Reflexiones en el día Pro orantibus: Ir al fondo Josep Miquel Bausset: “El problema no es ser pocos, sino ser insignificantes”

Noviciado de Montserrat
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La vida contemplativa consiste en ir a fondo y no quedarnos en la superficie, en profundizar nuestra fe y nuestro amor a Dios y a los hermanos, de la misma manera que los pozos cuando, vaciándose de ellos mismos y profundizando en su interior, encuentran el agua que da vida

El verdadero problema lo encontramos cuando nosotros perdemos nuestra dimensión mística, contemplativa y profética. El problema de la Iglesia (y de la vida contemplativa) lo encontramos cuando dejamos de vivir como discípulos de Jesús y nos convertimos en una caricatura de lo que habríamos de ser

Los monjes y las monjas hemos de vivir abiertos a las sorpresas del Espíritu, desinstalados, buscando siempre caminar hacia adelante, con esperanza y con determinación

Estas palabras que el papa Francisco dirigió a los presbíteros, religiosos y religiosas, congregados el 31 de marzo en la catedral de Rabat, muestran (como en la parábola de levadura) que la importancia de la Iglesia no se encuentra en el número o en la cantidad de los fieles, de los presbíteros y de los religiosos. Ni tampoco en la relevancia, en el prestigio, en la aceptación social o en la influencia o eficacia ante el mundo, sino en la autenticidad de vida y en la audacia por anunciar el Reino.

El problema de la Iglesia, y de los monasterios, hoy que celebremos el día Pro orantibus, no es la cantidad, cada vez menor, de sus miembros (si somos muchos o pocos) sino que el verdadero problema lo encontramos cuando nosotros perdemos nuestra dimensión mística, contemplativa y profética. El problema de la Iglesia (y de la vida contemplativa) lo encontramos cuando dejamos de vivir como discípulos de Jesús y nos convertimos en una caricatura de lo que habríamos de ser, como la higuera estéril que no daba fruto (Lc 13:1-9). El problema es cuando somos insignificantes, como nos decía el papa, es decir, cuando no significamos nada, cuando nuestra vida no tiene ningún valor, como cuando la sal pierde su sabor.

En su discurso en la catedral de Rabat, el papa nos recordaba que los consagrados hemos sido “llamados a una misión” y que el Señor, invitándonos a seguirlo por medio de los consejos evangélicos, “nos ha puesto en la sociedad como esa cantidad de levadura: la levadura de las bienaventuranza y el amor fraterno”. Por eso el papa nos recordaba también, que “nuestra misión no está determinada principalmente por el número, sino por la capacidad que se tiene de generar y suscitar transformación, estupor y compasión”. Y sobre todo, por “la manera como vivimos como discípulos de Jesús”. Hemos de ser conscientes que nuestra misión radica únicamente en nuestro “encuentro con Jesucristo” y por eso no podemos creer que “sólo somos significativos si somos numerosos”.

El consagrado no es el que “se adhiere a una doctrina, a un templo o a un grupo étnico”, sino que lo es cuando se reconoce perdonado y aún más por su relación con Jesús, por su encuentro personal con él. Además, el consagrado ha de tener muy presente que hemos de ser “sacramento vivo del diálogo que Dios quiere establecer con cada hombre y mujer” y por eso hemos de intentar vivir con autenticidad nuestra consagración.

Vida contemplativa

Me gustaron mucho las palabras que el obispo Joseba Segura dijo el día 6 de abril en su ordenación episcopal, en la catedral de Bilbao y que podemos aplicar a la vida contemplativa: “Más que nuevas ideas, lo que este mundo necesita es que vivamos en la verdad de lo que creemos”. El obispo Joseba insistió en la importancia del testimonio y en el valor de la coherencia y por eso elogió a los hombres y a las mujeres que son “ejemplo de fe y de fortaleza y que han vivido con sencillez y fidelidad”.

