'In memorian' de dos sabios maestros Dos maestros salmanticenses contemporáneos: Santiago del Cura y José Ramos

José Ramos y Santiago del Cura
José Ramos y Santiago del Cura

"La marcha al cielo de dos sabios maestros: José Ramos, el 14 de agosto, y Santiago del Cura, el lunes, 15 de agosto. No es casualidad, sino Providencia"

"Pepe Ramos, humanista y cosmopolita, artista y bohemio, espiritual y caritativo y, sobre todo, sobresaliente hombre de fe"

"Santiago del Cura, cualidad y calidad de pastor. Como profesor, agotaba la temática que impartía. Como compañero docente, entrañable, sencillo y solidario. Ha escrito una de las páginas más brillantes en la joven Facultad de Teología del Norte de España"

"La Iglesia que peregrina en España, y más en concreto en Castilla, tiene dos intercesores más en esa Patria Trinitaria que nos espera a todo"

Es muy conocido el clásico refrán latino: “Quod natura non dat, Helmantica non praestat”; de lo que no te ha dotado la naturaleza, Salamanca no puede prestarte: ni la inteligencia ni la memoria ni la capacidad de aprendizaje. Aun cuando siga siendo verdad que “los principios de todas las ciencias se enseñan en la Universidad de Salamanca» («Omnium scientiarum princeps Salmantica docet»).

¿Por qué hablo de Salamanca y recuerdo dos frases del latín clásico? - La motivación y justificación vienen dadas por la marcha al cielo de dos sabios maestros: José Ramos, el 14 de agosto, y Santiago del Cura, el lunes, 15 de agosto. No es casualidad, sino Providencia, que la Virgen haya querido llevárselos juntos, a quienes les unía su docencia en la Universidad Pontificia de Salamanca, y el amor a la Virgen. Co ellos, providencialmente, he mantenido cercanía y amistad.

José Ramos
José Ramos

Por orden cronológico de defunción, hablo primero del profesor Pepe Ramos. Humanista y cosmopolita, artista y bohemio, espiritual y caritativo y, sobre todo, sobresaliente hombre de fe. Una de esas pocas personas con las que es fácil convivir y con las que todos quieren estar. A pesar de la multitud de campos y de actividades, todo lo preparaba con primor y excelencia, sabiendo diferenciar niveles de comunicación y contenidos formales: se situaba como verdadero perito y maestro en sus clases, particularmente de arte y literatura y de oratoria. Era conocida su biblioteca amplia y especializada en sermones de los siglos XVI al XVIII. ¡Con qué orgullo enseñaba el bajo donde estaban catalogadas miles de obras que había adquirido con tanto mimo y con tanto desembolso! Aquel recinto pequeño, pero bien aprovechado, era como su “santuario”.

Una cabeza y un corazón que gustaban la excelencia

Completaba la biblioteca, sus cientos de discos de música clásica. Él me decía que se levantaba y acostaba escuchando y leyendo a los clásicos. Detrás de ese porte y de esa ropa aparentemente desenfadados y vulgares, latía una cabeza y un corazón que sabían apreciar y gustar la excelencia. Su curriculum, aunque no fuera la fase vital más agraciada, pero sí de demostrada fecundidad, se selló como Secretario de la Fundación Las Edades del Hombre; en un momento muy tenso y difícil y siempre acompañado por el buen obispo, entonces de Salamanca, D. Carlos López. Una nota final y obligada que, al leerla en vida, le ruborizaría: su caridad generosa, en Madrid y Salamanca, fruto de su etapa como padre Paúl y de tener bien grabada una de las máximas de San Vicente: “Los pobres son vuestros señores”.

Me imagino, desde el pasado domingo, al profesor Ramos intentando buscar en el paraíso a los compositores que tantas horas de felicidad y de bienestar le dieron

Me imagino, desde el pasado domingo, al profesor Ramos intentando buscar en el paraíso a los compositores que tantas horas de felicidad y de bienestar le dieron, y le ayudaron a remontar sus frecuentes y dramáticas crisis cardiacas. Y, cómo no, el reencuentro con tantas personas a las que ayudó, sin olvidar sus familiares a los quería. No es extraño que un corazón tan grande y de tan denso y apasionado vitalismo dijera de repente: “Ya basta”… Y, con Pablo Neruda, exclamara: “Confieso que he vivido”… ¡Y he vivido intensamente!

