Pobres y pobreza - I: Cuestiones disputables

A propósito del Juicio de las naciones

La indiscriminada promoción de teólogos - una titulación siempre en riesgo de herejía -, trajo en las últimas décadas una confusión doctrinal que rápidamente se entronizó en seminarios y universidades de la Iglesia y, por lógica, en el alma del clero. De modo que el católico de nuestros días ya no distingue los textos de fiar y desconoce o duda de lo que debería creer. Durante los últimos cuarenta años, desde que Pablo VI abolió el Índice y, por tanto, descafeinó el Nihil obstat, cualquier cosa pudo leerse sin que ya la Iglesia protegiera a los fieles. Lo cual aprovecharon ‘los modernos’ para reconducir la doctrina con sutiles cambios desde los cuales manipular más tarde la predicación, y en tal cooperación hacer un monumento a la mentira.

«Estos y esos... » (Mt 25, 40).- Podríamos reunir un cúmulo de enseñanzas contradictorias o adulteradas que el progresismo ha sembrado en la Iglesia en opuesto a la fe de nuestros padres. Hablando de pobreza y de pobres, me parece de elección el pasaje del Evangelio conocido por "Juicio de las naciones", del que creo útil hacer algunas puntualizaciones. Según los modernos parece que la particularidad bienhechora del discurso de Jesús debe proyectarse a todos los hombres, frente a la clara intención protectora para la acción apostólica de sus discípulos.

En las versiones ante-conciliares, incluida la Vulgata, está clarísimo que Jesús se refiere a “sus hermanos” y no a unos abstractos destinatarios de nuestro hacer el bien sin saber a quién. “Estos” son los discípulos, los Apósotoles. Y por consecuencia todos los que les sucedieran en la difusión del Evangelio.

Tanto en el propio texto como por concordancia de todo el capítulo 25 de San Mateo es evidente que Jesús protegía a los discípulos que pronto acometerían una predicación itinerante por todos los caminos. Así, tal y como el Padre lo presentó a Él mismo: «Este es mi Hijo querido [...] escuchadle», (Mt 17, 5) Jesús lo hace también con los que Él instruyó pacientemente para que predicaran su doctrina. Ellos - los que fueron, los que son y los que serán - peregrinarían de ciudad en ciudad enseñando la Buena Nueva.

Para que les acogieran y protegieran el Maestro educaba a la multitud.
Al leer el texto de San Mateo enseguida nos alarma que la nueva interpretación busque tergiversar la única coherente, que de ningún modo induce a una actitud ciega de beneficencia general. No era esa la intención del Jesús, que ya ha instruido “a sus hermanos” y siente cercana la Pasión. Lo que se ve que persigue es que los oyentes y en ellos todos los cristianos reciban a los predicadores, sus discípulos, y que los acojan y defiendan en su misión. Comparen algunas versiones del versículo, Mt 25, 40:

Versión Censor Texto
Cipriano de Valera/1960 Protestante «estos mis hermanos pequeños.»
Bover-Cantera/1961 M. Iglesias «estos hermanos míos...»
J. Mateos/ 1974 Martini, S.J. «esos más humildes...»
Nacar-Colunga/1975 M. GªCordero «estos mis hermanos menores...»
Vulgata/1995. Martínez Camino «estos hermanos míos...»

Tenemos, pues, cuatro “estos” y un solitario “esos”. Una distinción de la que, por lo fácilmente que ha tomado cuerpo, puede sospecharse el interés revolucionario de arrimar las palabras de Jesús a las sardinas marxistas. Expliquémonos. Es claro que cualquier lengua, y en especial el griego, tiene un término que diferencia a "estos", evidentemente al lado del que habla, con respecto a "esos" que se entienden alejados.

Para empezar, obsérvese que a cada traductor corresponde su adecuado censor. Destaca la supervisión del hoy Cardenal Carlo María Martini, S.J, versión J. Mateos, porque es la única que dice “esos”, añadiendo “más humildes”. Preguntémonos: ¿Quiénes hemos entendido, hasta hoy, que eran aquellos "estos"? La respuesta no tiene duda: Los Apóstoles y sus sucesores nuestros obispos, párrocos y sacerdotes, los misioneros, los consagrados a testimoniar la fe católica. Por tanto, fijarnos en este pequeño detalle de “estos” y “esos” es capital para interpretar la intención educadora de Jesús en este trascendental discurso para el futuro de la naciente Iglesia.

Pero hay más. La versión refrendada por el actual Cardenal Martini, S.J. supone, porque sí, que para ser hermanos de Jesús es obligatorio ser los "más humildes", pero no referido a la virtud evangélica sino a lo que ahora se llama de “orígenes humildes”, en ambigüedad iniciada por el Cardenal Roncalli para que la pobreza proletarista y reivindicativa supere a la virtud de la humildad, proceda de donde proceda. ¿Recuerdan ustedes aquella súplica em el Libro del Eclesiástico: «No me des riquezas por las que llegue a olvidarte, ni pobreza por la que te maldiga.»?

Tiene mucha maldad esto de que hayamos de ser pobres de cuna como garantía de salvación. Porque en la cabeza del sencillo fiel abandonado a los embaucadores se graban estas ecuaciones: Pobreza=Cielo y Riqueza=Infierno; Pobres=Buenos y Ricos=Malos. Por tanto, si los pobres se salvarán seguro ¿para qué creer en Dios? Impunes podríamos asesinar, estafar y revolcarnos en el odio. ¿Y para qué los ricos han de tener una moral cristiana, “ser buenos”, si al final todos se condenan? Este zumo del materialismo histórico más cerril, lo han predicado miles de canallas revestidos de sagrado. Un poco de seriedad. Tal cosa no la pudo predicar Cristo sino los que quieren robar y, encima, parecer buenísimos. Como Judas. O esos caudillos teológicos de una Roma cincuenta años a la deriva, como ha afirmado Benedicto XVI.


(Continuaremos en segunda entrega: “Jesús protege y ruega por sus discípulos”.)
Volver arriba