"El 21 de mayo nos dejó Alasdair MacIntyre, el gran filósofo escocés y profesor universitario Tras la virtud, tras MacIntyre

"Fallecía el 21 de mayo, un mes después de que voló al cielo el papa Francisco, el filósofo de origen escocés y profesor emérito de la Universidad de Notre Dame, Alasdair MacIntyre (1929-2025). Todavía me acuerdo del impacto que me produjo la lectura de su After Virtue (Tras la Virtud) escrito en 1981 … Fue para mí un despertar de los sueños dogmáticos (neotomistas). Solo pude exclamar cual un Agustín: Sero te amavi"
"MacIntyre abogaba que hay un principio interior que supera la momentaneidad de lo irracional o de los feelings. Este principio es la virtud, un elemento racional que hace que el hombre no solo actúe de forma racional sino que sea un ser racional pese a su ‘animalidad’
Es preciso volver a él, sobre todo cuando se pone en duda lo que es verdaderamente grande en el hombre en esta época de vaivenes, de bulos, de modas que no solo han denigrado al hombre sino que ha abogado por su desaparición"
"Podemos resumir todo ello en una frase: nos faltan hombres buenos, capaces de hechos buenos, capaces de trabajar por el bien común que es donde se aprecia el verdadero valor, superando cualquier moda o pronósticos de tipo cultura"
Es preciso volver a él, sobre todo cuando se pone en duda lo que es verdaderamente grande en el hombre en esta época de vaivenes, de bulos, de modas que no solo han denigrado al hombre sino que ha abogado por su desaparición"
"Podemos resumir todo ello en una frase: nos faltan hombres buenos, capaces de hechos buenos, capaces de trabajar por el bien común que es donde se aprecia el verdadero valor, superando cualquier moda o pronósticos de tipo cultura"
| Macario Ofilada
Fallecía el 21 de mayo, un mes después de que voló al cielo el papa Francisco, el filósofo de origen escocés y profesor emérito de la Universidad de Notre Dame, Alasdair MacIntyre (1929-2025). Todavía me acuerdo del impacto que me produjo la lectura de suAfter Virtue (Tras la Virtud) escrito en 1981. Por vez primera vi que un filósofo claramente formado en la tradición analítica podía discurrir acerca de un tema tan querido a la vez tan atacado en la tradición continental.
En esta última tradición me formé desde mis años estudiantiles de neomanualista o neotomista (mejor dicho, del nadir de esta tendencia que enseñaban mayoritariamente los profesores seglares de mi universidad manilense) por lo que pese a los intentos de los pocos profesores buenos que tuve (dominicos de la Provincia del Rosario) en las aulas tropicales, me costaba reconciliar la tradición tan en boga en los países del habla inglesa con los logros del continente europeo en que me profundicé en la universidad a orillas del Tormes. Fue aquí donde me topé con este libro (y eventualmente con el pensamiento complejo de este filósofo silenciado o, mejor dicho, ignorado en mi alma mater manileña). Fue para mí un despertar de los sueños dogmáticos (neotomistas). Solo pude exclamar cual un Agustín: Sero te amavi.
Sero te amavi: Mi encuentro con MacIntyre a orillas del Tormes
Pero no era tan tarde a los 21 años. Este libro confirmaba lo que me inquietaba desde la lectura de Agustín en fecha temprana (una adolescencia con las Confesiones, la Regla y los Diálogos) hasta leer muchos fragmentos de la Suma tomasina guiada principalmente por Gilson y Weisheipl en Manila, Ramírez y Torrell en Salamanca que de alguna forma daban ‘forma’, esto es, consolidación en mis tanteos. Entonces no me podía librar de la sospecha a modos analíticos del quehacer filosófico pese a los intentos sin duda valiosos de seminarios, como por ejemplo, que exploraban las teorías contemporáneas de la racionalidad que son, en realidad, epistemologías sociopolíticas que me resultaban ásperas aunque acertadas en su exposición. Pero la lectura por aquellas fechas de MacIntyre limaba, suavizaba las diferencias radicales y radicadas ayudándome a soltar las amarras para explorar mares inusitadas.

En aquel torbellino en la Salamanca unamuniana, con los ecos fantasmagóricos de la Europa que entraba en la modernidad, aullaba la banshee posmoderna nietzscheana a través de ecos heideggerianas, vattimianas, lyotardianas entre otras. Ortega, madrileño burgués, de alguna manera celebraba el hecho para su visión de España Europeizada frente a la intrahistórica del maestro agónico de origen bilbaíno. Aquel abogaba por la regeneración mientras que este por la renovación. La superación de valores, el nacimiento del übermensch es lo que contaba en tal horizonte innovador y antidogmático. Todo ello suponía una revolución, unos gritos desafiantes que querían desmantelarlo todo desde establishments y seguridades.
Zubiri, por su parte, entonces abogaba por una noología sentiente, es decir, experienciante pero con bases idealistas debida a su afición husserliana, arraigada en un aristotelismo-tomismo indudable. Y las antropologías desde Heidegger, Plessner, Gehlen hasta las antípodas culturales desembocaban en múltiples discursos fragmentarios, solo descriptivos sin logros ni modelos definitivos. Solo huellas en las arenas de los pasos humanos fugaces, dejando patentes las cicatrices.
En los argumentos finos y seductores MacIntyrianos encontré un remanso de paz y meditación. Me puse a leerlo por mi cuenta, pues no era de lectura obligada entonces en mis seminarios centrados en Éticas del consenso y de la comunicación en que los constructivismos han de ofrecer nuevas estructuras y paradigmas. La ética de la virtud redescubierta era como mi contrapunto a la ética de los valores scheleriana que acompañaba mis indagaciones fenomenológicas.
La necesidad de una espiritualidad desde un modelo ético apropiado
A pesar de que escribí la tesis doctoral sobre el Doctor Místico por excelencia desde una dimensión metafísica y mística con enfoque epistemológico, yo estaba consciente de que era preciso colocar la metafísica y mística, de arraigo neoplatónico y cristiano (léase Agustín y Tomás de Aquino), dentro de una espiritualidad para que no se degeneren respectivamente en una ontología abstracta y una fenomenología centrada en los fenómenos extraños. Una espiritualidad era un compromiso de trascendencia dentro de la inmanencia y este compromiso se fundamenta en una Ética. No solo en una moral que discurría simplemente de costumbres, normas y valores. Era preciso ir a lo que constituye la eticidad que es el carácter, el talante como subrayara Aranguren.