La vida contemplativa consiste en ir a fondo y no quedarnos en la superficie, en profundizar nuestra fe y nuestro amor a Dios y a los hermanos, de la misma manera que los pozos cuando, vaciándose de ellos mismos y profundizando en su interior, encuentran el agua que da vida, como nos cuenta este relato:

“Erase una ciudad que no estaba habitada por personas, sino por pozos, pozos vivientes…. Pero pozos, al fin y al cabo.

Los pozos se diferenciaban entre sí no sólo por el lugar en que estaban excavados, sino por el brocal. Había pozos pudientes y ostentosos, con brocales de mármol, y pozos pobres y humildes que eran simples agujeros abiertos en la tierra.

La comunicación entre los habitantes de la ciudad era de brocal a brocal, y las noticias cundían rápidamente de punta a punta de la ciudad.

Un día llegó a la ciudad una moda que seguramente había nacido en algún poblado y según la cual todo ser viviente que se preciara, debería cuidar mucho más el interior que el exterior. Lo importante no era la superficie sino el contenido.

Así fue como los pozos empezaron a llenarse de cosas: algunos se llenaban de joyas, monedas de oro y piedras preciosas. Otros, más prácticos, se llenaron de electrodomésticos y aparatos mecánicos. Algunos optaron por el arte y fueron llenándose de pinturas, pianos de cola y sofisticadas esculturas postmodernas.

Finalmente, los intelectuales se llenaron de libros, manifiestos ideológicos y revistas especializadas.

Pasó el tiempo…. la mayoría se llenaron de todo.

Los pozos no eran todos iguales, así que, si bien algunos se conformaron, hubo otros que pensaron que debían hacer algo para seguir metiendo cosas en su interior.

A uno de ellos, en lugar de apretar el contenido, se le ocurrió aumentar su capacidad, ensanchándose. No pasó mucho tiempo antes de que la idea fuese imitada. Todos los pozos gastaban parte de sus energías en ensancharse, para poder hacer más espacio en su interior.

Un pozo pequeño y alejado del centro de la ciudad, vio como sus camaradas se ensanchaban desmedidamente. Él pensó que si seguían hinchándose de tal manera, pronto se confundirían los bordes y cada uno perdería su propia identidad. Quizás a partir de esta idea se le ocurrió otra manera de aumentar su capacidad: consistía en crecer, no a lo ancho sino en profundidad; hacerse más hondo en lugar de más ancho. Pronto se dio cuenta de que todo lo que tenía dentro le imposibilitaba la tarea de profundizar. Si quería ser más profundo debía de vaciarse de todo su contenido. Al principio tuvo miedo al vacío, pero luego cuando vio que no había otra posibilidad, lo hizo.

Vacio de posesiones, el pozo que crecía hacia dentro, tuvo una sorpresa: muy en el fondo…¡encontró agua!

Nunca antes otro pozo había encontrado agua….El pozo superó la sorpresa y empezó a jugar con el agua del fondo, humedeciendo las paredes, salpicando los bordes y, por último, haciendo saltar el agua hacia fuera.

La ciudad nunca había sido regada más que por la lluvia, que, de hecho, era bastante escasa, así que la tierra de alrededor del pozo, revitalizada por el agua, comenzó a despertar. Las semillas de sus entrañas brotaron en pasto, en tréboles, en flores y en árboles. La vida explotó en colores alrededor del alejado pozo, al que llamaron “El Vergel”.

Todos se preguntaban cómo había conseguido el milagro.

No hay ningún milagro, contestaba él. Se trata de buscar en el interior, en lo profundo.

Muchos quisieron seguir el ejemplo del vergel, pero rechazaron la idea cuando se dieron cuenta de que para profundizar, antes debían vaciarse. Y siguieron ensanchándose cada vez más, para llenarse de más y más cosas.

