"La peor de las tentaciones" La tentación del deseo sin límites

Deseo
Deseo

¿"Cuál podría ser la peor de las tentaciones? Quizás el olvidarnos por un instante o durante mucho tiempo nuestra condición humana, frágil y necesitada de ayuda"

"Los consagrados participamos de charlas que duran semanas sobre la dolorosa realidad del abuso por miembros de la Iglesia católica"

"Desde la moral, se nos habla de los hábitos que atentan contra la pureza y pienso que es un error tratar esta cuestión solo desde la moral, dejando de lado los efectos psicológicos que provoca este consumo adictivo del mundo de la pornografía en los sacerdotes, consagrados y consagradas"

"Este enfoque no está presente, y podría aportar muchísima luz, porque el sistema dopaminérgico no tiene límites cuando se vuelve una adicción: nos convertimos en aquello que practicamos más"

"La pornografía no es una fantasía inocente, sino que está cambiando nuestra percepción de los demás. Es un tema grave. No tengamos miedo de reconocernos débiles"

¿Cuál podría ser la peor de las tentaciones? Quizás el olvidarnos por un instante o durante mucho tiempo nuestra condición humana, frágil y necesitada de ayuda. ¿Y por qué sería una tentación? Simplemente porque nos convertiríamos en otra cosa en nombre del perfeccionismo o el puritanismo farisaico. Un verdadero peligro. La Encarnación de Jesús nos muestra que este es el camino para salvarnos: asumir humildemente nuestra naturaleza humana, abrazarla y amarla como Dios lo hace. Nunca seremos ángeles por más intentos que hagamos. El contemplativo cristiano es un hombre que gradualmente se va sumergiendo en el dolor del mundo y lo asume en su propia carne y en su vida.

Desde hace algunos años a esta parte comencé a ser consciente de la fragilidad de la Iglesia, donde hasta los Papas han estado y seguirán estando tentados principalmente por tres deformaciones profesionales: la tentación del idealismo, donde se cree y se predica que el pensamiento es superior a la actividad, dejándonos contentos de vivir en un mundo imaginario que está solo en la cabeza. La tentación del individualismo, Dios y yo, yo y Dios… es cierto que nuestra relación con Dios es un ir adentrándonos poco a poco en el descubrimiento de que Él es nuestro padre, pero esta verdad tiene lugar en la revelación progresiva de que toda la creación es un regalo del Padre y de que los demás son mi familia. Y, la tentación del dualismo, la vieja y conocida corriente filosófica, donde dividir es su principal esencia.

Estas tres tentaciones clásicas nos acompañan desde el inicio aniquilando la comunión del pueblo. No son deformaciones exclusivas del cristiano y del “religioso”, pero en nosotros están sostenidas por unas motivaciones espirituales y unas justificaciones sobrenaturales que agravan la enfermedad. Nuestra formación idealista nos ofrece las armas para destruir todo lo que la historia concreta nos presenta como ocasiones de amar, de hacer justicia, de buscar la fraternidad, ya que lo que ofrece la historia es ambiguo e impuro. Preferimos lo químicamente puro, lo abstracto. Y esta es justamente “la punta del ovillo” para caer en la deformación de no reconocernos humanos necesitados.

Basta un ejemplo puntual de nuestros días. Los consagrados participamos de charlas que duran semanas sobre la dolorosa realidad del abuso por miembros de la Iglesia católica. Un tema que quisiéramos no mirar o desviar la atención hacia otro lado. Nos humilla, nos duele, nos lastima profundamente el descubrir el daño en nombre de la autoridad que ejercen algunos de nuestros hermanos y hermanas. El Papa Francisco ha declarado: “Tolerancia cero en este tema”. Pero esto no alcanza. 

Se nos habla sobre los posibles rasgos del abusador, sus métodos de acción, sus búsquedas retorcidas de dominación de los demás, del uso cosificado de las personas frágiles. Se hace hincapié en la necesidad de visibilizar el tema para intentar frenar esa hambre de abuso de algunos de nuestros consagrados. Un tema álgido y altamente delicado. 

Abusos sexuales a menores
Abusos sexuales a menores

Más allá de todas estas charlas que pretenden ser iluminadoras para el cuerpo sacerdotal, para los consagrados y consagradas, poco se habla de una realidad también muy presente desde hace unos años con la irrupción en nuestra historia del internet sin censuras ni control. Desde un niño hasta un anciano pueden acceder a páginas y contenidos retorcidos, desenfrenados e inimaginables, por horas sin restricciones ni políticas regulatorias. 

