Dios mío, ¿por qué callas?,
¿por qué no respondes a nuestras peticiones,
a las súplicas de tanta gente oprimida,
humillada, marginada
y a los gritos de parto de esta tierra nuestra?
Se nos mete el miedo dentro,
como una metástasis imparable
que nos va devorando poco a poco,
hasta destruir nuestros tejidos más vitales.
Y pensamos: ¿no sería mejor volar muy lejos
y olvidar tanto odio, tanta violencia, tanta
hambre,
alejándome de esta sociedad inhumana?
Hasta la gente más cercana,
que ha luchado durante toda su vida
por buscar una sociedad más justa y libre,
se instala y no piensa más que en vivir bien,
despreocupada de los demás.
Pero cuando entro en mi interior,
siento una voz que me dice:
“¡Ánimo, no te desanimes!
Estoy a tu lado, tú eres mi hijo amado,
no te dejaré nunca abandonado”.
Y la paz me rescata de nuevo,
me devuelve la alegría de vivir,
de continuar ayudando a los demás,
de seguir rastreando las huellas de la dicha.
Aun en medio de tantas dudas,
incertidumbres y vacilaciones,
me lanzo al abismo de tu amor
y te digo con toda la sinceridad
que brota de mi corazón:
¡A pesar de todos los pesares,
yo confío en ti!