Los Salmos, con palabras de hoy, para la mujer y el hombre de hoy

Siempre me han impresionado las palabras de Jesús, cuando les dice a sus discípulos que el Espíritu les indicaría las palabras que deberían decir en cada momento.
A Jesús le entendía todo el mundo, en especial los más empobrecidos y marginados de su época. Pero también, y con claridad meridiana, las élites religiosas y políticas de su sociedad.
Los cristianos del siglo XXI estamos llamados a actualizar la Sagrada Escritura, a la luz del Espíritu que nos sigue hablando en nuestros días. No seremos fieles a la invitación de Jesús, si no somos capaces de presentar la Palabra de Dios con palabras de hoy a los hombres y mujeres de nuestra sociedad y nuestro mundo.
Así ha sido concebido mi último libro, que acaba de salir publicado: “Salmos para otro mundo posible”.
Podría comentaros cuáles han sido las causas y las principales motivaciones al escribirlo. Pero prefiero dejar la palabra a mi muy querido amigo, Ángel Arnáiz Quintana, dominico (que vive en El Salvador, comprometido con los campesinos empobrecidos de Centroamérica desde principios de los años 80) para que sea quien os cuente lo que él ha vislumbrado en estos Salmos. He tenido el enorme placer y honor de que aceptara ser el autor del prólogo de este libro que, después de más de 30 años de maduración, al fin ha visto la luz.

Prólogo de Ángel Arnáiz Quintana o.p.

En esta primera década recién pasada, los primeros diez años del siglo XXI, la humanidad pobladora de ciudades ha sobrepasado en número a la humanidad del mundo agrario, rural, campesino.
Los salmos bíblicos surgen en un mundo agrario. Así ha vivido la humanidad desde sus orígenes. Por eso sus palabras, metáforas y enseñanzas se explican desde este entorno: «El Señor es mi pastor», «tu mujer como parra fecunda», «enrollan mi vida como una tienda de pastores», «las cosechas rezuman abundancia», «como la cierva busca manantiales, así mi alma te busca a ti, Dios mío»... Los ejemplos se pueden multiplicar. Incluso cuando hacen referencia a ciudades famosas o a la capital religiosa y política de su lugar, Jerusalén, se resaltan las cualidades por diferencia con la vida campesina: las murallas frente al campo abierto, su templo único al que acuden desde lejos, el palacio de sus gobernantes herederos del rey David, la montaña en la que se asienta y se la mira desde lejos.
Los «Salmos para otro mundo posible» arrancan, desde su mismo nombre, de la situación creada al inicio del tercer milenio, este siglo XXI en que nos encontramos. Y se asientan en las macrourbes actuales y nos transmiten el latido del ladrillo y el cemento, del asfalto y la sobrepoblación. Por eso se habla de microchips y de internet también.
Pero además, se habla de la toma de conciencia y de las conquistas habidas en, al menos, los dos últimos siglos de luchas sociales para lograr otro mundo fraterno y justo para todos, al que los utópicos consideran posible, aunque pareciera que hoy es imposible.
Por ello se hace realidad la referencia a los financieros, reyes actuales de esta urbe global que formamos todos, y que han inoculado ese virus a multitudes enteras individualistas y egoístas como ellos: «Los poderosos y las multinacionales / tienen tal influencia, que imponen sus criterios / por encima de los propios gobiernos», se lee en el salmo 2. Y en el salmo 3: «La crisis económica / que han provocado las élites económicas / devora a los más desprotegidos».
Y también aparecen sus políticos (Salmo 11):

«Dicen anhelar la paz y exportan
armas para que los pueblos pobres
se masacren entre ellos.
Los discursos sobre el desarrollo
son muy bellos, pero no quieren
compartir sus riquezas».

