Seréis felices...

Seréis felices...
Seréis felices...

«No hay más que una manera de felicidad: vivir para los demás» (León Tolstoi).

Pensamos que hemos alcanzado la verdadera felicidad cuando creemos tenerlo todo controlado; si aseguramos el coche, la casa, la familia; cuando nuestra cuenta del banco crece en progresión geométrica; si progreso en mi vida profesional, aunque tenga que pasar por encima de alguien menos capacitado; si me monto en el carro del statu quo y no me complico la vida en cuanto a temas sociales, políticos, ideológicos, religiosos; cuando mi solidaridad se reduce a dar limosna ante cualquier catástrofe natural…  Y así vamos sobreviviendo, creyendo que somos plenamente felices, cuando nos acostumbramos a estos sucedáneos de felicidad.

Pero la auténtica felicidad, la que nos llena, la que nos hace crecer como personas, es otra muy diferente. Aunque no sea aceptada socialmente. Porque es cara y cuesta conseguirla. Porque no es la que nos presentan entre luces y cuerpos esculturales los anuncios y los programas-basura. La barata, la que se encuentra en las tiendas de libros de autoayuda, se adquiere con suma facilidad.

La legítima felicidad se adquiere cuando uno se ríe de sí mismo, de sus éxitos, de sus cualidades, de su sabiduría; cuando no nos llenamos de vanagloria con nuestros éxitos, ni cuando nos dejamos abatir por los problemas, los sufrimientos, los pequeños achaques diarios; muy al contrario, cuando sabemos ser agradecidos, aprendemos de las cosas positivas de la vida y, sobre todo, de las negativas.

Como dice Tolstoi, la auténtica felicidad se hace presente en nuestra vida, cuando salimos de nuestro yo egoísta, nos descentramos y volvemos nuestro rostro, nuestras manos y nuestro corazón hacia el otro. En el servicio, la entrega y la felicidad de los demás encontramos el generoso regalo de la nuestra, que nos envuelve como un traje nuevo.

La felicidad se contagia cuando se celebra la amistad, la vida en familia, las buenas noticias de los compañeros de trabajo, los éxitos de las luchas de los empobrecidos y marginados. Y también cuando las cosas no han ido muy bien y cubrimos con un abrazo la pesadumbre de unos y otros, hasta que va pasando el dolor de la herida abierta.  

Somos de verdad felices cuando nos despertamos con una sonrisa en los labios, si sabemos disfrutar de nuestra melodía interior y nunca nos encontramos solos; si derrochamos a nuestro alrededor solidaridad, cariño y simpatía a raudales.

La felicidad verdadera llega cuando nuestra seguridad existencial no está puesta en los bienes que poseemos, ni en las medidas de protección, ni en el dinero que tenemos en el banco… sino en el tesoro del amor de los demás, en el servicio desinteresado ante cualquier necesidad que se nos presente; en la solidaridad que mostremos ante los empobrecidos, cuando podemos seguir jugando y disfrutando, mostrando buen humor, dialogando, entrando en nuestro propio hondón personal.

Somos felices cuando nos sentimos libres de todo y de todos, sin esclavizarnos a nada ni nadie, cuando mantenemos los sueños, pero sin despegarnos un milímetro de la realidad, si conservamos la perla preciosa de la esperanza y la rociamos sobre la desilusión de quienes sufren las heridas y sinsabores de la vida.     

«Felices quienes han rellenado el álbum de la felicidad con fotos de compasión, sonrisas, solidaridad, amistad, ternura, sentimientos, alegría, superación, esperanza, amor…».

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