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Un recuerdo de actualidad
La muerte de Eugenio Nasarre provoca en nuestros días la añoranza y la reflexión sobre un período que hoy parece estar en cuestión, pero que en la comunidad española resultó provocador y enriquecedor. Me refiero a las consecuencias del Concilio en la formación y mentalidad de buena parte de los jóvenes de la comunidad cristiana de aquellos días.
La Acción Católica sintió la urgencia de estar presente en los problemas y las modificaciones sociopolíticas de la sociedad española, “un alto ideal de conquista espiritual del pueblo para Cristo y de conquista social de un sano bienestar para todos”. Ya Pío XII, en los primeros años cincuenta, indicó a los obispos españoles su obligación de hacer “aún más por el pueblo (…), debían ir al pueblo más de lo que habían ido”.
Para Guillermo Rovirosa, la HOAC debía ser una escuela de formación de militantes cristianos, adultos con conciencia responsable y encarnados en la clase obrera, llamados a ser “levadura” en los diversos ambientes según su vocación”.
Los jóvenes formados en las parroquias y los centros de los Luises de la Compañía, junto a las ideas demócrata-cristianas de origen italiano y francés y muy presentes en jóvenes universitarios españoles, fueron configurando unas generaciones que participaron activamente en la transición política, a menudo, junto a otras ideologías.
De hecho, resulta clarificador conocer la relación entre las convicciones éticas vinculadas a la religión o a la ideología en la promulgación de leyes del momento y su moralidad. Fernando Sebastián escribió que” la convivencia de laicistas, católicos y miembros de otras religiones requiere un conjunto de convicciones comunes respetadas por todos, clarificado y enriquecido mediante el diálogo constante, sin necesidad de excluir las ideas religiosas del patrimonio cultural y social de la sociedad”.
Antes y después de Ruiz Giménez hubo grupos de ciudadanos, con frecuencia de formación demócrata cristiana, que colaboraron eficazmente en la política renovadora de aquellos años. El joven Eugenio Nasarre fue uno de ellos, coherente, solidario, con ánimo fraterno. Formó parte de una comunidad creyente, anclado en el Evangelio y consciente de su compromiso con la libertad y el bienestar social del pueblo español.
Se trataba de una comunidad creyente, también dividida, pero con una formación doctrinal más sólida, más comunitaria y decididamente más marcada por la Doctrina Social de la Iglesia y por el deseo de participar activamente en la formación de una sociedad más justa y más conjuntada.
Nasarre y muchos católicos como él procuraron defender con eficacia los derechos de las personas y colaborar en la implantación de la justicia social y del respeto a la libertad.
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