Los «Salmos para otro mundo posible» no olvidan la vida agraria contemporánea, junto a la de los suburbios urbanos de las poblaciones del Sur, pues ahí se mueven las mayorías más pobres del planeta. Ellos mismos son un grito, en la fe y en la esperanza, de estos excluidos de la sociedad actual. Un eco del clamor de los oprimidos y marginados de todos los siglos.
En la fe, porque tras las expresiones alienta una gran fe en el Dios compasión y ternura que gobierna, pese a todas las apariencias, los destinos del mundo. Y fe también porque son salmos que manan de la esperanza hecha carne en el día a día de los y las constructores de ese otro mundo posible. Porque es deseo, el ethos del utopos, una promesa no cumplida todavía pero ya en camino, lograda en parte en hechos concretos. Porque la victoria realizada ya en la fiesta pascual de Jesús de Nazaret, el crucificado glorificado, a quien aquí se deja en el Misterio, en la Presencia que nos habita y sostiene todo, no ha alcanzado su cabal cumplimiento. Por eso están convocados todos los seres de la naturaleza y del universo y todos los humanos, desde las galaxias hasta la brisa de la tarde, desde agnósticos y ateos, y creyentes de toda fe, científicos y poetas, hasta los bebés y los mayores en edad, a participar en la edificación de ese otro mundo posible.
Aquí nos encontramos con poemas cortos –por eso son salmos–, que son poesía y son oración. En el sustrato profundo, el autor de estos salmos nos une a la fuente de donde brota toda poesía verdadera y toda oración sincera: la comunión con los seres humanos que le rodean de cerca y de lejos y, con ellos, siente el latido de una vida más allá de las vestimentas con que se cubre en los medios de comunicación y en la actividades cotidianas.

«Ante una vida de tanta inmediatez,
de necesitar ver cumplidos los deseos al instante,
de aislarnos en la exterioridad,
busco con denuedo entrar dentro del corazón,
para sentirme en plenitud y liberado de mis ansias ».
(Salmo 61)

Es la vida de los seres que pueblan nuestro universo, los que se mantienen con una energía cósmica compartida con todos, y la de quienes mantienen la vida biológica, desde las algas y los virus hasta los grandes bosques y animales. Pero sobre todos ellos, para el autor está la comunión con el ser humano concreto, el que pasa cada día con su propia vida personal, llena de sentimientos y contradicciones, de alegrías y emociones, que nos ha sido dada y de la que somos portadores y ejecutores.
La sensibilidad y delicadeza para entrar en la vida de las gentes de nuestros días y en sí mismo, se traduce entonces en una oración sincera y profunda, natural y directa, humana y divina. Sin duda muchas personas se identificarán con este sentimiento e inteligencia religiosa tan de hoy. Encontrarán palabras y expresiones que harán suyas con toda normalidad. Y del mismo modo que los antiguos salmos bíblicos, la oración de un creyente se multiplicará y se hará carne en el pueblo que la tomará como suya. Serán salmos de la comunidad y hasta se olvidará el nombre del que los creó. Así pasarán por generaciones, serán cantados, transformados, hechos vida comunitaria. Reconocimiento público anónimo que será la mejor recompensa para el salmista.
Como inspiración para afrontar una obra así aparece el ejemplo de ese poeta, místico y profeta que es el nicaragüense Ernesto Cardenal. El campo que aró en literatura, tras ingresar en el monasterio trapense de Getsemaní, recogido entre otros en sus Salmos, surge aquí con nuevas aguas bajo el mismo manto acuífero: la fe en que el Dios bíblico escucha a su pueblo oprimido y está a favor de los pobres, originando una situación de vida nueva para ellos. Esto permitió a Cardenal enfrentar sus salmos con toda la fuerza de la denuncia profética contra los represivos poderosos de su tiempo y a favor de su pueblo aplastado y hambriento. En alguna medida, salvando la distancia de tiempo y condiciones sociales, esto se recoge también en los «Salmos para otro mundo posible». Son un gemido profundo desde la gran urbe por una vida más humana, más solidaria, más esperanzada para todos. Son un canto confiado y amoroso hacia el buen Dios que nos cubre con su mirada de amigo y compañero de camino.

Ángel Arnáiz Quintana, o.p.
San Salvador (El Salvador)
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