La historia del joven pescador de Lanzarote que se tiró al mar para salvar emigrantes Ignacio Fontes: "Me bebía las lágrimas, porque no pude salvar a un niño que gritaba en la noche"

Ignacio Fontes
Ignacio Fontes

Las Bienaventuranzas, el proyecto evangélico por excelencia, se resumen justo en eso: la llamada a ser felices posibilitando vida y esperanza a los demás

Solo le importó salvar vidas, el mayor número de ellas posible, y solo le invadió la angustia y la consternación cuando vio que no podía salvar a todas, sino que casi tenía que optar por unas, dejando en ocasiones a otras

”Te guiabas por los gritos de la gente… fui a por una persona y vi que estaba muerta…. La tuve que dejar flotando e ir a por el siguiente… no sé si hice bien pero había una persona que me estaba gritando y estaba al lado y que tenía vida, y fui a por la otra persona”

“Por otro lado me gritaba un niño creo, pensaba soltar al chico más grandito pero no podía porque se me hundía y me bebía las lágrimas. Lo deje en tierra y cuando fue a por él no escuchaba nada… encontraron después ropa de bebe…"

A todos nos parece que lo más importante es la vida, y que solo eso es lo que merece la pena. Desde la teología más clásica, siempre se ha defendido el valor de la vida como lo fundamental, pero es algo que sin duda no solo apoya la teología, sino que aparece en la misma entraña del evangelio. La vida tiene que ser el valor auténtico siempre, y especialmente el apoyo a la vida más maltratada y más necesitada.

El Dios de la vida es el que se hace presente desde las primeras páginas de la biblia, ya en el relato del génesis, cuando Caín mata a su hermano Abel, y es sin duda, lo que aparece en todo el proyecto de Jesús de Nazaret. Las Bienaventuranzas, el proyecto evangélico por excelencia, se resumen justo en eso: la llamada a ser felices posibilitando vida y esperanza a los demás. Es el anuncio a las mujeres en aquella primera mañana de resurrección: “No está aquí, ha resucitado”. La pregunta del Génesis “donde está tu hermano”, es la pregunta que Dios nos sigue hoy haciendo a todos nosotros.

Esa vida y ese “recuperar vidas” fue lo único que le importó a Ignacio Fontes, un joven pescador, de un pequeño pueblo de la Isla de Lanzarote, Orzola. Solo le importó salvar vidas, el mayor número de ellas posible, y solo le invadió la angustia y la consternación cuando vio que no podía salvar a todas, sino que casi tenía que optar por unas, dejando en ocasiones a otras. En Ignacio se ve sin duda la presencia de un Dios que nos comunica vida, para que nosotros también podamos transmitirla a los demás.

Y la gran paradoja: mientras que él posibilitaba la vida de unas personas que venían buscando vida a nuestro país, otros se siguen empeñando en crear muerte y desolación a nuestro alrededor. En Ignacio descubrimos al mismo Jesús cuando proclama la bienaventuranza “Dichosos los pobres, porque de ellos es el Reino de los cielos” (Lc 6, 20); en los otros, descubrimos la malaventuranza “pero ay de vosotros los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo” (Lc 6, 24): Ignacio recupera vidas, mientras que otros las echan a perder.

Rescate de emigrantes en Lanzarote
Rescate de emigrantes en Lanzarote

Escuchar el testimonio de Ignacio es toda una satisfacción y no puede evitarse que se caigan las lágrimas de emoción, porque en su relato, vislumbramos la fuerza y el entusiasmo del mismo Jesús resucitado. “Llegamos a la zona y no dudamos en lanzarnos al agua, varios de los vecinos e intentar sacar a la gente lo más rápido posible del agua”. Ignacio y sus compañeros no dudaron, estaba en juego la vida o la muerte, y no dudaron en decidirse por la vida. ”Te guiabas por los gritos de la gente… fui a por una persona y vi que estaba muerta…. La tuve que dejar flotando e ir a por el siguiente… no sé si hice bien pero había una persona que me estaba gritando y estaba al lado y que tenía vida, y fui a por la otra persona”.

Los gritos de la gente eran los que movían a Ignacio para salvar vidas. Los mismos gritos que aparecen en el capítulo 3 de Exodo, cuando dice que “Dios escucha el clamor del pueblo”. Ante esos gritos, Ignacio no podía sino seguir hacia adelante. Y seguro que en ese seguir adelante, estaba también la fuerza de Dios que lo empujaba a “salvar vidas”. Un Dios en el que él también cree desde pequeño y que su familia, especialmente su abuela, le fue transmitiendo. Pero desde luego no un Dios teórico, sino un Dios que le hizo “lanzarse al agua”.

