Ética social para el nuevo año José Ignacio Calleja: Lo trenzado de lo espiritual, lo personal y lo político

Lo espiritual, lo personal y lo político
Lo espiritual, lo personal y lo político

Lo personal, la libertad moral personal, la creatividad del espíritu de cada uno como bondad y libertad, opera en unas condiciones estructurales que podemos y debemos conocer y mejorar

Si no lo asumimos de una manera crítica, el sistema social nos usará a todos; a los mejores, pero menos críticos, como peones de brega para la beneficencia; y a los mejores y más críticos, como descreídos compañeros de viaje

A menudo utilizamos las palabras con distinto sentido y eso hace difícil profundizar en el diálogo y los acuerdos para convivir. La política es un campo minado para todo esto y la ética personal y social no lo son menos. Pienso, por ejemplo, en conceptos tan manidos como lo personal, estructural, espiritual, cultural, moral, nacional y sus análogos para explicar la justicia que nos deben o debemos. No intento conseguir su definitiva transparencia, sólo lo describo.

De hecho, lo que defiendo es más viejo que yo y por eso mismo para muchos poco significativo o superado. No es que la organización general de la sociedad nos determine como sujetos morales y políticos hasta hacernos actores-títeres del gran teatro del mundo. No, ni el neoliberalismo ni el socialismo, ni cualquier otro sistema social conocido o por conocer lo entiendo así.

Lo que digo es que lo personal, la libertad moral personal, la creatividad del espíritu de cada uno como bondad y libertad, opera en unas condiciones estructurales que podemos y debemos conocer y mejorar. Así, el modo de trabajo y los medios de vida que nos proporciona, los mercados de bienes y servicios, los Estados, el alcance del sistema de propiedad vigente, la concentración del dinero y la liberalización extrema de su mercado, las leyes de cada país y el marco de reglas internacionales, las multinacionales de todo orden, los grupos sociales más fuertes en la negociación de las políticas comunes, los grandes grupos de comunicación audiovisual, la organización elitista de la ciudad, la enseñanza y la sanidad, las religiones e iglesias del statu quo… todo, todo lo imaginable en lo social, constituye un condicionamiento estructural de la vida personal -material y espiritual- que está ahí como urdimbre de lo que pensamos y hacemos.

Por tanto, si no lo asumimos de una manera crítica, es decir, pensada, quedamos a los pies de los caballos para que el sistema social nos use a todos; a los mejores, pero menos críticos, como peones de brega para la beneficencia; y a los mejores y más críticos, como descreídos compañeros de viaje: casi nada puede hacerse en la vida social, dirán estos, salvo cambiarse a uno mismo; y lo poco que puede hacerse, sólo con personas que se hayan renovado privadamente.

Defiendo, sin embargo, que no hay un después. No hay un primero las personas y luego cambiamos la sociedad. Todo se trenza a la vez, lo personal y lo estructural, lo espiritual y lo político, y de este modo, lo que se puede hacer en justicia y humanidad, será más consistente y duradero porque afecta a la vida de las personas y a sus estructuras de realización. Esto podría plagarlo de ejemplos personales y sociales, pero elegiré una simplificación llena de verdad: las mejores personas seguirán siendo muy buenas en un contexto social y político de pésimas leyes y desigualdades pero, si no atienden en su bondad crítica a ese nivel de la injusticia, la alienación los ronda como en el pasado sucedió con otras ideologías y creencias, y el sistema los usa para aliviarse; ellos se viven en libertad, pero quedan lejos de lo que lograrían si tuvieran a la vez conciencia y compromiso social. A su vez, las peores personas, en un contexto de buenas estructuras sociales, más justas y controladas por los ciudadanos y entre los pueblos, ¡qué difícil y siempre muy imperfectas!, seguirán siendo malas personas-ciudadanos, pero tienen menos posibilidades de lograrlo contra todos, porque los espacios de abuso y explotación son más estrechos y reconocibles. De ahí lo del trenzado de lo espiritual, lo personal y lo político; no primero y segundo, sino a la vez.

Un ejemplo, simplificado también, por no ser tan abstracto. El señor Amancio Ortega es muy discutido por su donaciones, porque se dice, con razón, “primero, que pague los impuestos”. Y él dice, “yo los pago; sólo encargo a mis gestores que vean la forma legal de hacerlo de la manera más económica posible, ¡legal!”. ¿Qué hace la ciudadanía crítica si no quiere entender y cuestionar el sistema fiscal de su país, o el de Europa y el internacional, porque eso es política e inalcanzable? Si yo no incorporo esta dimensión a mi libertad ética, algo va a fallar en mi cambio personal. También puedo añadir, “que Inditex no produzca con formas o reglas de injusticia social allí donde opera y que no utilice materias primas manchadas de injusticia ecológica y social”. Y otra vez el trenzado de las dimensiones, de lo personal y lo político: “¿qué haré para incorporar esta crítica social y política a mi bondad moral y espiritual después de tanta navidad?” Si digo nada, porque no está a mi alcance, me engaño, seguro, pero prefiero no ver para calmar mi espíritu. Y si digo, “haré esto o aquello en el uso de mis ingresos, en mis consumos, en mis denuncias y en mis posiciones políticas”, me engaño menos, pero no faltará quien me diga, ¿a dónde vas con ese neo-socialismo a estas alturas? O me dirán, recién salido de navidad, que Jesús no vino a cambiar las estructuras sociales sino a que las personas se conviertan; ya hablaremos de la vida social. Demasiado tarde.

Si la condición estructural o social y política no entra en la mirada de la realidad desde el inicio del vivir de cada uno con otros, y especialmente desde los más ignorados y sin poder en la vida social, ya no veremos buena parte de los factores que condicionan nuestro ser buenos y libres. Una lección para después de navidad que ya conocíamos antes de ella.

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