Santiago del Cura
Santiago del Cura

Del profesor Santiago del Cura diré algo en un doble nivel: como mi maestro y como compañero docente. Pero antes, porque nada de lo demás se entendería, tengo que hablar de su cualidad y calidad de pastor. Lo conocí sirviendo en Roa de Duero, como Vicario, cuando quien esto escribe era seminarista. Coincidimos no sólo en la parroquia, sino algunos domingos por la tarde en las salas de cine, de Roa y de Aranda. Me agradaba su hablar lento y denso, y su profundidad para analizar tanto lo que veía, como lo que oía y leía. Era el hombre del equilibrio.

Como profesor, me dio algunos cursillos en el ciclo de especialización de Licenciatura y Doctorado. Agotaba la temática que impartía. Sobre lo que dictaba docencia o escribía, normalmente en interesantísimos artículos especializados, ya no había casi nada más que decir o escribir. Sus campos preferidos: Sacramento del Orden, Escatología, Trinidad y Cristología. Es verdad que, como alumnos, le poníamos un “pero”: su monotonía a la hora de hablar o dictar lección. Más que perdonado por la hondura de contenidos y el interés que suscitaba.

Entrañable, solidario, sencillo, fiel

Como compañero docente, sólo tengo dos calificativos: entrañable en sus conversaciones y actitudes, y sencillo y solidario inquilino donde coincidimos viviendo. Siempre fue muy fiel a sus amigos repartidos en España, Italia y Alemania.

A nadie le extrañó que le llamaran a la Universidad de Salamanca y le nombraran miembro de la Comisión Teológica Internacional del Vaticano. Sus aportaciones, tanto en las aulas como en el Dicasterio fueron notables y duraderas, como se esperaba de él. De él es la acertada y paradójica frase: “No hay mejor pastoral que una buena teología”.

Como Vicario de Pastoral de Burgos, tuve que luchar, por encargo del Arzobispo D. Santiago Martínez Acebes, de feliz y santa memoria, para “tirar de la cuerda arrastrándole a favor de nuestra diócesis”; nos los querían llevar con dedicación total y exclusiva a Salamanca y, por lo mismo, perder la incardinación. Que yo recuerde, él nunca dudó: no quería dejar Burgos, sirviendo al mismo tiempo a Salamanca. Buscó una solución salomónica para suerte de los alumnos y profesores de los dos centros teológicos: durante años tuvo que repartir los días de la semana entre las dos ciudades, con gran esfuerzo y hasta cansancio visibles.

Reflejo otros dos recuerdos más entrañables que conservo del excelente teólogo: por una parte, cómo sintió y le afectó la muerte de su amigo y compañero docente Juan Luis Ruiz de la Peña. Curiosamente, ambos tuvieron que impartir “escatología”, experimentando en primera persona la fe y la esperanza que predicaban en las aulas, y que con sus respectivas enfermedades graves fueron probados en su autenticidad como creyentes. Por otra parte, hace tan sólo dos años coincidimos en Roma. Él casi ya partiendo de la Iglesia Española y un servidor entrando para un periodo largo. Tuvimos ocasión de hablar con tiempo. Seguía siendo, en medio de su gravísima enfermedad y de los molestos tratamientos que estaba recibiendo, el Santiago de siempre: lúcido y agudo, pausado y pacífico y, sobre todo, buen sacerdote y mejor compañero.

Santiago del Cura ha escrito una de las páginas más brillantes en la joven Facultad de Teología del Norte de España, tanto como alumno como docente

Santiago del Cura ha escrito una de las páginas más brillantes en la joven Facultad de Teología del Norte de España, tanto como alumno como docente. Estoy convencido de que su humildad y su vocación genuinamente teológica le impidieron asumir otras responsabilidades “aparentemente mayores y de gobierno” en el seno de esa Iglesia a la que tanto amó, y sirvió con envidiable fidelidad.

La Iglesia que peregrina en España, y más en concreto en Castilla, tiene dos intercesores más en esa Patria Trinitaria que nos espera a todos. La presencia de ambos no sólo seguirá viva en sus escritos, y en los recuerdos que nos grabaron, sino en esa relación real tan consoladora a la que llamamos “comunión de los santos”. Es parte de la belleza de nuestra fe y de la alegría de creer, como Pepe Ramos y Santiago del Cura lo experimentaron y enseñaron.

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