Y es que ciertamente la fe en el Dios de la vida no puede traducirse en una mera creencia en dogmas, sino en una experiencia tan vital que nos debe llevar a “escuchar los gritos de nuestros hermanos y a estar cerca de ellos”. La fe o se traduce en obras o no es tal fe. Lo escuchábamos el día de la fiesta de Jesucristo como Rey, y que de manera tan especial nos relata el evangelio de San Mateo: “Tuve hambre y me distéis de comer, tu ve sed y me distéis de beber… cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” ( Mt 25 , 40 )

Y en medio del dolor, la llamada a la esperanza, incluso desde preguntarle de qué equipo era de futbol; una esperanza que se traducía en esa ayuda de querer “quitar hierro a la dramática situación”. Pero a la vez, la situación dantesca y de impotencia, de escuchar otro grito y no poder ayudarlo: “Por otro lado me gritaba un niño creo, pensaba soltar al chico más grandito pero no podía porque se me hundía y me bebía las lágrimas. Lo deje en tierra y cuando fue a por él no escuchaba nada… encontraron después ropa de bebe… yo lo escuche…, no he dormido en toda la noche, se me partió el alma… Salí derrotado del agua…. Impotente, porque sabía que se podía si hubiéramos tenido los medios necesarios”.

Ignacio Fontes
Ignacio Fontes

Cada vez que lo escucho, no puedo evitar derramar lágrimas, pero Ignacio lo dice de manera más bella “me bebía las lágrimas”. Los gritos de indefensión, aquella voz del niño, sacaba de él la mayor de las impotencias. El Dios crucificado acompañaba a nuestro Ignacio en todo momento, y sus lágrimas, unidas a esos gritos, eran las lágrimas y el grito del mismo Dios. No le dejaban impasible, luchaba y luchaba para conseguir salvarlo. Seguro que el Dios de Jesús, hermano nuestro, clavado en la cruz, por nuestra injusticia a pesar de estar crucificado, sonreía y sonríe el gesto de Ignacio y seguro que ese niño, ya está gozando de la vida que aquí no pudo tener, pero por la que Ignacio luchó hasta el final.

Y al escuchar el relato, solo puedo contemplarlo, ver a Dios en él, y proclamar un GRACIAS, con muchas mayúsculas, gracias porque todavía hay personas en el mundo que nos siguen transmitiendo y hablando de Dios con su vida. Tengo además la suerte de conocer a Ignacio, y por eso mi acción de gracias por su vida cobra un sentido aún mayor. Ignacio no es un héroe, es alguien que desde su fe en el Dios de la vida, transmite vida y esperanza a los demás, arriesgando la suya propia, como lo hizo el mismo Jesús. Conocer a Ignacio personalmente y haber podido compartir con él algunos ratos en Lanzarote me hace sentirme lleno de felicidad y de alegría, y soñar con el abrazo entrañable y tierno que podamos darnos el próximo verano.

Y su relato continua: “Llegué a mi casa y me lo replanteaba; esto tiene que acabar ya, tenemos que buscar una solución, son personas humanas como nosotros, que merecen que tengan una vida digna; la inmigración debe parar, no es la mejor manera de que ellos lleguen aquí”. La periodista que lo entrevistaba no podía menos que felicitarle y darle las gracias, como también se las da el mismo Dios. El hablaba de una vida digna, una vida que van buscando, porque lo único que quieren es eso vivir.

Fontes
Fontes

Y también me salen desde el corazón en este momento de emoción, palabras de maldición hacia quienes no ven esto; hacia los políticos de nuestra sociedad que defienden que ellos vienen aquí a robarnos y a quitarnos el trabajo. Ellos son sin duda a los que se refiere el evangelio de San Lucas en sus malaventuranzas. Esos políticos que siguen diciendo que hay que echarlos porque vienen a contaminarnos. No es una guerra de razas o de religiones. No. Es una guerra de ricos contra pobres, en el fondo como casi todas las guerras. Es una guerra de crucificados contra verdugos. Y la mejor manera de callar a los que dicen eso es sin duda la actitud de Ignacio: lanzarse al agua a salvar vidas.

