Un testimonio encarnado

Un testimonio encarnado
Un testimonio encarnado

«Vino porque su corazón de Dios ya no podía más y, sin dejar de ser quién era, tomó un corazón humano» (Agustí Altisent).

Los cristianos, como seguidores de Jesús, no pueden ya creer, contemplar y experimentar a su Padre mas que como un Dios encarnado. Y encarnarse supone todo lo contrario a irrealidad, otro mundo, más allá. En-carnarse significa que el Misterio de toda la vida que nos rodea, se vuelve epifanía en-la-carne, en la carne de la persona del Jesús histórico, en la de todos los seres humanos desde el principio de la creación, en la naturaleza que nos rodea, en el universo del que formamos parte. Descendemos de las estrellas, que contienen el gen de la Vida, somos tierra amorosa, polvo enamorado y encarnado.

Cada hombre o mujer posee unas cualidades, unos carismas que pueden conservar codiciosamente para su propio bienestar, o hacerlos que fructifiquen, se desarrollen y multipliquen en la entrega al otro, que es donde se logra la plenitud de la persona, haciendo crecer a quien se da y a quien recibe y, a la vez, devuelve su agradecimiento desde su propia realidad y cualidades.

Hemos creído que a Dios le podemos encontrar solo en la oración personal o junto al tabernáculo de la iglesia. Y estos son grandes medios, pero solo para encontrar fuerza y salir a buscar su rostro. El Dios encarnado no está en las piedras, ni en las tradiciones, ni en las leyes, ni en las liturgias.

Al Dios vivo y verdadero, solo le encontraremos donde le encontró Jesús, en los demás, especialmente en los más sufrientes y desvalidos: leprosos, prostitutas, ciegos, alejados de la fe. Pongámosle nosotros ahora los nombres actuales: enfermos de Sida, presos, mujeres objeto de violencia machista o de trata, niños y niños explotados, desahuciados de sus viviendas, excluidos de los servicios sociales, inmigrantes, ancianos, parados…               

Solo mezclándonos, saliendo de nuestros lugares sagrados, contaminándonos, acogiendo, buscando, sin mostrar carteles ni etiquetas, «como uno de tantos», como la sal en la comida, pequeños destellos de luz, ternura y esperanza en un mundo desolado y dolorido. Uniendo nuestra acción y pasión con otras muchas personas, en redes, como pescadores deportivos que esperan, atraen, contemplan al pez dolorido, le quitan el anzuelo, le acarician y le devuelven para que recupere la dirección y el gozo por la vida.

La encarnación produce grandes beneficios, el ciento por uno, aunque eso sí, nunca son materiales, ni nos producirán beneficios en la Bolsa, ni el aumento de dinero en la cartilla del banco. Son otros rendimientos y otras ganancias, personales, íntimas, espirituales, mucho más importantes las que proporcionan.

Y conlleva muchas veces enfrentamientos, marginación, incomprensión, oposición, provocaciones, difamación… Aliarse, defender, ponerse al lado de quienes sufren las consecuencias de la opresión y la exclusión, encarnándose en su mundo y sus luchas, suelen traer estas consecuencias. Y, a pesar de todo, una alegría y una paz profundas. 

«Felices quienes “pasan por uno de tantos”, quienes no destacan, quienes trabajan y crecen humanamente desde la cotidianidad, desde el esfuerzo y el servicio en silencio, desinteresado».

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