En la otra parte de la ciudad, otro pozo decidió correr el mismo riesgo del vacío. Y también empezó a profundizar y se llenó de agua… y salpicó hacia fuera creando un segundo oasis verde en el pueblo.

¿Qué harás cuando se termine el agua? le preguntaban.

No sé lo que pasará; pero por ahora, cuanto más saco tanta más agua hay.

Pasaron unos cuantos meses antes del gran descubrimiento.

Un día, por casualidad, los dos pozos se dieron cuenta de que el agua que habían encontrado en el fondo de ellos, era la misma. Que el mismo rio subterráneo que pasaba por uno, pasaba también por el otro. Se dieron cuenta de que se abría para ellos una nueva vida. No sólo podían comunicarse de brocal a brocal, superficialmente, como todos los demás, sino que la búsqueda les había deparado un nuevo y secreto punto de contacto”.

Pozo

Hoy, en este día Pro Orantibus de oración por los contemplativos, los monjes y las monjas hemos de tener el coraje y la audacia para ir a fondo en nuestra fe. Hemos de tener la valentía suficiente para soñar y de esta manera hacer realidad el Reino de Dios. De aquí que las palabras que el papa dirigió a los jóvenes de Italia el mes de agosto pasado, también pueden aplicarse a los monjes y a las monjas.

El papa les decía: “La Iglesia necesita vuestra intuición, vuestros sueños, que se nos han dado para que nosotros los demos a los demás”. Por eso hace falta “tener el coraje de dar un paso hacia delante, un paso audaz para construir una humanidad fraterna”. Y es que, como decía el papa a los jóvenes, “la Iglesia sin testimonio, solo es humo”. Y unos días después, el papa se dirigía de nuevo a los jóvenes con otras palabras que también pueden ir dirigidas a la vida contemplativa: “El mundo necesita vuestra libertad de espíritu, vuestra mirada de confianza en el futuro, vuestra sed de verdad, de bondad, de belleza”.

El Espíritu ha de hacer de los monjes y de las monjas, hombres y mujeres vulnerables. Y lo explico a partir de un artículo del periodista Ricard Ustrell (El Periódico, 5 junio de 2019), cuando en su columna narraba la situación que vivió hace un año, con “una fuerte presión en el pecho y un intenso dolor de cabeza”. Ricard Ustrell mencionaba la psicóloga Brené Brown, que define la vulnerabilidad como “la capacidad que tenemos de anticiparnos, de sobrevivir y resistir. Para ella, el vulnerable es el que sale del confort para arriesgarse. Es lo contrario del que busca comodidades, que copia y no innova y hace cosas que son fáciles”.

Como nos recordaba el arzobispo de Tarragona Joan Planellas, el pasado día 8 en su entrada como nuevo pastor, “hemos de atrevernos a ser diferentes, a mostrar otros sueños que este mundo no ofrece, a dar testimonio de la belleza de la generosidad, del servicio, de la pureza, de la fortaleza, del perdón, de la fidelidad a la propia vocación”.

Por eso los monjes y las monjas hemos de salir de nosotros mismos, arriesgando nuestra vida por el Reino. Hemos de ser peregrinos y nómadas y no sedentarios. Hemos de ser hombres y mujeres que abran caminos nuevos, que no se conformen con hacer siempre lo mismo, porque siempre se ha hecho así. Hemos de vivir abiertos a las sorpresas del Espíritu, desinstalados, buscando siempre caminar hacia adelante, con esperanza y con determinación.

Este es el reto de la vida contemplativa: llegar a ser hombres y mujeres de comunión y de paz, testigos de gozo y de la vida nueva que nos viene del Espíritu del Señor Resucitado, para así llegar a ser significativos. Para ser hombres y mujeres enamorados de Dios. Para ser levadura de una nueva humanidad y sal que lleve a nuestro mundo el gusto y el sabor de Dios, la mirada compasiva del Padre, la ternura maternal de la Iglesia y la sonrisa del perdón y de la fraternidad.

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