Ese mismo día Ignacio escribía este relato: “Como si de una carrera a nado se tratara, hoy he vivido una de mis peores experiencias en la mar. Por suerte y conocedor de estas costas he podido junto a varios vecinos, sacar a muchas personas inocentes del agua, eligiendo a cuál si y a cuál no e incluso dejándolas ir porque ya habían perdido la vida. Somos personas humanas, independientemente de nuestra forma de pensar y de nuestra cultura y aunque no estemos de acuerdo, todos tenemos el derecho de no morir ahogado y de esta manera tan cruel. Esto tiene que parar ya”.

En las palabras de Ignacio , me resonaban también las palabras de Monseñor Romero en su última homilía, la que le costó la muerte: “En nombre de Dios y de este sufrido pueblo, os suplico, os ruego, os ordeno: cese la represión” (homilía 23 de marzo de 1980) . A Ignacio, como a Monseñor Romero y como al mismo Jesús de Nazaret, su actitud de vida, estuvo a punto de causarle la muerte, pero no dudó en ningún momento en arriesgar esa misma, sin pensar en lo que le pudiera pasar.

Ocho personas muertas, ocho cadáveres que se tragó el mar, ocho personas que venían buscando vida y que se encontraron con la muerte, parece una paradoja. Esas ocho personas creemos que están definitivamente junto a Dios, y que El ya las tiene abrazadas, pero sin duda que el primer abrazo, anticipo de ese abrazo definitivo, lo tuvieron junto a Ignacio. El fue quien los abrazó desde Dios y les hizo ver que la vida merecía la pena. Dios no tenía manos para salvar a aquel grupo de personas, pero contaba con las manos y la fuerza de Ignacio, que hizo de su mediador. Dios cuenta siempre con nosotros y nos brinda la posibilidad de abrazar a los demás, y eso fue lo que hizo Ignacio en aquella fatídica noche.

Rescate de emigrantes

La fe de Ignacio, como hombre creyente, le llevó a actuar así, una fe que está por encima de las creencias, una fe que se traduce en hechos de vida; una fe que no supone creer tales o cuales doctrinas. Mateo nos decía, en esa parábola del juicio final, que la profesión de fe que nos va a pedir Dios no es una profesión de fe de dogmas, no nos va a decir si creemos en la Trinidad, en la asunción de María, o en la virginidad…. No, porque esos dogmas probablemente no nos transforman. Nos va a pedir cuánto hemos amado, nos va a pedir cuántas vidas hemos salvado y cuando hemos sido capaces de arriesgar por los demás. Seguro que a nuestro joven amigo Ignacio, le va a decir: “Ven, Bendito de mi Padre, hereda el Reino de mi Padre, porque estuve ahogándome en el mar y te lanzaste a salvarme sin importar perder la vida por Mí”.

Solo me queda unirme de nuevo en esa acción de gracias al Padre por la vida de Ignacio, por su fe en el Dios de la vida, que es el Dios de los pobres, de los inmigrantes, de los injustamente tratados. Ignacio, en aquella noche, bebió lágrimas, como Jesús sudó sangre en la cruz; pero hoy, a pesar del dolor de no haber podido salvar a todos, nos hace descubrir que otro mundo es posible. Y todo esto, al comenzar nuestro adviento, el tiempo de espera y de esperanza en que preparamos la cuna de Jesús. Ignacio ya la ha preparado, me pregunto cómo voy a prepararla yo.

Ojalá que con su testimonio y con el Espíritu de Dios, yo también pueda, en este adviento, preparar un lugar digno a Jesús, que lo prepare porque antes soy capaz de preparar también, ese mismo lugar digno, a aquellos que no tienen nada, y que, como decía también Ignacio, son personas humanas como nosotros. Ojalá que en esa humanidad pueda también descubrir el rostro de un Dios niño, que una vez más quiere hacerse hueco en nuestro mundo y en nuestras historias.

Ese mismo niño indefenso, débil y necesitado que le pedía ayuda a Ignacio y que nos la sigue pidiendo a nosotros. Ese niño del portal que nos sigue convocando a vivir una Navidad y una vida distinta. Que los cristianos por eso, nunca separemos el amor a Dios del amor al prójimo y que sintamos que porque adoramos al Dios humilde y pobre del pesebre, es por lo que tenemos que adorar también a los pobres de nuestro mundo, que nos gritan desde el mar, desde la pobreza y desde la exclusión, y tienen que mover nuestra vida al compromiso. Porque nuestro único aval como cristianos, lo único que puede hacer posible nuestra vida como creyentes, es la entrega desinteresada a los más necesitados. Sabiendo que solo el que pierde su vida por el evangelio, por aquellos más pequeños, es el que realmente la ganará.

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