Investigando sobre el tema del funcionamiento de la dopamina, no dejo de sorprenderme sobre el impacto altamente negativo de la industria pornográfica en este tiempo. Desde la moral se nos habla de los hábitos que atentan contra la pureza, y es justamente desde allí donde se trata este tema; hasta diría desde una óptica periférica, como reconociendo esta realidad, pero no metiéndonos en la cuestión a fondo por un “respeto” a la vergüenza que podría provocar en nuestra conciencia religiosa. También se denota un desinterés de lo que ocurre con nuestra mente y cuerpo, como si fuésemos solo alma o seres angelicales los consagrados. La tentación del dualismo entremezclada con el idealismo, yendo de la mano por la calle con el individualismo. Un clásico…

Pienso que es un error tratar esta cuestión solo desde la moral, dejando de lado los efectos psicológicos que provoca este consumo adictivo del mundo de la pornografía en los sacerdotes, consagrados y consagradas.

Es necesario sacarlo de las sombras y comenzar a conversar sin tanta vergüenza e hipocresía de los efectos y causas en nuestra mente, ya que meterse con la dopamina siempre será muy peligroso. Con esta sustancia no se juega. Cuando estudiamos el tema de las adicciones siempre terminamos en este punto: la manipulación del sistema dopaminérgico del deseo. Alterar este sistema es jugar con fuego. Cualquier especialista en adicciones podrá explicarnos detalladamente cómo funciona este mecanismo y cuáles son los riesgos y peligros de su alteración. 

No sería para nada errado abordar esta cuestión para ponerlo en conexión con el de los abusos en la Iglesia. Creo que este enfoque no está presente, y podría aportar muchísima luz, porque el sistema dopaminérgico no tiene límites cuando se vuelve una adicción. En el caso del contenido pornográfico, al entrar se nos presenta, como en un restaurante, un menú de opciones para elegir lo que uno desea consumir. Este menú no es para nada inocente y, dependiendo del sitio visitado, nos encontramos con todo tipo de desviaciones y abusos explícitos listos para ser consumidos por el visitante. Todo esto sin restricciones ni bloqueos. Una industria destructora de neuronas.

El cerebro adapta sus conexiones neuronales a la mayor práctica que realizamos. Se podría decir de otro modo: nos convertimos en aquello que practicamos más. Esta búsqueda del deseo dominada por la dopamina está en todos los seres vivos para poder, principalmente, alimentarnos y reproducirnos. Pero también es cierto que no tiene límites cuando se altera este sistema mediante las adicciones, modificando de a poco nuestro sistema neuronal, convirtiendo nuestro circuito del deseo en una permanente búsqueda desenfrenada por la novedad. 

El porno no genera un tipo de práctica sexual sino un tipo de persona. No es solo cuestión de un individuo o sociedad erotizada, sino mucho más que esto. Está enfermando nuestra manera de mirar a los demás, nuestro modo de desear y de relacionarnos. El daño que está provocando en los seres humanos esta industria desenfrenada y sin barreras es incalculable.

Entonces, ¿sería errado pensar que del consumo frecuente de pornografía podría derivar una conducta perversa de disfrutar del abuso, de la degradación y la dominación de las personas, convirtiendo a los demás en objetos?

"Solo así, como hace cualquier hermano o hermana que concurre a los narcóticos o alcohólicos anónimos podremos mejorar nuestra naturaleza dañada por las adicciones"

La pornografía no es una fantasía inocente, sino que está cambiando nuestra percepción de los demás. Es un tema grave. En mis catorce años de sacerdocio nunca lo hemos tratado en un encuentro de formación, y me parece que se nos podría estar colando el mosquito en la sopa. El fariseísmo nos impide reconocernos seres humanos frágiles y necesitados de ayuda. Solo así, como hace cualquier hermano o hermana que concurre a los narcóticos o alcohólicos anónimos podremos mejorar nuestra naturaleza dañada por las adicciones. No tengamos miedo de reconocernos débiles.

Este es el camino del verdadero contemplativo cristiano, ir gradualmente sumergiéndonos en el dolor del mundo, y asumirlo en nuestra propia carne y vida, para abrazarnos así más a Dios vivo y presente en nosotros y en los demás.

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