Mientras la taza de café humea en la mesa
y la hogaza de pan cruje al partirse,
afuera los gorriones me permiten contemplar su danza
antes de despedirse.
Un perro ladra a la sombra,
la vecina me saluda desde la ventana de enfrente,
una nube se desplaza lenta
como si no quisiera perderse nuestro encuentro silente.
Las llaves cierran la puerta,
en la calle alguien me pregunta la hora aún temprana,
una tienda abre despacio el cierre
mientras aspiro el olor inédito de una nueva mañana.
No hay milagro, nada sorprendente,
solo palpita el latido del mundo y del río de la vida,
que sigue su curso con su agua
impetuosa, sonora, transparente.