico y pastoral del episcopado español, tiene su punto de partida en 1987, el año en el que el cardenal Angel Suquía es elegido para presidir la Conferencia Episcopal Española (CEE) y el momento en el que los obispos que se hacen con el centro de mando de la Iglesia empiezan a mirar más al Vaticano que a sus respectivas diócesis o al país. Mons. Mario Tagliaferri ya ha tomado posesión de la nunciatura apostólica (1985-1995), dos años antes de este cambio de rumbo en la cúpula de la Iglesia. Y lo ha hecho con la misión de facilitar el nombramiento de una nueva hornada de prelados que permita reconducir a la institución eclesial por la senda de una renovada fidelidad al sucesor de Pedro y a las directrices emanadas de la Santa Sede.

Pero es también el tiempo en el que empieza declinar el singular colectivo de sucesores de los apóstoles que -nombrados, una buena parte de ellos, en tiempos de Pablo VI- ha estado comprometido con la recepción creativa del concilio Vaticano II y ha propiciado la transición política de la dictadura franquista a la democracia. No se puede descuidar que esta última sensibilidad recupera el mando durante el sexenio de mons. Elías Yañes (1993-1999), pero tampoco que es su canto del cisne al frente de la nave eclesial.

La sensibilidad episcopal, teológica y pastoral, que había aupado al cardenal Angel Suquía, retorna con más fuerza a la presidencia de la CEE con el cardenal Antonio Mª Rouco Varela de 1999-2005 y de 2008-2014 y las de mons. Ricardo Blázquez (2005-2008 y 2014-2020), llegando su alargada sombra hasta el presente.

El cardenal Juan José Omella (2020-), al frente de 76 obispos españoles actualmente en activo (septiembre 2022), bastante tiene con gestionar esta complicada herencia e intentar reconducirla -no siempre con el acierto que sería de esperar- por caminos más conciliares y en sintonía con la lectura que del mismo viene realizando el Papa Francisco.

Juan Pablo II y Benedicto XVI

Si bien es cierto que, entre los obispos en activo, existen diferentes sensibilidades, no lo es menos que hay una dominante, en total sintonía con la lectura involutiva que se empieza a realizar del Vaticano II en el pontificado del Papa Juan Pablo II, con la ayuda inestimable de J. Ratzinger: desde la finalización del concilio -se le oye decir, primero al teólogo y obispo, luego, al Prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe- estamos asistiendo a una rápida secularización o solapamiento del misterio de Dios en la sociedad y a la mundanización -no menos acelerada- de la Iglesia, sin que los obispos, los cristianos y las comunidades estén afrontando tales hechos con la lucidez y el coraje debidos.

Siendo esta la situación, -propone J. Ratzinger- no queda más remedio que contar con un papado, un magisterio y un gobierno eclesial fuertes -además de con una Curia vaticana, igualmente potente- que cuiden la unidad de la fe y la comunión eclesial. Y también, promover como obispos o sucesores de los apóstoles a quienes estén dispuestos a dejar de pensar y actuar en conformidad con sus gustos y preferencias o al dictado de los medios de comunicación y de las encuestas para hacerlo en coherencia “con la fe de la Iglesia”.

Repasado este diagnóstico con la perspectiva que da el tiempo transcurrido, se confirma -como ya denunciaron los críticos en su día- que se trata de un análisis al servicio, en primer lugar, de una forma de papado, gobierno eclesial y magisterio teológicamente superada en el Vaticano II, es decir, involutiva. Y, en segundo lugar, por dar alas a un modo de presencia en la sociedad -que tutelar- es más propio de un régimen de neocristiandad (y, por ello, restauracionista) que de un tiempo secular como el nuestro.

No extraña que comiencen a desarrollarse cinco líneas de fuerza que van a marcar este papado y los siguientes. Y, por supuesto, el episcopado y la Iglesia española.

