La separación

Continuaba sentado el profeta, esperando una nueva intervención,
cuando una mujer joven, con la voz entrecortada, le preguntó:

- Maestro, ¿el amor que se promete una pareja al unirse, debe ser eterno?

El profeta le respondió:

- El proyecto del amor abarca todo el ser. Envuelve como un capullo de seda toda la vida. Y nace con alas de eternidad. Cuando prometes amor, los ojos no vislumbran el término. Y ese proyecto Dios lo bendice con su ternura y cercanía. Porque es el deseo de dos personas que desean unir sus vidas, que se funden, se abrasan. Las dos se transforman en un nuevo ser, en una nueva criatura. Pero conservando sus características propias. El cariño que se demuestran las dignifica y las hace crecer en libertad. La pareja asentada en el amor es un gran misterio, que se enriquece y se revela en el sencillo quehacer de cada día.

Un muchacho, que estaba sentado junto a la joven, se levantó y añadió:

- Disculpa Maestro, pero si ese amor ha ido languideciendo hasta extinguirse, si se ha intentado una y otra vez salvar del naufragio los años gozados en común y no ha sido posible, ¿qué podemos hacer?

El profeta lo miró con ternura y le dijo:

- Es cierto que una cosa es la teoría y el deseo y otra la realidad. El amor en pareja a veces se acaba y siempre se despide con un dolor inmenso. Imperceptiblemente ese amor que fue ardiente, se enfría, se evapora, se va vertiendo en algún regato subterráneo y seca la veta inicial. Cuando esto sucede, aunque se intente recuperar, ya se ha difuminado y es imposible recomponerlo.

Volvió a preguntar el joven:

- Pero, Maestro bueno, una duda nos corroe por dentro y no sabemos darle respuesta, ¿quién es el mayor culpable de romper la relación?

El profeta, bajó los ojos, reflexionando, trazó unos dibujos con el dedo sobre la arena, levantó de nuevo su mirada y comentó:

- Son mil y una las causas que han podido originar la disolución del empeño en común. Tendréis que revisar cada uno en vuestro interior los motivos de vuestra actual desdicha. Pero no os echéis nada en cara. No intentéis buscar culpables. No merece la pena acrecentar la angustia si no podéis remediarla. Conservad los buenos momentos en una caja de regalo, para poder abrirla siempre que acudan las lágrimas del recuerdo. Tened presentes cada uno de los besos que os regalasteis, para comprobar que no todo fue en vano. Os agradará revivir caminos, ciudades, películas, libros, acontecimientos vividos en común. Todo ese patrimonio conjunto nadie os lo puede arrebatar: el patrimonio del amor, del cariño, de la amistad, que no sólo debéis mantener, sino potenciar, para que la ausencia sea reforzada por el lazo indestructible del afecto conjunto.

Por último, la mujer le volvió a preguntar, lanzando a bocajarro una súplica:

- Maestro, necesito saber: ¿cómo se puede vislumbrar con esperanza el futuro si todo es oscuridad en torno mío, si la soledad es insoportable, si las lágrimas acuden presurosas a la menor seña, si un olor, una mirada al calendario, un paisaje vienen impregnados por grietas de dolor?, ¿existe algún bálsamo para tanto desconsuelo?

El Maestro, conmovido, se levantó, se acercó presuroso, la estrechó contra su pecho y atrajo también al joven junto a él, uniéndose los tres en un cálido abrazo. Así permanecieron durante varios minutos, en silencio... Se oían gemidos alternos, y las lágrimas que brotaban incesantes, limpiaron y dulcificaron algo de ese dolor, tan amargo. Secaron al fin sus rostros, se quedó el profeta entre los dos abarcándoles por los hombros, a él, por la cintura, a ella, y dirigiéndose a la multitud, comentó:

- No debemos ser ajenos a ninguna dolencia de la humanidad. Seremos de verdad hombres y mujeres, cuando la conmoción, la ternura, la sorpresa nos asombren y nos remuevan las entrañas. Seremos más humanos cada día, y por lo tanto, más divinos, si acompañamos a cualquier persona que sufre la noche de la duda, la desesperanza, la muerte, la soledad, la ruptura, la enfermedad, la tristeza.
- Para superar vuestro dolor debéis permitir que la pomada del tiempo vaya haciendo su efecto. Dejaos extender el ungüento de la amistad. Recurrid a vuestros amigos. Visitadlos, habladles de vuestras penas, abridles el alma. Que sean ellos, ellas, vuestro consuelo y delicia, la alegría para estos momentos tan difíciles. Comed juntos, pasead hacia lo desconocido, dejaos bañar juntos por la luz del nuevo día. Ellas, ellos, callarán, comprenderán en silencio, serán el calor contra la frialdad del momento, la brisa ante el sofoco, el rocío para la sequedad de la tarde gris. Los amigos serán vuestra sanación, la puerta idónea para la visión de un nuevo horizonte.
- Entrad en vuestro corazón. En lo más íntimo, en lo más profundo. Allí anidan, sepultadas por la melancolía, las ascuas incandescentes del fuego que, aún escondido, permanece vivo. El amor que hará nueva vuestra vida. El amor que rescatará vuestro futuro. El amor que hallará nuevas vías para reencontrar la esperanza. El amor que encontrará otro amor, más amor, para reiniciar el placer por saborear cada instante, que cada día amanezca renovado, que cada mañana adquiera una tonalidad diferente.
- De momento dolerá la herida y mucho, escocerá, se irritará, se volverá a abrir. Pero poco a poco irá cicatrizando. Dejará de sentirse, lentamente. Quedará una marca, indeleble. Pero un día, al despertaros, veréis con gozo la costra desprendida sobre las sábanas de un luminoso y esperanzado amanecer.
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