Felices los hombres y las mujeres
que no escuchan los falsos mensajes de la publicidad,
ni siguen la moda de primavera-verano-otoño-invierno,
ni se hacen eco de los mensajes tenebrosos
del Fondo Monetario Internacional, del Banco Mundial
o del Banco Central Europeo,
ni aceptan y luchan contra las medidas económicas que aplican
muchos gobiernos contra las clases más débiles
de la sociedad y los países empobrecidos.
Felices los hombres y las mujeres
que no han perdido su confianza en los demás,
que saben descubrir bajo tanto dolor
destellos de esperanza,
que siguen trabajando por los demás,
a pesar del miedo que nos inoculan cada día
a través de los medios de comunicación.
Felices los hombres y las mujeres
que se sacrifican para que haya más vida,
que se esfuerzan por ofrecer ilusión,
que regalan su tiempo y su abrazo,
que luchan por construir otro mundo posible.
Felices los hombres y las mujeres
que no regatean esfuerzos y se comprometen,
y cuando les llaman responden siempre:
“Aquí estoy, para lo que necesitéis”.
Esos hombres y mujeres
llevan grabada tu ley en las entrañas,
la única que nos propuso Jesús: la del amor.
Por sus frutos los conoceréis.
Y por la paz que llevan impresa en su interior,
aunque el dolor y el sufrimiento,
dentro de ellos y a su alrededor,
intenten arrebatarles su espíritu
de esperanza, entusiasmo y solidaridad.