Según la primera de ellas, urge reafirmar la centralidad del primado del sucesor de Pedro -y de su Curia- frente a la conciliar doctrina de la colegialidad episcopal. Esta apuesta acabará recuperando un papado y una curia marcadamente centralistas y absolutistas que, ya incubados en la segunda mitad del pontificado de Pablo VI, alcanzan su pleno desarrollo en los de Juan Pablo II y Benedicto XVI.

De acuerdo con la segunda de las apuestas, hay que redactar y aprobar un nuevo Código de Derecho Canónico que corrija -en lenguaje de los curialistas de este tiempo- algunos de los “errores” interpretativos a los que se viene prestando el Vaticano II y que, a la vez, salga al paso de los vacíos dejados por los padres conciliares.

La tercera pasa por promover, en coherencia con tal reafirmación del centro eclesial, obispos que, de hecho, sean más delegados o vicarios del Papa que sucesores de los apóstoles.

Por la cuarta de las apuestas, se busca contar con correas de transmisión que, relegando a otros colectivos más comprometidos en la promoción de la justicia y la liberación de los pobres, sintonicen con el nuevo modelo de Iglesia que se está impulsando. Es la tarea que se asigna a los llamados “nuevos movimientos” y en la que éstos se van a implicar gustosamente.

Y, finalmente, defender, en relación con la sociedad civil, la Verdad que -entregada por Dios en Jesús y transmitida a las generaciones posteriores, gracias al cauce de la tradición viva de la Iglesia- es autentificada por los obispos, presididos por el sucesor de Pedro.

1.1.- El episcopado español en este tiempo eclesial

El resultado va a ser, el de dos pontificados (los de Juan Pablo II y Benedicto XVI) y un episcopado español abonados a una lectura preconciliar e involutiva del Vaticano II de puertas adentro y a una restauración -de puertas afuera- presidida por la búsqueda de una neocristiandad en nombre de la Verdad. Nada que ver con lo aprobado por la mayoría de los padres conciliares y ratificado por Pablo VI. Y todo que ver con la llegada del cardenal Angel Suquía a la presidencia de la CEE.

Desde entonces, se puede aplicar, a los obispos nombrados -e, incluso, a los elegidos en nuestros días- lo que en su día dijo el cardenal V. Tarancón, refiriéndose a algunos de sus compañeros de aquellos años: padecen torticolis de tanto mirar al Vaticano.

El presente éxito de este modelo de obispos es perceptible tanto en la forma de gobernar sus respectivas diócesis, como, de manera particular, en los diferentes diagnósticos -teológicos y sociales- y planes de acción pastoral que, colectivamente, vienen aprobando desde que son una mayoría aplastante.

1.2.- Un ejemplo de comportamiento episcopal

Basten, en referencia al primer nivel de actuación, el referido a la forma de gobernar sus diócesis, cuatro de las muchas decisiones tomadas por mons. Ricardo Blázquez a lo largo de los quince años que presidió la de Bilbao (1995-2010).

Por la primera de ellas, deroga la facultad del Consejo Pastoral Diocesano -sumándose a unas treinta iglesias centroeuropeas- para presentar una terna de candidatos a la Santa Sede con el fin de que, de entre uno de ellos, elija a quien presida la diócesis, tal y como se recoge en los estatutos ratificados por su antecesor.

Por la segunda, anula que las decisiones aprobadas por mayoría cualificada en los diferentes consejos diocesanos sean acogidas por el obispo como propias, si no atentan contra la unidad de fe y la comunión eclesial, algo que tendrá que mostrar de manera fehaciente en el mismo proceso de diálogo y elaboración de la propuesta en cuestión. Y esto que se aplica a los consejos diocesanos, vale para el resto de los diferentes consejos.