Los contemporáneos, por no decir ‘posmodernos’, sí hemos construido nuestros modelos éticos y no solo desde Nietzsche. Hemos recalcado la obligación (Kant), hasta el punto de codificarla en un contrato haciéndolo la base de nuestra sociedad (Hobbes, Rousseau), incluso hemos jugado con el lenguaje de deber y de lo inefable, hasta el punto de reducir lo ético a lo místico (primer Wittgenstein). Hemos diluido los fundamentos en un sinfín de discursos y paradigmas.
No es este el lugar para enumerarlos todos. Pero sí es preciso recalcar que fue MacIntyre quien, tras haber sido incondicional del Marxismo, quien nos hizo descubrir el bien, la virtud, desde el Peripatético y el Aquinate, como una base sólida no solo para las normas sino para el carácter.
El carácter no puede ser reducido a las emociones, como rezara el emotivismo. Esta corriente reduce toda decisión moral a los sentimientos (feelings), a las emociones, a las preferencias. Quizá fue la salida del callejón sin salida postulado por los positivistas siguiendo las huellas del primer Wittgenstein. De tal forma que solo era posible un lenguaje metaético, esto es, hablar desde lejos y no desde dentro. Mas MacIntyre abogaba que hay un principio interior que supera la momentaneidad de lo irracional o de los feelings. Este principio es la virtud, un elemento racional que hace que el hombre no solo actúe de forma racional sino que sea un ser racional pese a su ‘animalidad’.
Clásico para nuestros tiempos: La misteriosa lealtad hacia un Philosophiae Doctor
Así Macintyre no solo ha recuperado un principio clásico para nuestros tiempos nihilistas sino que su planteamiento se ha hecho clásico, pues no solo vuelve a lo antiguo sino que hace que este sea presente en los debates, que esta se encuentre en un estado constantemente actual de ebullición.
Un clásico es algo o alguien al cual hay que siempre volver, pues tiene un atractivo por lo que los lectores tienen hacia él una ‘misteriosa lealtad’, en expresión feliz de Borges. Ciertamente, nuestro finado ilustre siempre un punto de referencia a quien es preciso volversobre todo cuando se pone en duda lo que es verdaderamente grande en el hombre en esta época de vaivenes, de bulos, de modas que no solo han denigrado al hombre sino que ha abogado por su desaparición hasta el punto de decir que él era solo una ficción o constructo desde estructuras, sistemas, epistemes. Pues bien, por medio de una ética de la virtud expuesta desde un lenguaje analítico se ha recalcado que el hombre es capaz de la excelencia, a la que todos hemos de aspirar si deseamos aportar algo en este mundo. Por esta razón debemos a MacIntyre nuestra lealtad si bien no tan misteriosa, pues él nos ayuda a aclarar muchas cosas y nos saca de muchos de los enredos conceptuales de hoy en día.

Desbordaría el propósito de un homenaje sencillo como este una enumeración pormenorizada de las muchas crisis, los incontables problemas del mundo actual, sobre todo en la esfera política. Pero, desde los límites humildes de este ensayo, sí podemos resumir todo ello en una frase: nos faltan hombres buenos, capaces de hechos buenos, capaces de trabajar por el bien común que es donde se aprecia el verdadero valor, superando cualquier moda o pronósticos de tipo cultural. Escribo estas líneas doloridas desde la realidad triste de mi querida Filipinas. Dios quiera que las mismas sean un suspiro de esperanza.
MacIntyre no solo nos hizo bien al volver a proponer el bien, vivido y alcanzado por medio de la virtud o la aspiración racional a la excelencia (que en efecto es un modelo ético de tipo teleológico) sino que nos ha una cura para muchos nuestros males coetáneos. Es preciso leer no solo Tras la virtud sino toda su obra ingente que por razones de espacio no podemos analizar aquí. Después de MacIntyre, me temo que padezca el mundo de la ética un silencio atroz por lo que los hombres buenos no deberíamos permitir que haya una época después de o tras la virtud sino que esta ha de estar siempre presente en nuestros quehaceres diarios.
Sin un doctorado (si bien desarrolló su labor dentro de los confines del establishment académico), como otros pensadores o estudiosos próceres como Sartre o Rist, bien podría proponerse a Alasdair MacIntyre como Philosophiae Doctor, el homólogo del Doctor Ecclesiae en el Mundo de Sofía de Gaarder en que todos vivimos; no solo para nuestros tiempos sino, sobre todo, para los venideros. He aquí mi voto si este sirve para tal empeño o para algo similar en este cónclave incesante en busca de héroes o modelos en un mundo carente de lo que Platón subrayara en su día: ejemplaridad. Esta toma cuerpo, a mi juicio, en la excelencia que siempre es encarnada, vivida, encaminada hacia el telos, el fin deseado.

Etiquetas