Ricardo Bázquez

Por la tercera, congela, de hecho, las propuestas que, aprobadas en la Asamblea Diocesana (1984-1987) y confirmadas una buena parte de ellas, previo discernimiento, por los prelados de entonces, tenían que ser la referencia fundamental de los sucesivos Planes Pastorales. Y, en continuidad con esta firme voluntad, la no menos clara de olvidarse -al menos, mientras él presida la diócesis- de celebrar una nueva Asamblea Diocesana o cualquier otra forma de Iglesia sinodal, participativa y corresponsable.

Y, por la cuarta, la entrada en el Seminario diocesano de los “nuevos movimientos” al precio de desatender la razón de ser de tal institución: formar -espiritual, humana, teológica, comunitaria y pastoralmente- a los futuros presbíteros diocesanos seculares, sea cual sea su procedencia espiritual o pastoral. Es lo que se puede comprobar en la carta de dimisión que le presenta el, hasta ese momento, rector, D. Fernando Elorrieta el 30 de diciembre de 2005.

1.3.- Tres diagnósticos socio-eclesiales y teológicos de la CEE

Y, en referencia al segundo nivel de actuación, el referido a los diagnósticos -teológicos y sociales- y planes de acción pastoral de los obispos españoles, invito al lector a repasar dos textos aprobados por ellos en el pontificado del Papa J. Ratzinger: el “Plan pastoral de la Conferencia Episcopal Española 2006-2010. ‘Yo soy el pan de la vida (Jn 6, 35)’” (marzo 2006) y la Instrucción pastoral “Teología y secularización en España. A los cuarenta años de la clausura del Concilio Vaticano II” (marzo de 2006). Y otro, en pleno pontificado de Francisco: “Fieles al envío misionero. Aproximación al contexto actual y marco eclesial; orientaciones pastorales y líneas de acción para la Conferencia Episcopal Española (2021-2025)”.

La lectura detenida de los mismos -imposible de explicitar en esta ocasión- permite percatarse de lo extendidas que se encuentran en el episcopado español las cinco apuestas reseñadas más arriba como líneas de fuerza de los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI. Y, de manera particular, su mirada, agudamente negativa del tiempo presente y, en concreto, de una sociedad desbocadamente secularizada y de una Iglesia mundanizada; su reafirmación del poder y de la autoridad episcopal; la ausencia total de una autocrítica de su gestión como obispos presidiendo iglesias locales y su escasa o nula voluntad para -dialogando con la sociedad civil- ir tendiendo puentes y olvidarse de propuestas restauracionistas -o sospechosas de impulsar un régimen de neocristiandad- ya sea en nombre de la ley moral natural, de la Verdad o de la unidad y de las raíces cristianas de España.

Papa Francisco

2.- El pontificado de Francisco

Conviene recordar que estamos asistiendo a algo ya conocido en los primeros años del pontificado de Juan Pablo II, pero, en esta ocasión, en una dirección muy diferente: si entonces fue el Papa K. Wojtyla quien no encontró en el episcopado español la acogida que esperaba de su lectura involutiva, preconciliar y restauracionista, hoy es Francisco quien se encuentra en la misma o parecida tesitura, pero por razones y motivos diametralmente opuestos.

El Papa “venido del fin del mundo” quiere leer el Vaticano II a partir de lo aprobado por la mayoría de los padres conciliares y mantener una relación adulta con la sociedad civil, sin falsos tutelajes. Pero se encuentra con un episcopado -en este caso, el español, aunque no solo- nombrado para otra tarea que poco o nada tiene que ver con lo que, por fidelidad a dicho Vaticano II, él propone. Se trata de un episcopado que, pillado con el pie cambiado, prefiere callar, mirar a otro lado o hacer lo imprescindible para no desentonar y, sobre todo, esperar a un nuevo tiempo.

Solo queda -al menos, de momento- mostrar el alcance eclesial, pastoral y social del perfil marcadamente involutivo y restauracionista que presenta la gran mayoría del episcopado español en activo en nuestros días. Y proceder a su desactivación teológica.

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